miércoles, 6 de octubre de 2021

Mi amigo Manolo

 


Alto, delgado, desgarbado, siempre se sentaba a mi lado en clase, en esas aulas escalonadas y viejas de la Escuela de Industriales. Fuera la asignatura que fuera sacaba su taquito de DIN A4 y con los dedos perfectos de su mano derecha dibujaba esos pensamientos fantásticos que se le escapaban directamente hacia la punta del portaminas: duendes, monstruos, hadas bellísimas, dragones de largas colas y alas extendidas. Su postura chepuda con la cabeza fija sobre la estrecha mesa y su gesto concentrado y serio hacía que ningún profesor dudara de lo que en realidad no estaba haciendo. La única diferencia es que nunca levantaba la cabeza. Luego en la cafetería me pedía los apuntes y me dejaba elegir entre todas las hojas que había llenado de dibujos. Yo conseguí una perfecta colección de monstruos y hadas y ambos conseguimos con mucho esfuerzo en los meses finales y algo de suerte aprobar al completo el cuarto año de carrera.


6 de Octubre de 2021

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2022

lunes, 21 de junio de 2021

Soledad

 

Está solo, se siente solo, pero cree que no es verdad, que no lo está, pero se siente mal porque piensa que no tiene mucho a lo que agarrarse. Las tres personas que desaparecieron hace unos años hicieron que nunca tuviera esa sensación, con tanta profundidad, hasta ese momento. Pero a la vez que piensa eso, o justo el instante después, piensa también que no es cierto del todo y que no está siendo justo, que se está auto victimizando. ¡Qué complejos son los sentimientos y sus pensamientos generadores!

La soledad es algo que a veces busca y ha buscado, quizás sea a consecuencia de ello, quizás que de tanto intentar desaparecer a veces lo consiga. Porque cuando se está solo en la soledad buscada y conseguida, está desaparecido del mundo y de las personas, aunque el mundo y las personas sigan pensando en él. ¿No es justo que las circunstancias puedan desarrollarse al revés?

Piensa, sí, que es bastante humano pensar que él, como individuo, tiene que ser lo más importante para el reducido número de personas a las que íntimamente ama. Y ese pensamiento es generador de frustraciones y equívocos mentales, y emocionales, ya no solo injustos, sino generadores de falso sufrimiento.

Pero existe algo que considera absolutamente necesario no olvidar, por ejemplo la generosidad, y el cariño y ¿por qué no? la razón y los recuerdos. Ah y el ejercicio de ponerse en lugar de los demás.

Se siente solo, pero no lo está.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 9 de junio de 2021

Elongación.


 

Salto, salto, salto, cada vez más alto, decía quizás hace unos años. 

Era mi sueño, pero ya no, ahora tomo la luna entre mis manos. 

Y me pregunto, ¿era para tanto?

 02/06/2021


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021





domingo, 23 de mayo de 2021

He limpiado todo, no he dejado nada, ningún rastro de sangre.

 

Tenía el cuerpo dolorido y mucha sed, soñaba con un jergón, necesitaba descansar. Amanecería en un par de horas.


  • Andrés, ¿Qué hacemos? ¿Continuamos?

 Hubiera dicho que sí, lo dijo, que seguiríamos cabalgando, ¡seguro! Pero tal respuesta salió solo de mis recuerdos, a través de los que era capaz de escuchar su voz.

 Me llamo Curro. El sol ya no está, acaba de desaparecer por detrás del perfil azul rojizo de la serranía, empieza a hacer frío. El silencio es casi total, solo se escucha el eco del sonido de los cascos de mi caballo. Será otra noche sin dormir, pero cuando amanezca veré el mar.

 Y noto que me siento mal, extraño, triste, solo y decepcionado. Tengo cien años. Nunca pensé que podría pasar esto aunque era lo normal. Andrés, siempre fuerte y seguro, con el don de saber ceder, haciendo planes continuamente, en todo momento alegre y generoso, a mí lado desde que nací, ya no está.

 Todo a causa de nuestra vida, fácil en exceso aunque peligrosa, te habitúas y parece normal cuando no lo es. ¿Quiero algo?, lo tomo, ¿necesito dinero?, lo cojo, o sea, siempre quitando a alguien lo que es suyo, habitualmente con violencia. ¿Y para qué? Para qué, para no dejarnos la vida en el campo, con los animales, pasando frío y calor, hambre y penas, miserablemente. Para huir de la miseria creada por una tierra pobre hasta lo increíble, que no da absolutamente nada. Y así comenzó todo, asaltos fugaces y retiradas aún más rápidas a casa, a la serranía. Y viajes de diversión a la ciudad, donde no te conocen y puedes hacer lo que quieras, vino, juego, mujeres, buena comida.

 Y seguí cabalgando hasta que se hizo de día. Y ¿Por qué no sentía frío? Lo hacía, porque la noche es silencio y frío. Y oscuridad. Sentía dolor. Recordaba las últimas horas. Lo limpié todo, no quedó ni rastro de la sangre de Andrés. Y me lo llevé todo, lo saqué fuera, lo arrastré hasta el risco y lo quemé, todo salvo cuatro o cinco recuerdos de mi hermano que llevo conmigo. La casa quedó como cuando murió madre, un camastro, su cómoda, la mesa y las sillas ajadas del comedor y el aparador carcomido. Como si Andrés y yo nunca hubiéramos vivido allí, como si madre pudiera sentirse de nuevo orgullosa de nosotros. Andrés yace a la izquierda de su tumba, lo enterré y punto, sin ninguna señal que lo indique. Y me fui, para siempre.

 Ya noto la humedad del mar, cada vez me queda menos. No sé qué voy a hacer ni cómo voy a empezar, sin él, sin mi amigo, sin mi hermano. Siempre juntos.

 Esas tardes de juegos después de guardar el ganado, cansados tras un día de trabajo, de sol o de frío cuando no de lluvia, esperando las gachas de madre, bajábamos corriendo al río, necesidad de diversión, de libertad yo creo, y cogíamos ranas mientras poco a poco se iba la luz del sol y Andrés riendo y saltando de piedra en piedra retándome a cruzar al otro lado a la pata coja y yo siguiéndole, como siempre… Era una buena vida, sencilla, trabajo duro y una triste diversión. Cómo le echo de menos y como me duele, pero a mí no me pasará. Se lo debo, me lo debo, se lo debo a madre también. 

 No me lo esperaba, no nos lo esperábamos.

 

  • Viene alguien -le dije-.
  • Ah sí, un muchacho tirando de un asno, no tendrá más de 15 años.
  • ¿Qué querrá?
  • Voy a salir, lo mismo anda perdido.
  • Cuidado Andrés, ten cuidado, no salgas desarmado.
  • Pero si es sólo un chico...

