martes, 8 de abril de 2014

Mujer joven color pastel.


Una mujer joven cruza la calle con una niña de la mano. 

Es delgada, la palabra es flaca. Pelo castaño, suelto, ondulado, encrespado, aspecto descuidado, no sucio. Camina decididamente, con los hombros hacia atrás y las caderas fijas, quietas, sobrias. Su mirada está perdida en el infinito y el gesto de su cara es pensativo, concentrado y serio, las mandíbulas apretadas. Sus piernas delgadas y musculosas se mueven a pasos cortos con una cadencia alta. Su tez es cetrina, pómulos fuertes. Su aspecto en conjunto es atractivo e interesante.

El colegio de su hija está a dos manzanas, cerca del río. Todos los días hace el mismo recorrido, cuatro veces, pero cuando más lo agradece es esta ultima porque significa que el día está acabando.

Dejó en casa sus inseguridades, su soledad, sus pensamientos sin salida. Malos tiempos. Qué bueno sería tener un sueldo, un trabajo, una actividad atractiva, gratificante. Qué bueno sería cambiar de preocupaciones, de sentimientos. Menos culpabilidad y desasosiego, más creatividad y alegría. Qué bueno sería tener menos inseguridades, poder tener la mente más desocupada o al menos ocupada con otro tipo de preocupaciones, más lejanas, menos intimas.

Le gustaría saber qué hacer, conseguir una salida que la hiciera sentirse mejor. Que cada día no transcurriera exactamente igual que el anterior y que el anterior de la semana anterior. 

Cuando se dispone al dar la vuelta a la esquina que la sitúa en la calle donde está su casa nota el contacto de una mano que acaricia la parte alta de su brazo.

- ¡Hola!

Los labios de su compañero tocan su mejilla. Y se siente mejor, menos sola. Porque está acompañada. La compañía de ese ser es un bálsamo que la tranquiliza.

Y ambos se encaminan hacia casa con la niña. Y se contarán las cosas que les han sucedido. Desahogaran sus sentimientos y sus inquietudes, el uno con el otro.

No es bueno que la mujer esté sola. No es bueno que estemos solos porque en la soledad los pensamientos negativos se agrandan y se multiplican. La rutina tampoco ayuda.

La soledad no buscada destruye a base de acumular tristeza.

La compañía, el tener alguien en quien refugiarse, a quien contarle, con quien llorar, que la escuche y que la quiera, la salva. Sin eso no podría vivir. No la quedarían ganas.

¡Suerte!