Resultó divertido. Ramón era así. La espontaneidad y la desinhibición ante lo correcto e incorrecto era parte de su vida, Alfonso le admiraba por ello.
De pronto recordó que tenía que recoger la americana que había dejado en el tinte el lunes, tendría que desviarse un poco de su camino. Giró hacia la izquierda en la primera esquina mientras su pie derecho chocaba con algo haciéndole tropezar hasta casi caerse encima de una anciana que arrastraba un carrito de la compra, es más, la anciana fue su salvación ante la inminente caída. Milagrosamente ni la anciana ni él cayeron, aunque la anciana quedó tambaleándose sobre el carrito, asiéndose a él con sus dos manos en una postura difícil.
- ¡Joooder! ¡Ya podrías andar un poco más espabilado, por poco acabas con Miki!
Alfonso se volvió buscando la voz que gritaba en un tono tan desagradable, suponía que se refería a él. Vio a una mujer de mediana edad con un perro pequeño en brazos. Tenía un aspecto enfadado, muy enfadado, y estaba acariciando la cabeza del chucho que ladraba excitadamente.
- Disculpe, no lo vi, iba con prisa.
- Ya, como una apisonadora.
La mujer no dejaba de gritar por encima del nivel de los ladridos del perro. Se iba encendiendo poco a poco, cada vez más.
- Bueno señora, mire lo siento, no era mi intención...
- Déjese de intenciones, ¡hay que ser inútil!, una masa como la suya, descontrolada, ¡es usted un peligro publico!
Alfonso se volvió recordando la existencia de una mujer anciana cuyo estado le preocupaba mucho más en aquellos momentos que los gritos de la mujer del perro.
- ¿Como se encuentra señora?
-Bien hijo, solo que bastante mareada -las manos le temblaban-.
- ¿Vive por aquí verdad?
- Si, un poco mas arriba, en Gravina.
Alfonso se olvidó de todo lo demás, asió el carrito con la mano izquierda y pidió a la anciana que se agarrara de su otro brazo. La acompañó hasta donde ella le dejó, o sea hasta la puerta del ascensor de su casa donde le dijo que ya se encontraba bien, que dejara el carrito dentro del ascensor y que no subiera con ella porque su marido era muy celoso y quería evitar males mayores.
Alfonso no pudo evitarlo, salió del portal con una enorme sonrisa guasona en la cara.
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