 Mientras terminaba de desollar el jabalí escuché el estruendo, un disparo. Di un salto hacia la puerta y ahí, a cinco metros estaba, el niño con la pistola humeante en la mano y mi hermano inmóvil, retorcido en el suelo boca abajo y con una gran mancha de sangre bajo la cabeza. Salí corriendo sin pensar en nada, me arrodillé y le volteé. Tenía la cara desfigurada, el impacto le había dado en la nariz. 

 

  • Arruinasteis a mi familia, nos quedamos sin nada.

 Lo miré con extrañeza, mi única preocupación era Andrés. Bajé la mirada y le cogí por los hombros apoyando su cabeza sobre mi pecho, le movía obsesivamente, gritaba su nombre como esperando que así reaccionara.

 

  • Mi madre murió hace veinte días y vengo de enterrar a mi padre. ¡Asesinos! -gritó-.

 Levanté la cabeza, el muchacho me apuntaba con su arma descargada que ya no servía para nada. Tenía los ojos extraordinariamente abiertos y no paraba de gritar con rabia, desesperadamente. De repente me tiró la pistola a la cabeza y salió corriendo cuesta abajo. El asno corrió detrás de él. Y ya solo recuerdo cuando mis ojos volvieron a mirar y mi cerebro me avisó de que nunca más volvería a escuchar la voz de mi hermano, ni a ver su sonrisa.

 Ahora estoy frente al mar y pienso que existirán otros lugares a los que ir, porque hay barcos que cruzan el océano. Y eso me abre una esperanza. Iré.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



miércoles, 24 de marzo de 2021

Tránsito.

 



Voy bordeando el gris, con marcha insegura, sobre el negro del abismo, en esa especie de horizonte se van y diluyen imágenes que representan mis aciertos, mis dudas, mis momentos luminosos y también los oscuros y los atormentadamente oscuros y los esplendorosamente bonitos, y mi pie cede y resbalo y caigo lentamente al negro, pero al caer, ese es el milagro y mi asidero, miro hacia arriba por inercia y todo es blanco y gris muy claro con tonos amarillos luminosos.

Madre, cuanto amor siento, noto como me coges en tus brazos, me cuidas, me arropas, me proteges, noto la energía que irradias y que me sustenta. No siento mis piernas, ni mis brazos, cada vez noto menos mi cuerpo, pero soy de esa energía que pienso que sale de ti, aunque no lo sé con certeza, y que me dirige a saber, a conocer.

He dejado de caer, vuelvo al gris, al borde por el que me deslizo, arriba la luz, abajo el negro oscuro, pero... un punto blanco brilla en la oscuridad, muy pequeño. Y vuelvo a imaginar, ¿es esa la palabra?, números, ruidos, pantallas, voces que no distingo lo que dicen, siento de nuevo dolor y mis recuerdos, y quiero abrazar pero no puedo y quiero hablar, consolarles, dar motivos y razones, pero no puedo, me concentro e intento proyectarlos al vacio, y noto pitidos cada vez más fuertes y frecuentes a los que siguen más voces, gritos, movimiento y vuelvo a resbalar a derretirme hacia el oscuro, el negro cuyo lunar blanco va creciendo muy despacio. Ya no me consuela el blanco impoluto sobre mí. La caída es dulce.

Paz, eres mi objetivo, mi meta, todo lo que deseo. Pero siento, sigo sintiendo, no mis dedos, ni mi cuello, ni mi boca, pero siento esperanza, armonía, felicidad, libertad, sosiego, satisfacción, alegría, soy un rayo de luz, pura energía y en ese momento, el pequeño agujero blanco se ha hecho TODO, porque lo he atravesado a gran velocidad, soy un destello. Por fin estoy muerto y ahora lo entiendo todo.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 10 de marzo de 2021

El caserío.



 

Conducía relajado escuchando la final de la Copa del Generalísimo, a priori un gran partido, el Real ya casi tenía ganada la liga pero el Atlético quería precisamente ese trofeo para salvar la temporada. El cielo lucía azul y por la ventanilla bajada entraba un especial aroma a césped húmedo. El fin de semana en Bilbao había sido familiar y agradable, su tíos y sus primos se habían encargado de no dejarle ni un momento solo, ni un instante para pensar, no habían parado de llevarle de un sitio a otro, allí ya se sabe, que si unos chiquitos aquí, que si vamos al puerto de Plencia a por unos chipis, a comer unos txitxarros a Santurce, que si ahora unas copas al Tony's, pero no volváis muy tarde que mañana hay que madrugar para el mercado, y los tres con una buena torrija a las 5 de la mañana por la playa de Ereaga… Todo se acaba y en unas pocas horas estaría de nuevo en Madrid.

 Pero no, las cosas sucedieron de otra forma y de repente no sabía ni cómo había acabado el partido, ni en qué punto del País Vasco estaba. La creciente oscuridad casi no le dejaba ver su utilitario. Después de una curva cerrada, una de tantas, todo se había apagado, el motor, la radio, las luces y pisando el freno el coche se paró a un lado de la estrecha carretera secundaria en uno de los ensanches preparados para que puedan cruzarse dos vehículos. Hubiera sido mejor estar en el atasco rodeado de coches, por allí no pasaba nadie, así que después de esperar inútilmente casi tres cuartos de hora se dirigió hacia unas luces que se veían a la derecha monte arriba, seguro que en el caserío le ayudarían. Y en eso estaba, después de bajar una vertiente hacia un pequeño arroyo y subir la vertiente contraria, había encontrado un camino estrecho que aparentemente conducía al caserío.

 Llegar al sendero, entre los robles rodeados de rocas y helechos, había supuesto una considerable mejora en su marcha hacia las luces. Era muy probable que en el caserío no hubiera teléfono pero siempre podría encontrar ayuda para evacuar el coche y de alguna forma poder llegar a Madrid.

 Al fin, esa soledad que le había atormentado las últimas semanas no era tan detestable, allí estaba, él solo, responsable y víctima de todo lo que sucedía, aunque realmente con Cris todo habría sido distinto, y ahora estaría en el atasco de la Nacional I, seguramente discutiendo y ofuscado, pero rodeado de gente que le podría ayudar.

 Al llegar a la pequeña explanada vio que la luz era un foco de latón encima de la puerta y bajo una balconada que cubría toda la fachada de la casa. No se oía nada. Un viejo Citroën 2CV gris estaba entre dos abetos a la izquierda de un amplio camino de tierra. Se acercó a una de las ventanas delanteras y no vio nada ya que estaban echadas las contraventanas, la otra igual. Bordeó la casa y en la parte de atrás vio unos muebles de cocina a través de una ventana abierta. No vio a nadie. Terminó de bordear la casa y se acercó al automóvil, la puerta del copiloto estaba pintada de negro y había dos bolsas sobre el asiento trasero.

- ¿Qué haces aquí?

