El concepto de Libertad de Expresión ha variado muchísimo desde los años 70 del siglo pasado hasta hoy.
Cuando en España había un Gobierno autoritario, una dictadura, la libertad de expresión significaba simplemente la posibilidad de expresarte libremente en la calle con un grupo de amigos, en el bar, en un acto público, hasta en tu casa con un grupo de personas a las que no conocieras demasiado. Por supuesto también significaba que un periodista pudiera escribir un artículo de opinión fuera ésta la que fuera, o que un ciudadano pudiera expresar cualquier opinión en la sección de cartas al director de un diario, o cualquier cosa por el estilo.
Ahora hemos dado un paso hacia adelante-atrás, o sea hemos avanzado pero no tanto como podríamos pensar.
Hoy nos autocensuramos por miedo a lo que los demás puedan pensar de nosotros y eso es de las peores cosas que nos podrían suceder, no hay peor censura que la autocensura.
Los medios (de comunicación), generalmente en poder de grupos políticos o económicos, nos bombardean constantemente con actitudes a imitar, lanzando e imponiendo modelos de comportamiento. Estos modelos así distribuidos van calando en nuestra sociedad, a través de los lectores de diarios y revistas y las audiencias de los medios audiovisuales. Una gran mayoría de masa silenciosa (y conformista) los adopta y ¡zas! ya tenemos estados de opinión con un calado muy profundo en nuestra sociedad. Lo pernicioso es que aquellos que no actúan en el ámbito de estas actitudes, inoculadas en frecuentes y pequeñas dosis, son excluidos, se queda fuera. O eso nos creemos.
Hay que tener mucha entereza, o un alto grado de madurez y convicción, para expresar opiniones contrarias a estos comportamientos y actitudes inoculados, ante la creencia de que el que se atreva será excluido ¿de qué? nos preguntamos algunos, "no se de qué" es una respuesta común, "pero es muy desagradable estar excluido, es una sensación que da miedo...".
Hace poco hablaba con un amigo de mi edad, utilizando un eufemismo, una persona madura como yo, hablábamos de esto, le comentaba que, en mi opinión, nosotros las personas de nuestra edad, que ya hemos vivido mucho y que nos importa menos esa exclusión del mundo de "las modas", somos los que tenemos que abanderar la rebelión contra esto. Que tenemos que disentir, discernir, ejercer la rebeldía que la gente joven no ejerce (qué incongruencia), que nos tenemos que enfrentar a estas actitudes exclusistas expresando nuestra opinión clara, firme y libremente. Que es nuestro ejemplo el que puede ayudar a los más jóvenes a darse cuenta de que la rebeldía no tiene porqué ser un valor a la baja. Que rebelarse ante la presión de los que quieren uniformar nuestro comportamiento, nuestra opinión y hasta nuestro pensamiento es algo absolutamente sano, es más, necesario para nuestra globalizada sociedad. Que esta inoculada uniformidad de comportamiento, de opinión y de pensamiento no es buena, no conduce a nada positivo. Que quizás los excluidos de "no se qué", cuando se encuentren fuera del "no se qué" se den cuenta de que son muchos más que los que están dentro, aunque no sean uniformes. ¡Viva la diferencia! Dicha exclusión no existe, es un invento interesado.
En fin, perdonad la arenga, pero es que esta tendencia a la uniformidad que nos invade está contribuyendo al conformismo que nos atenazará y que nos puede conducir a un nuevo tipo de esclavitud en el que no existan cadenas de hierro sujetas a muñecas y tobillos, porque no hagan falta. Que retorne a este mundo globalizado el viejo y desusado concepto de siervo, siervos de las sociedades anónimas, de entes no humanos, por demás, inhumanos.
Hay que disentir, defender con convicción nuestras ideas, para lo cual, evidentemente, tenemos que tenerlas.
Pensar, pensar, pensar, pensar y pensar, no huir de lo que nos puede alienar, pero luchar contra la alienación. Entre la diversión y la alienación puede haber tan solo unos minutos de diferencia, los minutos en exceso que dedicamos a lo primero. Ojo, mucho ojo, con las adicciones: alienan.
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