Buscó nerviosamente en ambos bolsillos de su
abrigo, luego en los pantalones, de nuevo volvió al abrigo, empezaba a
agobiarse, finalmente las encontró, estaban allí, en el bolsillo derecho.
Respiró profunda pero no relajadamente. Sacó el llavero e introdujo una de las
llaves en la cerradura, un par de sonoras vueltas y la puerta se abrió.
Estaba cansado tras un día de trabajo y lo que
más le apetecía era abrir el frigorífico para sacar una lata de cerveza. En la
encimera había un plato con unas cuantas naranjas y alguna mandarina, las miró
y pensó que quizás sería más sano tirar de ellas, pero mientras lo pensaba su
mano izquierda ya había abierto la nevera y en la otra tenía una lata de
cerveza fresquita, fresquita, muy fresquita.
Cogió un vaso y se dirigió con ambas manos
ocupadas a la salita. Se sentó en el sofá y volcó el contenido de la lata en el
vaso.
Encima de la mesita estaba el mando a
distancia de la televisión. La encendió. Un grupo de gente estaba gritando
alborotadamente y diciendo tonterías acerca de una famosilla que curiosamente
no estaba en el plató. Banalidades que no le interesaban, es más, le
incordiaban. Cambió de canal, más tonterías. Volvió a cambiar, una película muy
antigua. Apagó la tele.
Llevaba el vaso de cerveza por la mitad cuando
se levantó y se acercó al ordenador personal, revisó su correo electrónico y
entró en el par de redes sociales que frecuentaba. Para cuando se levantó el
vaso de cerveza estaba vacío.
¿Y ahora qué?
Recordó que tenía que comprar leche y azúcar,
pero no le apetecía nada salir a la calle.
Salió y se acercó al supermercado que había en
una manzana contigua. Hacía un bonito día de sol invernal. En la puerta del super
estaba la mujer indigente, o no, que nunca se sabe, de todos los días.
- Buenas tardes -dijo la mujer-.
La contestó, pero no hizo gesto de sacar una
moneda. Pasó los tornos, cogió una cesta y fue directamente a los pasillos del azúcar
y de la leche. Enseguida estaba en la caja pagando. A la salida volvió a
saludar a la señora que pedía y se dirigió al estanco pues, aunque aun le
quedaban algunos, iba a quedarse pronto sin cigarrillos.
En el escaparate del estanco había varias
bolsas de tabaco de liar de distintas marcas y unos paquetillos de papel para
hacer los cigarrillos. También había pitilleras de distintos modelos y bonitas
cajas para llevar el tabaco de liar. Estuvo echando una ojeada a todo. Echó en
falta maquinitas de liar cigarrillos, sobre todo de las de rodillos, por las
que últimamente estaba interesado. Entró, esperó su turno y compró un paquete
blando de L&M azul, cuatro euros.
¿Qué sería de Juan Ramón? Hacía bastante
tiempo que no hablaba con él. Ricardo le había contado hace unos días que tenía
problemas familiares, a su padre le habían ingresado en el hospital y andaba
bastante liado con eso y su trabajo. Llevaba el móvil en el bolsillo y decidió
llamarle mientras regresaba a casa.
Cuando volvió a sacar el manojo de llaves para
abrir el portal de la calle ya sabía que a Juan Ramón tenía que llamarle
frecuentemente para preguntarle como le iba. Los problemas que tenía eran importantes
y aunque quizás pronto todo se resolviera bien, ahora mismo estaba un poco
agobiado.
De nuevo en casa se le ocurrió que quizás lo
mejor que podría hacer era preparar la cena. En realidad había poco de donde
tirar: pasta, arroz, embutido, queso, algunas latas y algún congelado. Se
trataba de cenar algo ligero, así que se decidió por el arroz con algo... Al
cabo de una hora ya había cocinado, puesto la mesa, servido la comida, cenado y
recogido.
Estaba con ganas de poco, así que se tumbó en
el sofá y se puso a mirar la televisión. Era lo más fácil y cómodo. Buscando
con el mando encontró una película de acción de hace unos años en la que se
quedó. Lo siguiente fue despertarse con una conocida sensación de somnolencia y
relajación muscular. Había que irse a la cama, el día siguiente era laborable y
tenía que levantarse temprano, no mas tarde de las seis y veinte.
Eso hizo.
José Ignacio Lapido dice en su canción que
existen rincones secretos en el alma. En realidad existen rincones
incomprensibles, incluso para nosotros mismos.