 Era una voz potente, bien modulada y bien dirigida, que pronunciaba con mucha claridad las palabras, no parecía de hombre. Estaba como a unos diez metros y su silueta era delgada, la falta de luz le impedía ver su rostro.

Le explicó la avería del coche y su salida en busca de ayuda siguiendo la luz.

 - ¿Estás solo? ¿Dónde has dejado tu coche? ¿No has visto a nadie por el camino?

 La mujer se mantuvo inmóvil y el interrogatorio siguió durante unos minutos hasta que acercándose a la puerta hizo un gesto de que la siguiera. La chica, de pelo oscuro y corto, delgada, fuerte y fibrosa se paró a un lado de la puerta dejándole paso.

 Una sala bastante grande ocupaba casi todo el espacio de la planta baja con la cocina al fondo y una chimenea en la pared de la derecha. Jorge preguntó por el baño para asearse un poco y orinar. Mientras se secaba las manos oyó como, desde el otro lado de la puerta, la mujer le decía que cuando terminara  se pusiera cómodo en el sofá mientras ella se acercaba a llevar a las vacas al establo, que pronto estaría de vuelta.

 En la gran sala además del sofá había una gran mesa rodeada de sillas de pino, todo en estilo castellano, un gran aparador por encima del que había un espejo ovalado colgado en la pared, también había una mesa desvencijada y sobre ella un televisor con una antena de cuernos. Eso era todo, no vio ningún teléfono.

 La chica no volvía y decidió salir a tomar un poco el aire pero no consiguió abrir la puerta, estaba como atascada. Estuvo inspeccionando por la planta baja y no había ninguna otra puerta de salida a no ser que estuviera en la habitación de enfrente del cuarto de baño, pero no pudo entrar en ella porque la puerta estaba cerrada con llave.

Así que volvió al sofá, se tumbó y al cabo de un rato se quedó dormido. 

La misma potente voz de antes le despertó.

- Aúpa! Chaval, ¿tienes hambre?

 La chica estaba depositando encima de la mesa las bolsas que vio en el Citroën 2CV.

 - Si, pero mi primera necesidad es arreglar el asunto del coche y volver a Madrid.

 - Pues para eso chico hay que esperar a mañana, te acercaré a Durango que allí hay taller, grúa, teléfono y hostal. Ahora nos vamos a cenar una tortilla y luego puedes dormir en el sofá. ¿Cómo te llamas?

 - Jorge, ¿Y tú?

 - Aintza.

 La luz del día fue esta vez lo que le despertó. Tenía una sensación muy agradable. Había pasado una buena velada con una mujer muy atractiva que lo mismo le hablaba de cocina, que de los árboles del bosque, las ardillas o del Athletic de Bilbao. Estuvieron hablando de banalidades  mientras bebían casi dos botellas de txakolí. Le gustó mucho su sonrisa y su forma franca y directa de decir las cosas. Él también le contó su historia reciente, su nuevo esquema de inseguridades, sus madrugadas de insomnio y su plan para intentar olvidar y volver a ser el de antes. Aintza le dijo que como mejor se vivía era sin ataduras de ningún tipo y que no había que olvidar, que las lecciones de la vida había que asimilarlas, se puso bastante seria, pero rápidamente cambió de conversación planteando un duelo de chistes. El txakolí había hecho su efecto. A eso de las tres de la madrugada Aintza abrazó a Jorge, le dio un beso muy cerca de los labios y le deseo buenas noches antes de subir hacia la habitación de arriba.

 ¡Aúpa chico! Como tienes los pantalones. Venga, vamos que te llevo a Durango.

 Era viernes, todo estaba en orden ya, la avería del coche se había solucionado el mismo lunes y Jorge estaba en Madrid esa misma noche. Durante esa semana había pensado con frecuencia en esa atractiva mujer a la que le gustaría conocer un poco más. Entró a desayunar al bar de enfrente y en la televisión estaban dando la noticia de que la policía había liberado al empresario vasco que habían secuestrado, había pasado doce días en un zulo cerca de un caserío en el campo cerca de Durango y sus captores, dos hombres y una mujer jóvenes, habían sido abatidos cuando intentaban huir en un Citroën 2CV color gris. Los tres estaban muertos. La imagen mostraba un coche gris con una puerta de color negro.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


lunes, 1 de marzo de 2021

Antonio Gala. No por amor, no por tristeza…

 



No por amor, no por tristeza,
no por la nueva soledad:
porque he olvidado ya tus ojos
hoy tengo ganas de llorar.

Se va la vida deshaciendo
y renaciendo sin cesar:
la ola del mar que nos salpica
no sabemos si viene o va.

La mañana teje su manto
que la noche destejerá.
Al corazón nunca le importa
quién se fue sino quién vendrá.

Tú eres mi vida y yo sabía
que eras mi vida de verdad,
pero te fuiste y estoy vivo
y todo empieza una vez más.

Cuando llegaste estaba escrito
entre tus ojos el final.
Hoy he olvidado ya tus ojos
y tengo ganas de llorar.




Antonio Gala






lunes, 22 de febrero de 2021

Campo de muerte.

 




Notó que muy pronto amanecería. Avanzaba por la llanura atravesando una niebla espesa, oliendo la humedad atravesando sus fosas nasales, sintiéndola en la piel. Iba casi a ciegas, con los ojos muy abiertos siguiendo a una sombra que caminaba delante de él, fijando su vista en ella, intentándolo. Tenía que concentrarse en el ruido, en los sonidos, las pisadas de los otros, en las suyas, en los silbidos, una rama al romperse, el silencio. Y sentía frío, en los pies mojados, en los brazos, en la barriga y el pecho, pero sobre todo indefensión y mucho miedo. Llevaba el hacha sujeta con ambas manos, apretándola con fuerza, de pura tensión le dolían los antebrazos, mientras mantenía el filo herrumbroso hacia abajo. Eso sí lo sabía, no podía prescindir de ella.

 También intuía que al otro lado les estaban esperando. Lo sabía.

 Silbaban las flechas y también se las oía alcanzar sus destinos, un sonido plano y corto, y chillidos, y llantos, y llantos que eran chillidos. Pero seguía avanzando en trance sin saber qué fuerzas le ayudaban. Escuchaba, deseando que fuera muy lejos, mil bocas aullando, augurando crueldad y muerte. ¿Serían hombres o bestias?, serían fuertes, mucho más que él. Deseaba dar la vuelta y salir corriendo, y no parar, pero ya estaba advertido de que eso era la muerte segura y mucho peor que la que posiblemente tenían enfrente. Eran masa, carne de choque corriendo hacia las bestias. Detrás estaban los fuertes, los experimentados, los bien armados y alimentados, los más crueles.

