Mira, allí está,
¿la ves? la entrada por la que volvíamos mi hermano y yo a casa, llevábamos más
de treinta cabras. Estábamos cansados de todo el día caminando al sol o al
frío. Y también hambrientos, pero era verla y ya estábamos bien. Pasábamos por
debajo de ese gran arco de piedra, no sé si alcanzas a verlo, los del pueblo lo
llamaban "la arcada", desde aquí no se ve bien, pero es de piedra
gris, muy rara por aquí, según dicen la construyeron los romanos. Pronto
llegaríamos a casa donde nos esperaba comida y descanso. Y lo más importante,
nuestra madre. Ya ves, ahora pienso que éramos felices. ¡Mira!, ahí a la
izquierda, ¿ves un grupo de construcciones de adobe? Pues detrás de ellas está
mi casa. Desde la arcada no se tarda nada. Mañana te la enseñaré.
El sol aún no era
visible, pero un enorme resplandor entraba e iluminaba el valle desde detrás de
las lejanas montañas. Enfrente el pueblo. En el centro, el minarete, ahora
callado, se mantenía impolutamente blanco, como si no hubiera pasado nada. Se
veía una gran humareda por el flanco derecho, que formaba una espesa nube negra
que el viento alejaba dejando todo el cielo manchado. Por allí estaban la
escuela y la herrería, Allí era donde se habían hecho fuertes los derrotados.
Se oía el graznar de unos cuervos y nada más.
Espero que no quede
ninguno. Que los que hayan podido se hayan ido y los que queden, o estén
muertos o no puedan combatir. Ya verás, como esa inmensa y fétida nube
negra nos quemará las gargantas pronto. Entraremos por donde sale la humareda,
no te quepa duda. Qué silencio, ¿quedará alguien? Noto frío, hace unas horas
era más intenso, ahora esta pócima me calienta las manos y las tripas. Pero
tranquilo, que dentro de muy poco podremos dormir, aunque muy probablemente la
tensión no lo permita, pero cerraré los ojos y nuestros cuerpos descansarán, ya
verás como sí. Seguro que el sargento nos dice que está vacío, que no queda
nadie. Ojala. Si es verdad todo irá bien, y si no, un día más. No hay que
pensar en nada solo ir decididamente y entrar, con el fusil por delante, el
dedo en el gatillo y mirando hacia todos los lados. Está noche he oído muchos
gritos, terribles, de mucha gente, a pesar del ruido de las explosiones, ¿tu no?
Luego han cesado las explosiones y el eco de las voces, de los gritos, se
mezclaba con ruido de camiones. ¿Crees que habrá quedado alguno?
Adar sentía miedo, la
conversación con su compañero era pura evasión, había que intentar no quedarse
solo, nunca, podía ser la puerta de entrada a la depresión. La incertidumbre
siempre hacía derivar los pensamientos hacia el porvenir más oscuro
imaginable. Y sentía esa incertidumbre que siempre había estado ligada a
la historia de su pueblo, en todo momento dominado por otros, siempre viviendo
en la inestabilidad. Su familia vivía allí desde tiempos remotos, nunca fue
fácil para ellos, primero los turcos, los ingleses echaron a los turcos,
después llegaron los franceses y finalmente los chiíes del sur, que llamaron a
su nueva nación Siria. Tenía familia al norte, en Turquía, y aunque no los
conocía sabía de su existencia por su padre que una vez le había enseñado una
fotografía de sus dos hermanos rodeados de sus familias. En fin. Lo había
conseguido, estaba allí y tenía esperanza de que una vez llegara a su casa
conseguiría alguna pista para poder encontrar a su madre y sus hermanos. Un
negro pensamiento pasó por su mente, lo desechó rápidamente. Estado Islámico
había llegado al pueblo hacía más de siete meses y la única esperanza de que su
familia estuviera bien es que hubieran huido rápido. En cuanto se enteró se
unió a la milicia. No fue fácil.
¡Ejder! ¡Corre! ¡Ven!
-Una columna de carros con la bandera de Estados Unidos se acercaba hacia la
base de la columna de humo.- ¿Los ves? Si ellos llegan antes y toman el pueblo
será más fácil para nosotros.
Pronto sonaron disparos
y algunos gritos, luego el silencio solo alterado por voces en un idioma
extraño, el resto del día nada. Podía esperar a que su unidad avanzara hacia el
pueblo o acercarse él solo por su cuenta. Sentía ansiedad por llegar a casa,
por entrar al pueblo. Los americanos ya estaban allí, seguro que lo habían
tomado y acabado con toda resistencia, no debería haber ningún peligro. El día
pasó lento pero tranquilo, su unidad no se movió de donde estaba, pero no consiguió
dormir.
Ejder, me voy, no espero
más. Voy a entrar por la arcada, de allí a mi casa no hay más de doscientos
metros. Sí, sé que piensas que es peligroso, pero no, me identifica mi guerrera
kurda. Voy a ir desarmado, de nada me va a servir el fusil contra nuestros
aliados. Me voy, te espero allí.
Al sol solo le quedaban
cinco centímetros por encima del horizonte, el rojo dorado predominaba abajo,
en la tierra, arriba el cielo era azul oscuro con deshilachados girones negros
y rojos. Adar avanzaba a ritmo lento pero con largas zancadas hacia la entrada,
con los brazos extendidos, en cruz, las manos completamente abiertas, enseñando
las palmas. A pesar de la poca luz del anochecer, aún se divisaba la arcada.
Unas voces gritaban desde lo alto de una casa a la derecha. No entendía que
querían decirle. Aminoró su marcha y les gritó "Soy Adar, soy kurdo y solo
quiero ir a la casa de mis padres". Las voces cada vez gritaban más. Adar
sonrió y volvió a gritarles lo mismo. Estaba debajo del arco de entrada a su
pueblo. De repente oyó un silbido de bala.
Abrió los ojos y con
esfuerzo comprendió que eso que veía era la oscuridad del cielo estrellado. Y
había algo más, era como un puente curvo de piedras grises que atravesaba el
cielo de lado a lado.
Y allí, en la entrada,
bajo la arcada, chilló. Pero no de dolor, sino de desesperación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario