viernes, 25 de octubre de 2019

La entrada




Mira, allí está, ¿la ves? la entrada por la que volvíamos mi hermano y yo a casa, llevábamos más de treinta cabras. Estábamos cansados de todo el día caminando al sol o al frío. Y también hambrientos, pero era verla y ya estábamos bien. Pasábamos por debajo de ese gran arco de piedra, no sé si alcanzas a verlo, los del pueblo lo llamaban "la arcada", desde aquí no se ve bien, pero es de piedra gris, muy rara por aquí, según dicen la construyeron los romanos. Pronto llegaríamos a casa donde nos esperaba comida y descanso. Y lo más importante, nuestra madre. Ya ves, ahora pienso que éramos felices. ¡Mira!, ahí a la izquierda, ¿ves un grupo de construcciones de adobe? Pues detrás de ellas está mi casa. Desde la arcada no se tarda nada. Mañana te la enseñaré.

El sol aún no era visible, pero un enorme resplandor entraba e iluminaba el valle desde detrás de las lejanas montañas. Enfrente el pueblo. En el centro, el minarete, ahora callado, se mantenía impolutamente blanco, como si no hubiera pasado nada. Se veía una gran humareda por el flanco derecho, que formaba una espesa nube negra que el viento alejaba dejando todo el cielo manchado. Por allí estaban la escuela y la herrería, Allí era donde se habían hecho fuertes los derrotados. Se oía el graznar de unos cuervos y nada más.

Espero que no quede ninguno. Que los que hayan podido se hayan ido y los que queden, o estén muertos o no puedan combatir.  Ya verás, como esa inmensa y fétida nube negra nos quemará las gargantas pronto. Entraremos por donde sale la humareda, no te quepa duda. Qué silencio, ¿quedará alguien? Noto frío, hace unas horas era más intenso, ahora esta pócima me calienta las manos y las tripas. Pero tranquilo, que dentro de muy poco podremos dormir, aunque muy probablemente la tensión no lo permita, pero cerraré los ojos y nuestros cuerpos descansarán, ya verás como sí. Seguro que el sargento nos dice que está vacío, que no queda nadie. Ojala. Si es verdad todo irá bien, y si no, un día más. No hay que pensar en nada solo ir decididamente y entrar, con el fusil por delante, el dedo en el gatillo y mirando hacia todos los lados. Está noche he oído muchos gritos, terribles, de mucha gente, a pesar del ruido de las explosiones, ¿tu no? Luego han cesado las explosiones y el eco de las voces, de los gritos, se mezclaba con ruido de camiones. ¿Crees que habrá quedado alguno?

Adar sentía miedo, la conversación con su compañero era pura evasión, había que intentar no quedarse solo, nunca, podía ser la puerta de entrada a la depresión. La incertidumbre siempre hacía derivar los pensamientos hacia el porvenir más oscuro imaginable.  Y sentía esa incertidumbre que siempre había estado ligada a la historia de su pueblo, en todo momento dominado por otros, siempre viviendo en la inestabilidad. Su familia vivía allí desde tiempos remotos, nunca fue fácil para ellos, primero los turcos, los ingleses echaron a los turcos, después llegaron los franceses y finalmente los chiíes del sur, que llamaron a su nueva nación Siria. Tenía familia al norte, en Turquía, y aunque no los conocía sabía de su existencia por su padre que una vez le había enseñado una fotografía de sus dos hermanos rodeados de sus familias. En fin. Lo había conseguido, estaba allí y tenía esperanza de que una vez llegara a su casa conseguiría alguna pista para poder encontrar a su madre y sus hermanos. Un negro pensamiento pasó por su mente, lo desechó rápidamente. Estado Islámico había llegado al pueblo hacía más de siete meses y la única esperanza de que su familia estuviera bien es que hubieran huido rápido. En cuanto se enteró se unió a la milicia. No fue fácil.

¡Ejder! ¡Corre! ¡Ven! -Una columna de carros con la bandera de Estados Unidos se acercaba hacia la base de la columna de humo.- ¿Los ves? Si ellos llegan antes y toman el pueblo será más fácil para nosotros. 

Pronto sonaron disparos y algunos gritos, luego el silencio solo alterado por voces en un idioma extraño, el resto del día nada. Podía esperar a que su unidad avanzara hacia el pueblo o acercarse él solo por su cuenta. Sentía ansiedad por llegar a casa, por entrar al pueblo. Los americanos ya estaban allí, seguro que lo habían tomado y acabado con toda resistencia, no debería haber ningún peligro. El día pasó lento pero tranquilo, su unidad no se movió de donde estaba, pero no consiguió dormir.

Ejder, me voy, no espero más. Voy a entrar por la arcada, de allí a mi casa no hay más de doscientos metros. Sí, sé que piensas que es peligroso, pero no, me identifica mi guerrera kurda. Voy a ir desarmado, de nada me va a servir el fusil contra nuestros aliados. Me voy, te espero allí.

Al sol solo le quedaban cinco centímetros por encima del horizonte, el rojo dorado predominaba abajo, en la tierra, arriba el cielo era azul oscuro con deshilachados girones negros y rojos. Adar avanzaba a ritmo lento pero con largas zancadas hacia la entrada, con los brazos extendidos, en cruz, las manos completamente abiertas, enseñando las palmas. A pesar de la poca luz del anochecer, aún se divisaba la arcada. Unas voces gritaban desde lo alto de una casa a la derecha. No entendía que querían decirle. Aminoró su marcha y les gritó "Soy Adar, soy kurdo y solo quiero ir a la casa de mis padres". Las voces cada vez gritaban más. Adar sonrió y volvió a gritarles lo mismo. Estaba debajo del arco de entrada a su pueblo. De repente oyó un silbido de bala. 

Abrió los ojos y con esfuerzo comprendió que eso que veía era la oscuridad del cielo estrellado. Y había algo más, era como un puente curvo de piedras grises que atravesaba el cielo de lado a lado. 

Y allí, en la entrada, bajo la arcada, chilló. Pero no de dolor, sino de desesperación.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019










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