 De repente un grito desde atrás, una orden. Perdió la sombra oscura que llevaba delante mientras otras pasaban fugaces por sus costados. Se le aceleró la respiración. Él también decidió correr. Olía a miedo. Alguien gritó, miró de reojo y vio un cuerpo retorciéndose entre gritos, llevaba una flecha clavada en el abdomen, o quizás más abajo. Volvió rápidamente la cabeza. Cerró los ojos. Corrió desesperadamente. Cayó. No noto dolor. No podía moverse. Lo intentaba pero no podía. Pasaban por encima de él. Tropezaban con su cuerpo. Una mano tiró de su brazo con fuerza y una voz terrible, amenazante y dura le gritó.

 - ¡Levanta o te machaco la cabeza aquí mismo!

 Su cuerpo reaccionó y se tensó, comenzaba a levantarse, lo intentaba, y allí, en el suelo, a su lado, vio una cabeza atravesada por una flecha. Quitó con esfuerzo la mano muerta que aún apretaba su brazo. Se puso de pié de un salto. Buscó el hacha hasta encontrarla y cogió de la cintura del muerto un largo y oxidado cuchillo. Corrió de nuevo hacia donde oía los ruidos de muerte, los choques de metal contra metal, los gritos y los llantos. De repente desapareció la niebla. Y lo pudo ver. Hombres acuchillando y golpeando a otros hombres. Sangre. Barro. Paró unos instantes observando la crueldad y la muerte hasta que de pronto tensó sus músculos, miró su mano derecha y levantó el hacha. Su mirada se fue al infinito. Empuñó con fuerza el cuchillo con la otra mano y comenzó a correr hacia la barbarie.

 


Marzo 2020

Durante el comienzo de la pandemia del Covid-19 y algunos días antes.

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021











domingo, 29 de noviembre de 2020

La poesía (Los idus de marzo).

 

... La poesía es un lenguaje aparte dentro del lenguaje, inventado para describir una existencia que nunca ha sido y nunca será, y tan seductoras son sus imágenes que llevan a todos los hombres a tomar parte en ellas y a verse muy otros de lo que son. ...



Esta frase pertenece a la novela "Los idus de marzo" de Thornton Wilder. El autor la pone en boca de Clodia, bella patricia romana y musa del poeta Catulo, cuando en su propia casa se dirige a Julio Cesar en un discurso. Se trata de un momento muy delicado porque Julio Cesar acaba de sufrir un atentado cuando se dirigía a casa de Clodia.

Referencias:

Los idus de marzo: https://es.wikipedia.org/wiki/Los_idus_de_marzo

Clodia: https://es.wikipedia.org/wiki/Clodia





viernes, 29 de mayo de 2020

Oscuridad





Soy torpe, voy a levantarme, me cuesta, estoy entumecido, y me siento inseguro, despacio, primero giraré y me pondré de rodillas, he tenido que apoyar las manos y es asqueroso, a continuación apoyaré el pié derecho en el suelo, no quiero volver a tocar nada con las manos, al menos con las palmas, hay mucha suciedad, me da asco, antes no me lo daba, ya está. Ahora voy a estirar la pierna derecha, ya, estoy de pie, pero no erguido, tengo el torso inclinado hacia adelante, no me atrevo ¿Habrá altura suficiente? No huele bien, quizá a humedad, es posible, estoy sudando, iré despacio, muy despacio, ¡levanta el tronco! tienes que hacerlo, tienes que hacer algo, tienes que conocer este lugar, aunque no sepas dónde estás, para vivir tienes que arriesgar, ya está, ¡Qué alegría, estoy de pié, completamente erguido y mi cabeza no ha chocado contra nada! Me siento mejor. No. Esto no es nada. Sigo sintiendo miedo. Voy a levantar el brazo, cerraré el puño para no palpar nada, seguro que lo que toque estará sucio y húmedo, ¿Habrá algún bicho? Cucarachas caminando por el techo, sin caerse, yo no podría si hubiera techo, si al menos tuviera unos guantes… No, no toco nada, el techo es más alto, si es que lo hay. Qué bien, hay que arriesgarse, no me cabe la menor duda, me siento mejor, no me duele nada. Ahora voy a dar un paso, adelantaré la pierna derecha, claro que ¿para qué arriesgar?, voy mejor a arrastrar el pie hacia adelante ¿o mejor el izquierdo? Sí, mejor, si pasa algo que le pase al izquierdo, el derecho es el bueno, no puedo perderlo. Ya está, el talón del pie izquierdo toca la puntera de mi zapato derecho, porque llevo zapatos. Ahora voy a juntar los dos, uno al lado del otro. Y no me ha pasado nada. Voy a seguir. Ahora tengo más miedo, lo que sea está más cerca. Oigo algo, no, no distingo qué es. ¡Otra vez! ¿Una gota chocando contra el suelo? Quizás, pero muy lejano. Voy a arrastrar de nuevo el pie.

Bueno, ya llevo diez pasos, como mi pie mide cuarenta centímetros, ¡llevo 4 metros! Esto es muy grande, viviré a gusto aquí, tengo espacio suficiente, podré mantenerme en forma dando paseos varias veces al día. ¿Y cómo voy a saber cuándo es otro día? ¿Cómo voy a saber que es de día? A ver, los problemas de uno en uno. Ahora voy a volver. Tengo que girarme, pero exactamente ciento ochenta grados, he de ser preciso. Pie derecho en ángulo recto con pie izquierdo, ahora pongo el izquierdo junto al derecho. Repito la operación, una vez. Ya está. Otros diez pasos, ya estoy de nuevo donde comencé. Bien, ¿estoy cansado? no mucho, pero me vendría bien descansar un rato, he pasado momentos de gran tensión. Pero si me muevo para sentarme perderé la referencia de hacia donde he caminado. Voy a pensar un rato como solucionar este problema. Ya está, me arrodillo, echo el culo hacia atrás y me siento. Ahora me podré tumbar. De hecho voy a hacerlo. Qué asco. Ya. Mañana exploraré más. ¿Y si tengo hambre? Mañana me preocuparé. Voy a intentar dormir. Es repugnante, esto está sucio y húmedo. ¡Me hundo!

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019




                                                                                                                         2019.12



jueves, 2 de abril de 2020

Rick veinte-cincuenta (un futuro cercano)





Rick miró hacia arriba y a continuación a ambos lados, pista libre, aceleró violentamente el transporter, ya estaba en el nivel superior que esperaba que le llevaría directamente al cubo donde ejercía Paul como set advisor. El viento le acariciaba la cara y se sentía bien, lo necesitaba. De repente con la misma violencia frenó en seco y se precipitó hacia el suelo. Ya estaba frente al cubo de Paul, el descenso había sido progresivamente suave.

No sin dificultad se introdujo en el tubo distribuidor y en pocos segundos estaba en la antesala, frente al espejo. Puso su mejor y más natural sonrisa mientras al ver su imagen tomaba conciencia de nuevo de que no podía seguir así, tenía que hacer algo más de ejercicio, no había excusas.

