Hace
algún tiempo paseaba un día de fiesta por la calle Arenal de Madrid y vi
como un ejercitillo de gente graciosa con camisetas iguales, de color verde,
hacía aspavientos y se acercaba a los paseantes.
Se
trataba de regaladores de abrazos. Se acercaban a ti y te preguntaban si
querías un abrazo gratis.
Bueno,
no está mal, seguro que alguien estaría dispuesto a recibir uno si consigue
vencer su timidez. La soledad y la depresión son muy malas y el contacto físico
con otros seres humanos en forma de abrazo puede ayudar.
Esto
es a modo de introducción.
Lo
que yo pretendo resaltar aquí es algo parecido pero más suave, una sonrisa,
franca, espontánea y sincera.
El
poder de una sonrisa.
Quizás
sea en lo primero que me fijo cuando conozco a una persona: su mirada, su
expresión facial y su sonrisa, en caso que exista.
Si
lo que veo es una sonrisa (franca, espontánea y sincera) ya estoy vencido,
predispuesto a que me caiga bien.
A
veces cuesta, lo sé, a mí también, pero hay que practicar la sonrisa, aunque
solo sea para conseguir que sea franca, espontánea y sincera. Pero también para
sentirnos bien y para regalar al mundo.
Cuando
consigamos que nos salga bien posiblemente veremos que la gente nos mira de
otra forma, mejor.
Sonrisas,
una medicina barata para nosotros que podemos aplicar a los demás.
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