Conducía relajado escuchando la final
de la Copa del Generalísimo, a priori un gran partido, el Real ya casi tenía
ganada la liga pero el Atlético quería precisamente ese trofeo para salvar la
temporada. El cielo lucía azul y por la ventanilla bajada entraba un especial
aroma a césped húmedo. El fin de semana en Bilbao había sido familiar y
agradable, su tíos y sus primos se habían encargado de no dejarle ni un momento
solo, ni un instante para pensar, no habían parado de llevarle de un sitio a
otro, allí ya se sabe, que si unos chiquitos aquí, que si vamos al puerto de
Plencia a por unos chipis, a comer unos txitxarros a Santurce, que si ahora
unas copas al Tony's, pero no volváis muy tarde que mañana hay que madrugar
para el mercado, y los tres con una buena torrija a las 5 de la mañana por la
playa de Ereaga… Todo se acaba y en unas pocas horas estaría de nuevo en
Madrid.
Pero no, las cosas sucedieron de otra
forma y de repente no sabía ni cómo había acabado el partido, ni en qué punto
del País Vasco estaba. La creciente oscuridad casi no le dejaba ver su
utilitario. Después de una curva cerrada, una de tantas, todo se había apagado,
el motor, la radio, las luces y pisando el freno el coche se paró a un lado de
la estrecha carretera secundaria en uno de los ensanches preparados para que
puedan cruzarse dos vehículos. Hubiera sido mejor estar en el atasco rodeado de
coches, por allí no pasaba nadie, así que después de esperar inútilmente casi
tres cuartos de hora se dirigió hacia unas luces que se veían a la derecha
monte arriba, seguro que en el caserío le ayudarían. Y en eso estaba, después
de bajar una vertiente hacia un pequeño arroyo y subir la vertiente contraria,
había encontrado un camino estrecho que aparentemente conducía al caserío.
Llegar al sendero, entre los robles
rodeados de rocas y helechos, había supuesto una considerable mejora en su
marcha hacia las luces. Era muy probable que en el caserío no hubiera teléfono
pero siempre podría encontrar ayuda para evacuar el coche y de alguna forma poder
llegar a Madrid.
Al fin, esa soledad que le había
atormentado las últimas semanas no era tan detestable, allí estaba, él solo,
responsable y víctima de todo lo que sucedía, aunque realmente con Cris todo
habría sido distinto, y ahora estaría en el atasco de la Nacional I,
seguramente discutiendo y ofuscado, pero rodeado de gente que le podría ayudar.
Al llegar a la pequeña explanada vio
que la luz era un foco de latón encima de la puerta y bajo una balconada que
cubría toda la fachada de la casa. No se oía nada. Un viejo Citroën 2CV gris
estaba entre dos abetos a la izquierda de un amplio camino de tierra. Se acercó
a una de las ventanas delanteras y no vio nada ya que estaban echadas las
contraventanas, la otra igual. Bordeó la casa y en la parte de atrás vio unos
muebles de cocina a través de una ventana abierta. No vio a nadie. Terminó de
bordear la casa y se acercó al automóvil, la puerta del copiloto estaba pintada
de negro y había dos bolsas sobre el asiento trasero.
- ¿Qué haces aquí?
Era una voz potente, bien modulada y
bien dirigida, que pronunciaba con mucha claridad las palabras, no parecía de
hombre. Estaba como a unos diez metros y su silueta era delgada, la falta de
luz le impedía ver su rostro.
Le explicó la avería del coche y su
salida en busca de ayuda siguiendo la luz.
- ¿Estás solo? ¿Dónde has dejado tu
coche? ¿No has visto a nadie por el camino?
La mujer se mantuvo inmóvil y el
interrogatorio siguió durante unos minutos hasta que acercándose a la puerta hizo
un gesto de que la siguiera. La chica, de pelo oscuro y corto, delgada, fuerte
y fibrosa se paró a un lado de la puerta dejándole paso.
Una sala bastante grande ocupaba casi
todo el espacio de la planta baja con la cocina al fondo y una chimenea en la
pared de la derecha. Jorge preguntó por el baño para asearse un poco y orinar.
Mientras se secaba las manos oyó como, desde el otro lado de la puerta, la
mujer le decía que cuando terminara se
pusiera cómodo en el sofá mientras ella se acercaba a llevar a las vacas al
establo, que pronto estaría de vuelta.
En la gran sala además del sofá había una
gran mesa rodeada de sillas de pino, todo en estilo castellano, un gran
aparador por encima del que había un espejo ovalado colgado en la pared,
también había una mesa desvencijada y sobre ella un televisor con una antena de
cuernos. Eso era todo, no vio ningún teléfono.
La chica no volvía y decidió salir a
tomar un poco el aire pero no consiguió abrir la puerta, estaba como atascada.
Estuvo inspeccionando por la planta baja y no había ninguna otra puerta de
salida a no ser que estuviera en la habitación de enfrente del cuarto de baño,
pero no pudo entrar en ella porque la puerta estaba cerrada con llave.
Así que volvió al sofá, se tumbó y al
cabo de un rato se quedó dormido.
La misma potente voz de antes le
despertó.
- Aúpa! Chaval, ¿tienes hambre?
La chica estaba depositando encima de
la mesa las bolsas que vio en el Citroën 2CV.
- Si, pero mi primera necesidad es
arreglar el asunto del coche y volver a Madrid.
- Pues para eso chico hay que esperar
a mañana, te acercaré a Durango que allí hay taller, grúa, teléfono y hostal.
Ahora nos vamos a cenar una tortilla y luego puedes dormir en el sofá. ¿Cómo te
llamas?
- Jorge, ¿Y tú?
- Aintza.
La luz del día fue esta vez lo que le
despertó. Tenía una sensación muy agradable. Había pasado una buena velada con
una mujer muy atractiva que lo mismo le hablaba de cocina, que de los árboles
del bosque, las ardillas o del Athletic de Bilbao. Estuvieron hablando de
banalidades mientras bebían casi dos
botellas de txakolí. Le gustó mucho su sonrisa y su forma franca y directa de
decir las cosas. Él también le contó su historia reciente, su nuevo esquema de
inseguridades, sus madrugadas de insomnio y su plan para intentar olvidar y
volver a ser el de antes. Aintza le dijo que como mejor se vivía era sin
ataduras de ningún tipo y que no había que olvidar, que las lecciones de la
vida había que asimilarlas, se puso bastante seria, pero rápidamente cambió de
conversación planteando un duelo de chistes. El txakolí había hecho su efecto.
A eso de las tres de la madrugada Aintza abrazó a Jorge, le dio un beso muy
cerca de los labios y le deseo buenas noches antes de subir hacia la habitación
de arriba.
¡Aúpa chico! Como tienes los
pantalones. Venga, vamos que te llevo a Durango.
Era viernes, todo estaba en orden ya,
la avería del coche se había solucionado el mismo lunes y Jorge estaba en
Madrid esa misma noche. Durante esa semana había pensado con frecuencia en esa
atractiva mujer a la que le gustaría conocer un poco más. Entró a desayunar al
bar de enfrente y en la televisión estaban dando la noticia de que la policía
había liberado al empresario vasco que habían secuestrado, había pasado doce
días en un zulo cerca de un caserío en el campo cerca de Durango y sus
captores, dos hombres y una mujer jóvenes, habían sido abatidos cuando
intentaban huir en un Citroën 2CV color gris. Los tres estaban muertos. La
imagen mostraba un coche gris con una puerta de color negro.
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021