  • Hola Rick, ¿Que te trae por aquí?
  • Buenos días Paul, hace mucho tiempo...
  • Pues sí las vacaciones no estuvieron mal ¿verdad?
  • Sí, quizás el año que viene podríamos volver a hacer algo.
  • Me temo que no va a poder ser. El año próximo tengo mucho trabajo. Bueno, imagino que has venido por algo importante.
  • Sí Paul, no ha sido fácil la decisión, necesito cambiar de set. No soporto a Josué, mira que lo he intentado pero ya no puedo más.
  • Sabes que va a ser díficil y además bastante caro...
  • Por eso vengo a verte.
  • ¿En que vas a basar tu petición?
  • ¿Acoso? ¿Qué te parece?
  • A ver, cuéntame.


Rick estaba muy contento cuando llegó al home, había conocido a Rita en el Atlántico occidental recolectando sardinas, durante el mes que duró se llevaron bien, había complicidad, tenían algunas aficiones y gustos comunes y pocos incompatibles, ambos eran hetero sexuales y concebían el sexo como algo gozoso por encima de todo, por lo tanto ninguno era excesivamente exigente en ese aspecto. Entonces él vivía en una cabaña en el campo trabajando como guarda forestal salvo en los periodos de labor estatal, como todo el mundo, y por lo tanto su cuota contaminativa era muy baja. Rita vivía en un set de una ciudad desde hacía dos años. El set estaba compuesto por dos hombres y tres mujeres. Los dos hombres y una de las mujeres eran bisexuales. Aún no había ningún nato. Rick fue aceptado rápidamente en el set por su baja cuota contaminativa acumulada. Todo había ido bien durante los dos primeros años, la convivencia fue buena, el home era muy cómodo y dado que al poco de llegar habían tenido un nato, podían estar tranquilos porque tenían un colchón de seis años para el siguiente, el sexo reproductivo no tenía que considerarse una obligación por el momento, podían disfrutar.

Pero unos meses después de la llegada del nato abandonaron el set los otros dos varones y como consecuencia de ello tuvieron que buscar un hombre nuevo. Estuvieron durante un mes entrevistando a candidatos y finalmente eligieron a Josué que provenía de una región fría de Centroeuropa, también con una baja cuota contaminativa. Al principio todo fue bien pero después de un tiempo el nuevo comenzó a ponerse nervioso con los asuntos reproductivos y los plazos. Ahora estaban en el punto en que tenían unos calendarios reproductivos exahustivos controlados férreamente por Josué,creando muy mal ambiente en el home. El sexo fecundativo era el centro de cualquier actividad de la casa, todo tenía que estar supeditado a esas sesiones sin descanso ni disculpa y Josué era el severo guardián de ello.

Las chicas tampoco lo llevaban bien pero a Rick esta situación había llegado a obsesionarle hasta tal punto que únicamente soñaba con el mes de labores estatales para poder huir del home y de Josué, con el que ya había tenido algunos altercados muy violentos aunque nunca llegando a lo físico.

  • ¿Las chicas estarían dispuestas a declarar ante el juez corroborando lo que dices?
  • Yo creo que sí.
  • Porque si es así quizás lo mejor es que pidierais la expulsión de Josué del set, aduciendo y demostrando que realmente os está acosando. Y eso no os costaría nada a ninguno.
  • Ah, estoy tan agobiado...
  • Yo creo que lo mejor es que hables con ellas y me cuentes. ¿Cuando tienes tu próxima labor estatal?
  • Este semestre ya la he tenido, en Septiembre marcho a China a recolectar algodón.
  • Pues convendría moverlo rápido.


Mientras Rick esperaba el transporter que acababa de solicitar pensaba en la forma de abordar el asunto con Rita, si conseguía convencerla la cosa sería mucho más fácil con las otras dos. En las violentas disputas con Josué siempre le habían frenado, lo que era un motivo de agradecimiento hacia ellas, pero estaba seguro de que su nivel de hartura era muy similar al suyo.

Pronto llegó el transporter, que asió con la mano derecha elevándose automáticamente a toda velocidad hasta alcanzar el nivel que le conduciría al home.

Por primera vez en muchos meses Rick no sentía rechazo a volver a su casa.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2020


2020.01











lunes, 30 de marzo de 2020

Así mismo soledad.






- Pásamela, venga pasa, ¡que no es solo tuya!

El chaval que corría por la orilla pegó un puntapié a la pelota hinchable para pasársela a su amigo. Pero fue Julián el que recibió el liviano peso sobre su cara.

- Perdone señor -gritó el segundo chico mientras recogía la pelota y salía corriendo-.

Julián aún no era consciente de dónde estaba ni qué había pasado. La sombra agresiva del sol del caribe, aún filtrado por la sombrilla, hacía que sus ojos no pudieran abrirse del todo y un reguero de saliva iba de la comisura de sus labios hacia su cuello. Separó su lengua del paladar repetidamente mientras levantaba el tronco apoyándose en los codos.

Al cabo de unos instantes se dio cuenta de que se había quedado dormido. Comenzó a desperezarse estirando brazos y piernas. Era su tercer día de vacaciones y los dos mojitos y los nachos con guacamole del aperitivo habían hecho bien su trabajo. Miró el reloj, eran las cinco y cuarenta y dos, y decidió que aún permanecería en la playa un rato, pero sería bueno que fuera pensando en qué hacer luego. Las tardes eran muy largas y las noches aún más.

Sus pensamientos le llevaron muy lejos, pero los rechazó, unas vacaciones eran para divertirse y ahora podía hacer lo que quisiera. Recordó la primera noche cuando cenó con una single como él. En recepción hicieron el arreglo. Se encontraron en el restaurante japonés. Morena, pelo corto, guapa, entre 40 y 50, como él. Al principio la situación fue un poco embarazosa. Ella llegó cuando él estaba ya con el segundo margarita. Se levantó y mientras miraba sus oscuros ojos verdes intentó plantificarla dos besos carrillo contra carrillo, pero ella hizo un escorzo apartandose.

- Perdoná en mi país solo es uno. No estoy habituada. -Se excusó ella con una sonrisa apagada.-

Tras las presentaciones, se sentaron uno frente al otro y después de un brindis inicial y mientras inspeccionaban la carta para pedir la comanda, comenzaron a hablar sobre Buenos Aires, de donde era Adriana. Julián disimulaba porque su mirada tendía a ir directa y continuamente a los pechos que ella mostraba ampliamente. Notó que se dio cuenta y ya no supo dónde mirar, pero pronto llegó el primer plato y pudo centrarse en la comida.

Después de la cena, en la playa, y con tres daiquiris encima, ella comenzó a contarle porqué estaba sola allí y entonces Julián deseó fervientemente que todo acabara pronto para irse a dormir. A las dos y media, en la puerta de la habitación, Adriana se empeñó en que pasara a tomar la última aduciendo que algo habría en el minibar.

