Después del
verano y hasta llegar al intenso frío del invierno
transcurrían unos días que
no le gustaban, a pesar de que muchas veces, en muchos casos, eran días
luminosos y templados, con esos rayos de sol cuya excesiva inclinación hacia
que molestaran intensamente a la vista a cualquier hora, eran horizontales. ¡Esa era la
diferencia! En verano solo sucedía en las horas de amanecer o atardecer.
Le daba mucha pereza,
pero lo hacía. Como otras tantas cosas rutinarias que llegaban a aburrirle de
tal manera. Sacaba la ropa de invierno de donde hacía tn solo unas pocas semanas las
había guardado después de sacar la ropa ligera de verano que a su vez había
guardado tan solo unos meses antes, después de sacar... -¡rutina! ¡puta rutina!-
se decía siempre en este tipo de circunstancias. Pero la vida le había enseñado
que había que ser disciplinado y responsable, en primer lugar porque por muy
rutinarias que fueran había que hacerlas y en segundo lugar porque no siempre
se puede hacer lo que apetece. La vida es así, o se hace lo que se debe o al
final de alguna manera te pasa factura. Su alma de ácrata siempre tiraba al
monte del desorden, pero no podía ser.
Sabía perfectamente
que era una maravilla pasear por el campo en esa época. Por ejemplo por la sierra madrileña
de Guadarrama. Justamente en esos días la luz solar reflejaba
especialmente esos colores calientes a la vez que tristes del otoño. Verde,
ocre y amarillo intenso dominaban todo. Las sensaciones eran placenteras, más
que en verano, similares a la de la primavera pero con un ligero toque de tristeza,
¿o quizás fuera melancolía? Si su espíritu atravesaba una zona de serenidad era
capaz de llegar a esos momentos de felicidad que tanto le gustaban. Intentaba
hacerlo, un paseo, por lo menos uno.
En esos días también
se podían disfrutar en su ciudad, Madrid, esos atardeceres tan valorados por
toda la gente que tiene la capacidad de retirar su mirada de los objetivos
cercanos y elevarla a lo alto, esos que de vez en cuando descubren bonitos edificios,
cielos azules degradados y animosos o justo eso, atardeceres apabullantes con
azules suaves enmarañados al azar con violetas rosados todo mezclado con esos
grises luminosos que les dan el toque de realidad necesario. Duran muy poco y
hay que disfrutarlos en esas amplias avenidas o plazas, mirando siempre hacia
el suroeste. Últimamente había perdido algo de esa capacidad y justamente ahora
se estaba dando cuenta, -aún hay tiempo amigo-, se dijo.
Pero claro, ese
tiempo, buen tiempo, acumulado en una ciudad como Madrid tenía también unas
malas consecuencias, la contaminación. Esa boina gris que cubría el cielo y que
producía en las personas efectos nocivos tanto a nivel psíquico como físico,
alergias, catarros y problemas respiratorios en general. Por eso, cuando de
repente después de un periodo de estos, llegaba un día gris de lluvia que limpiaba
la atmosfera, cosa que realmente sucedía con bastante poca frecuencia, el ánimo
tendía a serenarse de nuevo y la sensación física podía llegar a ser realmente
placentera. La atmosfera se humedecía y se calmaba con ese toque de frescor
característico, el sonido de la ciudad se mitigaba y la gente circulaba por las
calles de una forma mucho más calma.
Lo peor, lo que
no le gustaba nada, lo que hacía que nunca deseara la llegada de esta estación
y que siempre estuviera pensando en cuando iba a terminar, era la hora tan
temprana del anochecer, las pocas horas de luz solar que podía disfrutar. Solo
por eso no le gustaba el otoño, porque justo eso podía con todo lo demás.
Era muy raro, qué
cosas tenía.
Nota: Muchas gracias a Ire por la foto, sobre todo porque no la he pedido permiso para ponerla, creo que no es necesario.
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ácrata.
1. adj. Partidario de la supresión de toda autoridad. U. t. c. s.
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