Creo en la
posibilidad de que exista la transmisión de los estados de ánimo. La tristeza,
al igual que la alegría, la irritación, el ánimo y el desánimo, la positividad
y la negatividad, posiblemente puedan transmitirse involuntariamente.
¿O quizá sea que
esos estados de ánimo nos los transmite, nos los crea, la situación que nos
rodea? Que somos emocionalmente permeables a lo que sucede a nuestro alrededor.
Quizás sea más
bien esto último.
Ahora, por
ejemplo, existe mucha tristeza y negatividad en nuestra sociedad. La inmensa
mayoría de las noticias que nos llegan son negativas. Estamos jodidos. La
mayoría. Porque no tenemos motivos para estar de otra forma. Y tampoco vemos
señales de que en un futuro cercano las cosas vayan a mejorar.
El Estado, en sus
distintas formas, nos oprime. Nuestros gobiernos, el nacional, el autonómico,
el local, nos oprimen y nos exprimen. Sus armas son las fuerzas policiales, la
administración de justicia y su aparato burocrático. ¿Quién puede luchar contra
ellos? Tienen toda la fuerza del poder, te aplastan.
Abundan las
situaciones de injusticia a múltiples niveles. Vivienda, trabajo (precario y
abusivo), falta de trabajo, alimentación, falta de calor para nuestras
viviendas en el crudo invierno, sanidad, multas (nos multan casi por cualquier
cosa con afán claramente recaudatorio), corrupción, incumplimiento impune y
repetido de la legalidad por parte de algunos, apropiación de nuestros ahorros,
desatención de los más necesitados, falta de valores éticos recompensada,
siempre, ... todo para que ese 1% oprima al 99% restante.
Ese 1% protegido
por los representantes a los que votamos el 99% restante. Esa administración de
justicia que no castiga debidamente al que roba un millón pero que hunde a los que se
retrasan en pagar trescientos. Ese juego de la Bolsa en el que los dos propietarios
de un veinticinco por ciento putean sistemáticamente a los quinientos mil propietarios
del otro setenta y cinco, puteo perverso, porque los necesitan. Pero todo está
montado así.
Es igual que un
juego de trileros. Uno de ellos en el centro con los tres cubiletes y la única
bola. Compinches a su alrededor jaleándoles, jaleando su fraudulento juego. Y
otros compinches mezclados entre la gran muchedumbre que les rodea con la
intención de robarles la cartera al menor descuido. La banda no se conforma con
lo producido por su juego, quiere más, quiere las demás pertenencias del
público. Lo quiere todo.
Y nosotros nos
dejamos, sin rechistar. El que le va bien no protesta porque aún le va bien y
espera que le siga yendo. A muchos de los que les va rematadamente mal, que
incluso están hundidos, no protestan, simplemente porque ya no saben hacerlo, no
saben ni quejarse.
Y todos tristes,
desanimados, muchos desempleados y otros, además, enfermos y en la calle.
Así vamos.
Y yo me pregunto,
¿Cuándo vamos a llegar al punto en el que una mayoría decida que no le merece
la pena vivir así? ¿Podemos? ¿Y qué va a pasar entones?
Unámonos, pero
unámonos todos.
Creemos que los
tiempos de la esclavitud pasaron, pero tengamos cuidado porque esclavizarnos
ahora es mucho más fácil que hace veinte siglos. Mucho más.
Luchemos por un
mundo mejor para nosotros y los que vengan después y hagámoslo ahora porque
están acabando con nuestra alegría y nuestra vida.
Y así, de esa
manera, un vergel comienza a convertirse en un desierto.
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