martes, 17 de mayo de 2011

Investigación XI

Cuando el mar llega y la tormenta se retira, todo se llena de azul.

Me costó volver a la normalidad. No fue fácil. Volver a caminar, moverme por los lugares de siempre, estar atado a ellos.

Atado a mi espacio y a mi tiempo.

Aunque, en realidad, después de un par de días, pienso que es lo mejor. Esta es la vida que debo vivir, la mía, la que me corresponde. A la larga no es bueno vivir una irrealidad constante. ¿O aquello fue real? O… ¿es real?

Intuitivamente me introduje en aquel cuerpo, primero un brazo, luego los dos, a continuación la parte delantera de mi torso. No sucedía nada, no notaba nada que me atemorizara. Por lo tanto lo siguiente fue sentarme en el taburete, ocupando sus caderas y sus piernas, todo su cuerpo excepto la cabeza que es lo que más me costaba. En un instante de decisión, de repente, sin pensarlo, introduje mi cabeza en la suya ocupando totalmente aquello.

Mis brazos eran sus brazos y apoyándome en ellos incorporé su cuerpo y a continuación su cabeza. Pero los pensamientos eran míos, como también lo era mi voluntad. Yo movía ese cuerpo poniéndolo de pié, haciéndolo caminar con la misma seguridad con que lo hubiera hecho con el mío, o casi. Veía las cosas a distinta altura y mi cerebro (¿mi cerebro?) notaba que la fuerza de este cuerpo era de menor intensidad que la del mío. No me sentía incómodo.

Me dirigí hacia el pasillo y abrí la primera puerta de la izquierda. Era un cuarto de baño en el que había un espejo. Entré, tenía que comprobar algo. Enseguida lo vi. Hablé mirando al espejo, no era mi voz, pero sus cuerdas vocales decían lo que yo quería que dijeran. Efectivamente, comprobé que estaba en el cuerpo de ella.  

Volví a la sala y vi que había un papel encima de la mesa. Lo leí.
           
            Tú la has visto. Por eso estás aquí. Eso te distingue del resto

            Ahora, utilízalo, pruébalo, cuídalo y déjalo como lo has encontrado

Salí a la calle. El sol primaveral seguía iluminando la ya muy tardía mañana madrileña. Mi caminar era ligero y fácil. Debí caminar por las calles durante mucho tiempo recreándome en las nuevas sensaciones.

Para cuando me quise dar cuenta, me encontraba en el barrio de Chueca, en la calle Gravina, delante de una tienda en la que vendían diversos artículos decorativos. Pasé y miré en las estanterías buscando nada, me sentía bien, feliz. A la salida, encima de una pequeña mesita metálica había una pila de revistas "ARGENTINOS. La revista de los argentinos en el exterior". Pregunté si me podía llevar una. Nadie me contestó, como si no existiera, así que tomé una. La portada era preciosa, una jacarandá en, aparentemente, un pequeño jardín de la Capital Federal. Me emocionó ver mi querido Buenos Aires y un árbol tan hermoso. Noté una ligera brisa, levanté los ojos y esa jacarandá estaba delante de mí, ante mi vista.

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