Julián amaneció en el sofá de la habitación, solo recordaba el inicio de la repetición tercera del drama de Adriana: su mejor amiga Virginia y su esposo Lautaro. ¡Qué cabrón! Pensó. Se asomó al dormitorio y al verla durmiendo vestida sobre la cama, se fue rápida y sigilosamente a desayunar.

Nunca más, pensó mientras se dirigía a su habitación. Al día siguiente cenaría en el buffet, se pondría ciego a guacamole, y luego... ¿Y luego qué? Bueno, pues ya lo pensaría. Volvió de sus recuerdos y vio que ya quedaba poca gente en la playa. Decidió que iría a Puerto del Carmen, a seguir haciendo lo que le apeteciera. 

Si estuviera en su casa de Oliva se acercaría a Gandía a cenar y luego daría un paseo por la playa hasta que... bueno eso ya había pasado, además ya no estaba claro que su casa de Oliva fuera suya. Se levantó, cogió su bolsa y se fue hacia la habitación.

Ya duchado y vestido de calle se fue a recepción y pidió un taxi. Una vez en la ciudad, Julián se recorrió la calle de arriba a abajo y luego de abajo a arriba. Así tres veces. Y ya cuando notó sus pies soliviantados, decidió ir a seguir divirtiéndose al resort. Al llegar vio a Adriana en el bar tropical con un tipo pelirrojo con cara de pánico. 

Al abrir la puerta de su habitación vio la enorme y solitaria cama, se acercó a la maleta abierta, cogió la novela que estaba leyendo y se tumbó. Antes de abrir el libro miro al techo y suspiró: para él era aún demasiado pronto para explotar su libertad, tenía que dar tiempo al tiempo. Aunque intentaba leer, sus pensamientos se iban al Mediterráneo. Aún le quedaban cuatro días de vacaciones, tenía que mantener la calma.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2020


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sábado, 28 de marzo de 2020

¡Mágico!


Dedicado a Raquel con todo mi cariño en su cumpleaños muy especial (14/06/2021)



Era una casa no muy grande ni demasiado antigua, al menos de aspecto, el tejado era negro, de pizarra, y caía a dos aguas, ambas en nuestro jardín, el revestimiento exterior era tirolés blanco. La construyó un tío de mi abuelo allá por 1920, cuando todo esto era campo, y había sufrido un montón de reformas desde entonces.

¡Cómo me gustaban las fresas! Mi mamá las preparaba muy bien, cortadas en cuatro trozos, un poquito de azúcar y muy fresquitas. Me las ponía por las mañanas, para desayunar, antes de ir al colegio, mientras mi papá comentaba con ella las cosas que les ocuparía el día. Sí, desayunábamos juntos en esa gran cocina que comunicaba directamente con el jardín trasero en el que mi madre cuidaba un pequeño huerto. Ambos trabajaban mucho, mi padre vendía ordenadores muy grandes y muy potentes y mi madre estaba multiempleada aunque algunas de sus ocupaciones no reportaban nada a la economía familiar, al menos directamente. Era muy conocida en el barrio, promovía iniciativas ciudadanas, gestionaba ayudas a los necesitados, daba conferencias sobre los aspectos asociativos vecinales, escribía artículos para el boletín de Ciudad Lineal y colaboraciones esporádicas para el Diario de la Tarde de Madrid, la mayoría sobre aspectos de la vida social en nuestro barrio, por esto último le pagaban algún dinero. Y ahí no acababa la cosa, no paraba, siempre estaba muy ocupada. Pero su actividad principal, la que más le gustaba, era escribir. A los cincuenta y pocos publicó una novela que tuvo relativo éxito y tres años más tarde otra con la que finalizó su carrera literaria pública.

Después de desayunar, mi papá y yo salíamos hacia el colegio mientras mi madre subía las escaleras y se ponía a escribir. Noe seguro que seguiría con sus recuerdos, era la segunda cosa que más le gustaba. Bibi nos recogía todos los días a las tres y me llevaba a casa, yo normalmente era la tercera, por lo que no llegaba hasta por lo menos las tres y media. Nada más pasar la gran puerta metálica que daba a la calle había un pasillo muy ancho y bastante largo en el que mi padre dejaba el coche y al que daba la ventana de mi cuarto, que estaba en la planta baja. Un poco más adelante se abría el jardín a la vez que se estrechaba la casa hacia la izquierda. En esa parte, que era como un pegote de una sola planta, estaba la cocina a la que se entraba por la puerta más utilizada de la casa.

Abrí la puerta, no había nadie y mi madre tampoco estaba en la habitación del fondo, porque de estarlo se oiría la televisión, a mi madre le gustaba ver la tele mientras planchaba y en ese cuarto a esa hora de la tarde solo se planchaba. Me acerqué al mueble de la izquierda, abrí la puerta y cogí un montón de galletas de la caja. La cocina comunicaba con el pasillo, y una vez en él abrí la puerta de la derecha. Nada, en el comedor solo había una bolsa de la compra encima de la mesa, me acerqué y vi que había naranjas dentro. Era un salón muy grande y bonito, en forma de ele con unos grandes ventanales por los que entraba mucha luz y brisa en verano. Muebles clásicos de madera maciza en la parte del comedor y varias librerías y dos cómodos sofás tapizados con motivos florales en colores vivos frente a la chimenea que en invierno usábamos bastante. Salí de nuevo al pasillo por la puerta del salón y fui directamente a mi cuarto para dejar mi cartera de cuero con los cuadernos del cole. No había nadie, tampoco se oía ningún ruido. Así que abrí la puerta del cuarto trastero que había al lado de mi habitación para charlar un rato con Noe, me gustaba, me hacía compañía y me tranquilizaba. Además me divertían mucho sus historias, las que más las de cuando las tropas francesas invadieron Madrid y se comportó como un auténtico héroe. Decía que seguramente era lo que más me gustaba porque era lo más real, lo que verdaderamente había vivido, que aunque también conocía historias muy interesantes de muchos otros asuntos, en realidad se trataba de cosas que había visto como se ve una película, o mejor, una obra de teatro, sin haber participado en ellas, él no podía participar ya en nada, y claro, no era lo mismo porque no podía poner el mismo entusiasmo al contarlo.

