Primera.
Una mesa redonda de ocho, me
gustan, casi todos nos vemos las caras con facilidad y a los que menos ves es a
los que tienes a los lados que, casi siempre, al menos uno, van contigo y no te
importa porque te los tienes vistos y oídos. Como mi buen amigo Pedro.
Ya había sucedido casi todo y
cogí el tenedor de Pedro para acabar con mi tarta. No me gustan las bodas pero
menos las tartas de las bodas. Esta era especialmente desagradable. Mientras el
sucedáneo de nata se me pegaba al paladar, el señor de enfrente, grueso de
grandes rojos mofletes, tosió con fuerza. Al
levantar la cara pude observar como la novia cortaba en pequeños
trocitos, encima de la mesa, unos calzoncillos a lunares. No sé si detesto más
la tarta o estas cosas, ¡encima de la
mesa! Espero que no fueran los que llevaba puestos el novio.
De repente un gran estruendo
llenó la sala y me hizo pegar un bote sobre la silla. El sonido rebotaba en
paredes, techo y suelo de forma desconcertante. Miré hacia todos los lados con
inquietud. Sí, allí, en una esquina, el hombre orquesta, frente a un teclado
que emitía todo tipo de tonalidades estruendosas a través de unos grandes
altavoces que tenía a cada lado. Era un pasodoble, quizá torero.
Ella bailaba sola, no tenía
ni ida de quien era, pero muy atractiva, piernas largas, no demasiado delgada y
una forma de moverse que no me permitía mirar hacia otro lado. Hasta que justo
por delante pasa bailando el padre de mi cuñado con una señora muy delgada que
le sacaba diez centímetros y con el cuello y la cabeza tan estirados que
parecía que el moño iba a tirar de ella hacia
el suelo.
La señora que estaba al lado
del gordo tosedor levantó su copa de vino y brindó por los novios y por la
salud, esperé que fuera la de todos, que levantamos nuestras copas, la mía
vacía, no me quedaba nada, y asentimos con entusiasmo. Los dos niños que había
junto a la pareja de mi izquierda protestaron lloriqueando que ellos también
querían brindar pero no tenían copa. Todo era muy bonito, quizá demasiado, pero
la felicidad tiene esas cosas.
Propuse a Pedro que nos
acercáramos a pedir una copa a la barra improvisada que habían colocado al lado
del hombre orquesta.
Mientras caminábamos hacia
nuestras copas Pedro tuvo el honor de recibir un fuerte patadón del novio que
pasaba por allí bien amarrado ¿a la novia? no, a mi hermana. Es lo que tiene no
controlar bien el pasodoble. Pedro hizo todo lo posible por apartarse y no
recibir la agresión fortuita de la espalda del recién casado y lo único que
consiguió fue recibir el tacón de su zapato en su espinilla y empujarme a mí.
Pero ese empujón me arregló la noche ¿a que no saben por qué?
Tercera.
Habría unas ochenta personas en una sala rectangular
bastante grande. Siete mesas circulares rodeaban a otra un poco más grande en
la que estaban los novios y su séquito.
Rosa sentía una gran emoción, de nuevo libre. Nada de malos
rollos, nada de reproches. Se había reencontrado con la alegría. La semana
anterior se había comprado un vestido sencillo pero que le sentaba muy bien
según sus hermanos. Se sentía volar.
Estaba en paro y había tenido que ir a vivir de nuevo con
sus padres, pero esperaba que todo se arreglara pronto desempolvando y
ajustando un poco sus habilidades en italiano. Hay cosas que nunca se olvidan,
aunque esperaba que no fuera así porque había algunas que no quería recordar.
La boda de Laura era el primer evento público al que asistía,
había pasado unos meses muy malos. No dormir cansa pero peor es la depresión
que te lleva a ello. No ver salida a nada y dar vuelta sobre vuelta,
mentalmente, a esa falta de salida. Esa esfera de oscuridad marrón color mierda
que no te deja pensar en ninguna otra cosa ni sentir un atisbo de
esperanza.
Había contado con la ayuda de su familia y de sus amigos,
entre ellos Laura a la que era incapaz de reconocer cuando la veía cortando en
trocitos unos calzoncillos a lunares rojos que le habían pasado de la mesa de
Rita y Jorge. Lo que hace el alcohol, y eso que aun no había comenzado la
fiesta.
Sintió una considerable falta de peso y sus pies comenzaron
a volar cuando comenzó a sentir la música. El Gato Montés, un pasodoble torero
de buena faena.
De repente se encontró, sola, en medio de la pista
improvisada de baile, con su cuerpo absolutamente suelto al ritmo de la música
y una amplia sonrisa en su cara, que se encontró con la de Laura que le envió
un gran beso que salía de su boca y era amplificado con un gesto de su mano
mientras bailaba con su recien estrenado marido.
No pensaba, sentía, sentía, sentía, solo eso, sentir, ¿qué?,
alegría.
Al finalizar la música y aun sorprendida por su estado de
inhibición volvió a su mesa para beber algo, tenía sed.
- Se la han llevado
- Bueno, me acerco a la barra a por otra.
Mientras caminaba rodeando el espacio de baile vio como el novio había cambiado de pareja, ahora bailaba bien amarrado a Rita, tuvo que dar un pequeño rodeo para que no ser arrollada, pero de repente sintió un
fuerte empujón en su costado…
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2018
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