jueves, 5 de julio de 2012

Escribir.

  

Le gustaba escribir, llegó a esa conclusión. Y no porque pensara que lo hacía bien o mal, no era cuestión de eso.

Era vehemente, mucho, y cuando se expresaba oralmente sobre asuntos delicados o importantes, su tendencia era a explicarse mal, o sea no expresar bien, con detalle, con los matices necesarios, qué es lo que quería decir, qué era lo que pensaba. Se ponía nervioso, su cerebro iba más deprisa que las palabras que salían de su garganta y utilizaba palabras, verbos, expresiones inadecuadas.

Porque sus pensamientos, su forma de ver las cosas, no era sencilla, estaba llena de matices, no se solía adaptar a los tópicos habituales, bueno, en lo básico si, pero luego una pequeña variedad de mínimas pero importantes diferencias hacían que la conclusión, su conclusión, del tópico distara mucho de la habitual, con lo que, de no explicarse bien, hacía que algunas personas pudieran quedar alucinadas con lo que decía.

Cuando escribía ponía mucho cuidado con las palabras que utilizaba, con la forma de construir las frases, las comas, los puntos, todo eso. Se tomaba el tiempo necesario para redactar con detalle sus pensamientos.

Otra cosa es que lo hiciera bien, que se explicara bien, a pesar de todo. Pero así, mediante la escritura, era más fácil, ya que podía repasar una y otra vez lo escrito hasta que se sentía más o menos confortable. Si se equivocaba, lo podía corregir dejando claro sobre el papel, sobre algo ya redactado, que solo cambiaba una palabra, una coma, un punto o un acento, pero no el sentido de lo que estaba expresando.

¡Había tantas cosas interesantes sobre las que escribir! Claro, no siempre, había temporadas, días en los que se le ocurrían muchas cosas y semanas en blanco, de vacío. Pero no tenía obligación de hacerlo, de escribir. Era tan solo una afición y un desahogo. 
  
 

No hay comentarios: