Era un martes soleado y frío del mes de enero,
caminaba pisando la tierra húmeda de uno de los paseos del Parque del Retiro, ese que une
la Puerta de Alcalá con el estanque. Ambas manos en los bolsillos del pantalón,
un chaquetón corto relleno de plumón y unos zapatos con una gruesa suela de
goma. Hacía un frío intenso que se le colaba por el cuello abierto de la camisa
a pesar de la bufanda que lo rodeaba.
Una paloma se posó delante de él aleteando y mirándole
fijamente hasta que le dijo:
- ¿Qué vas a hacer? ¿Qué estás haciendo?
- Ya lo ves, ya lo estás viendo, simplemente
paseo, intento centrar algún pensamiento, cada vez me cuesta más.
- ¿Porqué? ¿Qué te pasa?
- Yo creo que es el cúmulo de malas noticias,
creo que la negatividad se transmite, es como un halo invisible que nos rodea e
incide en nuestro estado de ánimo.
- ¡Cómo sois los humanos!, quizás os falte el
don de poder volar, de que vuestro cuerpo se sienta libre en mitad del aire, de
poder mirar las cosas que suceden desde un lugar en el que podéis contemplar un
paisaje amplio que relativice lo feo, lo oscuro a la vez que hace lo mismo con
lo claro, lo alegre. Vuestro mundo en las ciudades es muy pequeño.
- ¿Realmente tu crees que eso solucionaría
algo?
- No se, pero podríamos probar.
- En realidad creo que no es sólo la negatividad
que nos rodea, aunque también, sino que estoy bastante harto de la sociedad en
la que vivo, ese mundo en el que muchos tienen que pagar muy duro y durante
mucho tiempo por algo que han hecho otros pocos, muy pocos y muy mal. Esos que
han actuado de una forma o demasiado inconsciente o muy canalla.
- Ya, pero para eso tú no tienes la solución.
Ni siquiera puedes mitigarlo.
- Tienes razón, pero me rebelo. Cada cual
tiene su carácter.
- ¿Porque no te vienes a dar una vuelta
conmigo? Un día como hoy lo que puedes ver desde el cielo de Madrid es algo
grandioso.
- De acuerdo, vamos, ¿como lo hago? ¿como lo
hacemos?
La paloma aleteó de nuevo y salió volando, al
cabo de pocos segundos volvió con otra muy parecida a ella, grisácea con las
alas rojizas. Se posaron ambas delante de él y le dieron instrucciones de
ponerse unos guantes de lana que llevaba en los bolsillos y posar cada uno de
sus pies en ellas. Al comenzar a volar sintió como perdía el equilibrio hasta
que otro par de palomas se posaron debajo de cada una de sus manos. Así los
cinco se elevaron sobre el parque y volaron sobre los tejados de la ciudad.
El frío era tremendo pero las vistas hermosas.
Disfrutó y su ánimo se serenó.
Después de unos minutos las palomas le dejaron
en el mismo sitio en el que le habían encontrado.
Se encontraba mejor, más tranquilo. Pero
después de unos pasos, cuando llegó hasta el estanque, se dio cuenta de que la
situación permanecía, no había cambiado nada. Solo había recibido el regalo de los
Reyes Magos con un poco de antelación. Estaba igual de confundido que antes.
Cualquiera puede tener un día malo. Se iba a levantar, sabía que iba a hacerlo.
Menos lo de las palomas ya todo le había sucedido antes.
Los Reyes Magos le habían regalado un precioso
viaje y determinación para luchar, con lo poco de que disponía, contra la negatividad y la falta de justicia.