Por la calle. Voy caminando, relajadamente, es un día de invierno pleno de sol, de luz, de esa luz que tenemos en Madrid en un día como hoy del mes de febrero, hace frío.
Son las 11 y es una buena hora para tomar un café sólo o acompañado de algo, ¿quizás unas porras? o posiblemente más sano, una barrita tostada con aceite de oliva y tomate triturado.
Hay mucha gente por la calle, la mayoría mujeres y hombres mayores un tanto grises. Señoras que van a la compra, señores realizando la misma tarea, chavalas que vuelven de tomarse un cafelito y muestran unas caras que reflejan un estado de ánimo mucho mejor que el que tenían cuando salieron de la oficina. Tíos trajeados impecablemente y con cara de mucha importancia que van al estanco a comprar tabaco ó a la administración de loterías a "echar una primitiva". No he visto niños. En fin, poco más, mucha variedad no hay.
En la acera soleada se está muy bien, en la otra no tanto, pero en estos días se nota un ambiente especial, la gente anda más animada, el color rojo se ve rojo y no granate, el azul vivo no se confunde con el oscuro y el azul marino no se ve negro.
Todo ha finalizado, he tenido que volver al trabajo, a mi oficina, y no me apetecía nada, pero nada, pero es así, debe ser así. Todo se ha acabado. En la calle ya no hay nadie ni nada, ni siquiera sol, solo el que entra por mi ventana.
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