No había nadie en el cuarto, ni rastro de Noe. Me pareció extraño, solo me quedaba investigar por la planta de arriba donde estaba el dormitorio de mis padres. Allí mismo, frente a mi habitación estaba la escalera, que ascendía en dos tramos. El dormitorio era enorme, junto con el cuarto de baño ocupaba las tres cuartas partes de la planta de la casa. La cama en medio pegando a la pared, a la derecha la zona de mamá con una gran mesa de madera y dos sillas y una butaca, para escribir y sus negocios como decía ella, a la izquierda la de papá con una tele, una gran butaca de imitación a cuero y lo más importante: una bicicleta estática semiprofesional que, según él, utilizaba todas las mañanas. Pues allí, allí estaba Noe… y también mi madre. Se había quedado dormida sobre la cama, pobre, no paraba, y Noe estaba tumbado junto a ella mirándola embelesado. Porque Noe decía que mamá era la mujer más guapa que había conocido y que prefería no verla mucho porque se ponía triste de su condición, en aquellos momentos me dejaba descolocada porque no sabía a qué se refería con "su condición", y que si no fuera por eso ya se podía ir preparando mi padre, porque se la quitaba. Me acerqué a ellos y me puse a charlar con Noe, le dije que era un ridículo y que si no quería coincidir con mi madre esa no era la mejor forma. Me decía que se conformaría con poder tocar su cabello u oler su piel. En esos momentos, cuando se ponía así, me daba pena, como cuando me veía comer fresas maduras, o beber un vaso de leche u oler una rosa del jardín. Pero entonces, se incorporó de golpe en la cama y me dijo "fuera penas", que no podía quejarse, que me tenía a mí y podía hablar conmigo y ver los atardeceres y escuchar la maravillosa música que algunas veces ponía mi padre y escuchar la voz de mi madre... y justo, en ese momento se volvió a poner triste, debía estar muy enamorado. Ese día, mientras ella dormía, me contó una de las cosas más impactantes que haya oído nunca: cómo fue su muerte. Le fusilaron los franceses después de caer prisionero en una emboscada. Unos soldados le reconocieron como el culpable de la explosión del polvorín central, que les dejó sin municiones más de medio día. Le fusilaron en la zona de Moncloa, y muchos años después se reconoció a sí mismo en un cuadro del Museo del Prado, con una camisa blanca y alzando los brazos delante del pelotón de fusilamiento. El pintor le sacó muy poco favorecido, pero le hacía ilusión haber pasado a la historia.  Me quedaba embobada escuchando sus historias, siempre ha sido así. Nunca me lo había planteado hasta ese momento: pero si le mataron hace tanto tiempo… ¿Porqué seguía allí, en casa, conmigo? ¿No tendría que estar en el lugar donde reposan las personas que han muerto? Pero justamente cuando se lo iba a preguntar, se despertó mi madre. Me dio un beso mientras se desperezaba y me acariciaba el pelo. Noe me gesticulaba dándome a entender la envidia que le daba, le ignoré, y cuando volví mi vista de nuevo hacia él vi como se estaba diluyendo en el suelo. Mamá me dijo "¡vamos Laura!", me cogió de la mano, bajamos a la cocina cantando y bailando una canción de Mecano y nos pusimos a hacer rosquillas según la receta que me habían dado en el colegio.

Unos días más tarde, cuando me acordé, le volví a preguntar y Noe me lo contó todo de la forma más sencilla que se podía. Imagino la cara que debí poner pues no entendía, me resultó muy complejo, tan solo tenía ocho años. Realmente tenía muy difícil su salida del mundo de los vivos.

Son recuerdos bonitos de mi niñez que ahora que vivo sola me gusta rememorar en mis momentos de sosiego junto a él, mi gran amigo, ¿Verdad Noe?



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019

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viernes, 27 de marzo de 2020

Mi día de fiesta






Me gusta salir de casa para vivir. Cojo mi bolsa y bajo las escaleras. En el último tramo evito el tropezón. Es sábado mañana y la calle está llena de gente. Cuando aún no he llegado a la esquina de la cervecería se pone a llover. ¡Vaya! Ya sé, es necesario, pero lo odio. Carlos está metiendo barriles de cerveza de trigo. Nos saludamos. Nos caímos bien desde el primer día. Sigo caminando hacia el metro. La señora que pide en la puerta del supermercado se echa hacia atrás, a mi paso, nunca me había pasado. ¿Será para protegerse de la lluvia? Quizás, bueno me olvido, será cualquier cosa. Ya en la rotonda uno de los conejos que viven en la zona ajardinada central me levanta la pata saludándome, es el blanco, pero hoy no lleva el reloj, será porque es sábado. Cuando llego a la esquina del centro comercial diluvia. Entonces es cuando me doy cuenta: mi vida, hoy, se va chafando de esquina en esquina. Bajo las escaleras del metro deseando que no esté inundado. Mientras, el agua moja mis tobillos. Me alegro porque me gusta bucear en el metro, qué contradictorio. También me gusta lo inesperado y lo inverosímil. Ya en el vagón noto que el agua está un poco más sucia, cierro completamente la nariz y saco el móvil para mimetizarme con todos los pulpos y sirenas que van conmigo. Voy contento porque pronto estaré en el mar. Allí nos veremos amigos.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2020



Febrero 2020








jueves, 26 de marzo de 2020

Bares de Vicalvaro



(Actualizado a febrero 2020)



El tiempo hace que las cosas cambien y esto es lo que ha sucedido con los bares de Vicalvaro, al igual que con otras muchísimas cosas en el mundo. Unos por la mala gestión de los dueños, otros porque el dueño se jubiló y otros por cambio de propietario, el caso es que algunos se han caído de esta lista.

Estos y solo estos son hoy en día mis bares favoritos de Vicálvaro. 

No incluyo Valdebernardo donde hay dos o tres que incluiré en otra entrada de este blog.

Bar La Plaza


Plaza de Don Antonio de Andrés, 14

Mi bar de referencia para aperitivo y media tarde. 
Las cañas mejor tiradas de Vicálvaro, sin ningún genero de dudas, acompañadas de un más que correcto pincho. Las cañas siguen a 1,30€.
Los sábados, domingos y festivos a la hora del aperitivo tiene un ambiente bullicioso y alegre.
Hay unas pocas mesas altas afuera, al lado de la puerta, donde disfrutar del sol y del ambiente de la plaza, también para el cigarrito de los fumadores.
La terraza en verano es agradable por la tarde, cuando ya no da el sol.
Los aseos están razonablemente bien.

Cervecería Alquitara


Calle Villacarlos, 16

Cervezas de todo el mundo y un amplio repertorio de cervezas artesanales.Muy buen ambiente de gente cervecera.
Variedad de platos para comer acompañando a la cerveza, entre los que quiero destacar las hamburguesas (muy buenas) y los platos de salchichas variadas. Buen precio en la comida, las cervezas de este tipo son caras en todos los sitios, no es la típica caña, que no tienen.
La terraza es muy agradable y cuando hace buen tiempo tiende a estar llena cualquier día de la semana a partir de la 20:30. Se puede reservar.
Carlos, el dueño, además de saber mucho de cerveza, vive para su negocio, en caso de dudas dejaos aconsejar por él. Siempre hay varios grifos de cerveza de los que al menos uno suele ser de cerveza artesanal La Vicalvarada. 
No suele haber pincho que acompañe a la cerveza, salvo en ocasiones excepcionales como la feria de la tapa de Vicálvaro, aunque siempre te pone un bol de snacks.
El coste mínimo de una cerveza, la rubia más normal de barril, 33cl, puede ser unos 3,00€.
En la época del Oktoberfest de Munich, Carlos trae barriles de cerveza especial de distintas marcas, os aconsejo que probéis de todos los barriles. Es un sitio ideal para ir a celebrar el Oktoberfest. Además en esa época tiene menús especiales con codillo cocido o asado y más platos típicos bávaros.
Los aseos son muy mejorables.

Churrería Bernis


Plaza Don Antonio de Andrés, 4.

La alegría de Vicálvaro y la mejor terraza, es un sitio a tener muy en cuenta por muchos motivos, empezando por la amabilidad de los dueños.
Sí, es una churrería donde desayunar maravillosamente, y no solo porras. O donde merendar chocolate con churros.
Tiene una gran terraza para el verano y la primavera, para cuando hace buen tiempo. Puedes tomar en ella botellines o cañas, no te obligan a pedir doble de cerveza o tercios. Siempre te ponen más de un plato de aperitivo. Ojo si pedís raciones porque son muy muy grandes.
Y luego, cuando hay cualquier tipo de fiesta (fiestas de Vicálvaro, carnavales, nochevieja, etc…), es el sitio de referencia donde ir: música, alegría y gran ambiente. 
Son gente encantadora y muy amable.
Sería una injusticia enorme no decir que hacen de las mejores porras que he tomado nunca.
Precios razonables.
Los aseos están razonablemente bien.


Bar Carrillo



Calle Lago Van, 5

Un local que mantiene sus virtudes a lo largo del tiempo,  a la vez que innova en las cosas que a mí particularmente me gustan, los vinos. 
Desgraciadamente cuando vas a un bar en Madrid y pides una copa de vino te ponen un “rioja” o un “ribera“ si quieres un tinto y un “rueda” si es blanco. Todos de la peor calidad y con el peor trato posible (probablemente abierto hace 15 horas y mal cerrado o caliente si es blanco). 
Aquí no, en Carrillo hay variedad y calidad (dentro de los precios que ofrecen, claro). Los vinos los mantienen en un mueble especial, a la temperatura adecuada y bien cerrados.
Por lo demás te ponen siempre un buen pincho y además de bocadillos y montados tienen raciones bien cocinadas entre las que me gustaría destacar los callos, la oreja guisada, la tortilla de patata y el magro en salsa de tomate.   
Buenos precios y mucha amabilidad.
Los aseos están muy bien, lástima que algunos de los que los utilizan, algunas veces, no lo hacen con el cuidado debido.








miércoles, 25 de marzo de 2020

El primer contacto


Ahí estaba la pelota, inmóvil, pegada al suelo mientras la miraba muy serio, con unos ojos que se me salían de la cara. Luego mi mirada fue de la mesa al suelo y otra vez a la mesa y otra vez al suelo, perplejo, no entendía, estaba hecho un lío, ¿cómo podía ser?

Hacía solo unos instantes había conseguido ponerme de pié, yo solo, y en mi triunfante equilibrio había caminado dos pasos, alargado la mano sobre la superficie de la mesa y cogido la pelota roja de goma que me había regalado mi tío Jorge. Aunque era pequeña me costó prensarla con una sola mano, pero lo conseguí. Todos los días me encontraba con nuevos retos. Después la rodeé con las dos manos mirándola y palpándola, en realidad la sobé un poquito, me gustaba su tacto. Finalmente volví a agarrarla solo con la mano derecha y abrí los dedos: la pelota cayó e hizo ruido y botó un poco y yo salí titubeante detrás de ella. Qué emoción, qué alegría, eso debía ser jugar. Y me encantó. Hasta ese momento fue un día muy feliz.

Cuando la pelota paró me acerqué a ella y dejé caer mi culo para sentarme y cogerla y seguir jugando. Me alegré mucho de llevar pañales porque amortiguaban el golpe. Volví a cogerla con la misma mano, con la palma hacia arriba, y de nuevo abrí los dedos, pero nada, la pelota no se movía, seguía sobre mi mano sobre el suelo ¿porqué no subía? Lo repetí una y otra vez, probé también con la otra mano, siempre lo mismo, era muy frustrante.

Así que me cansé y la dejé en el suelo.

¿Ahora entendéis mi perplejidad?

Y si subía, ¿donde iría? ¿al techo? ¿otra vez sobre la mesa? Sí, seguro que era eso, volvería a su sitio, sobre la mesa, me gustaba pensar que fuera así, de esa forma cada cosa tendría su sitio donde volver y eso quería decir que también yo, cuando me perdiera, volvería siempre a mi casa. Ese era un asunto que me preocupaba mucho: perderme y no ver más a mi mamá.

Y entonces me propuse investigar, era un reto importante. Pensé en subir al techo y volver a realizar mi experimento, pero justo en ese momento me di cuenta de un verdadero problema, la mesa. Para que todo estuviera igual y poder repetir todo en las mismas condiciones, tenía que conseguir que la mesa estuviera en el techo, aunque me temía que iba a suceder lo mismo que con la pelota, pero tenía que intentarlo. Me volví a poner de pie tras cuatro intentos en los que el culo se me iba hacia atrás, pero como era muy insistente lo conseguí, me acerqué a la mesa y sujeté una de las patas con las dos manos y a continuación las abrí. Nada la mesa no subía, no se movía.

Jolín, las cosas caían hacia abajo pero no hacia arriba ¿por qué?

Volví a repasar todo. A ver: me pongo de pie, cojo la pelota de la mesa, la sujeto con la mano derecha, abro la mano y la pelota cae al suelo. Una vez la pelota en el suelo, la cojo con la misma mano, la abro y la pelota no se mueve, no cae al techo,  y mira que espero, pero nada.

Decidí parar un rato, sentarme y pensar, porque los niños hay veces que estamos tranquilos sin hacer nada mirando al techo y los mayores piensan que estamos haciendo caca, pero no siempre es así. Entonces volví a echar el culo hacía atrás y caí sentado y me di cuenta de lo fácil que me resultaba sentarme y lo mucho que me costaba ponerme de pie… ¡eso era importante! Así que seguí pensando en ello.

Estuve experimentando durante largo tiempo, mis papás decían que desde que había descubierto la pelota no hacía nada más que jugar con ella. 

Y nunca se me olvidará: al día siguiente, después de muchos experimentos con la pelota y también algunos con mi culo, con vasos de agua, ahí mi madre se enfadó mucho, con mi chupete y con cualquier cosa que caía en mis manos, saqué una maravillosa conclusión para el resto de mi vida. Bueno, dos.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2018


                                                                                                                               
                                                                                                                               Abril 2018