viernes, 6 de octubre de 2017

Mi madre ha fallecido.


Buenos días,

La persona más importante de mi vida, a la que he querido más, a la que necesitaba tanto, tanto que nunca realmente supe cuanto, falleció anteayer día 4 de Octubre de 2017 y me dejó una sensación de vacío que nunca antes había conocido.

Ayer cinco de octubre la incineramos y pasé el peor día de mi vida, nunca había llorado tanto.

Es un sentimiento  de falta grande y profundo. Me destroza el no poder volver a verla, ni oír su voz, ni escucharla, ni darle un beso, ni de poder terminar de leerle la novela de Agata Christie. La imposibilidad de volver a sacarla a pasear en su sillita de ruedas, ni hacerle el sábado la paella que tanto le gustaba. Es un dolor intenso, profundo e irremediable que sólo me calma el llanto. No se si a todo el mundo le habrá pasado lo mismo en estas circunstancias.

Viví 24 años con ella en la casa de Argumosa, la casa familiar. ¡Tengo tantos recuerdos! Uno, al azar, el sonido de su pulsera de monedas colgantes de oro al abrir la puerta de la escalera, al girar las llaves. Sabía que era ella, ni mi padre, ni mi tita, ni nadie, ella. Era un ruido que me llenaba de alegría.

Luego, después de irme de casa, cuando me casé, lo normal, salvo al principio que no teníamos teléfono, es que la llamara prácticamente todas las noches. Podía ser que descolgara la tita, mi padre no solía hacerlo, y si era así, hablaba un rato con ella, pero al final siempre pedía que se pusiera mi madre. Era el alma de la casa. Era a quien acudir siempre para saber si pasaba algo y qué era. Era a quien contarle cualquier suceso especial. Era la que siempre, también, te contaba lo que fuera cuando había ocasión de hacerlo, la que me tenía informada sobre la familia. También de quien surgían las ideas, los proyectos, la vida. Por supuesto la que siempre, siempre, me apoyo, tanto cuando las cosas estaban claras como cuando no lo estaban tanto

Como ya escribí en la entrada dedicada a ella en este blog, cuando ya era mayor,sufrió la terrible enfermedad de mi padre. Ella fue su cuidadora.

Y cuando él falleció, cuidó a su hermana, la tita, un año, el solo año que sobrevivió a mi padre. Su querida hermana con la que compartió toda su vida. Cómo se querían.

Cuando falleció mi tía quedó hundida en el desanimo y la tristeza, solo ahora puedo entenderla. Y desde entonces, aunque no he convivido con ella en la misma casa, tan solo los dos primeros meses, he sido su cuidador. He intentado cuidar de ella de la mejor forma posible y he tenido un contacto como nunca lo tuve, un contacto de adulto. La quería y me quería. Siempre la tenía allí, por muy pequeñita y viejecita que estaba. Ahora pienso que era ella la que cuidaba de mi. Una madre siempre cuida a sus hijos, aunque esté imposibilitada, aunque no pueda hablar, aunque no pueda ver. Siempre está. Una madre siempre está, hasta que no la tienes.

Alguna vez, sobre todo al principio y al final, cuando cundía en ella el desanimo profundo, decía que se quería morir, que qué hacia ella ya en este mundo. Y yo la decía, para animarla, que no se muriera, que lo hiciera por mi, que la necesitaba. Ahora me doy cuenta de que realmente era así, aunque yo no fuera tan consciente de ello como ahora, lo único que la ataba a este mundo era yo, estar conmigo, que no me faltara, qué tremendo peso ponía en sus hombros sin quererlo. Con lo mal que lo ha pasado tantas veces, sus limitaciones físicas por la edad. Su resistencia partía de mi petición de que no me dejara solo.

Hoy es 18 de Octubre y la echo mucho de menos.

Te quiero mamá.

Otra vez escribo, es 7 de Noviembre, la sensación es igual de fuerte, pero menos constante.

Ayer tarde me acordé mucho de ella, la hablé desde la terraza de casa, como si estuviera hablando con ella por teléfono, aunque nada ni nadie me contestaba.

La echo de menos cada vez que hago una cosa nueva y siento que me falta el poder llamarla, el oir su voz.

Ahora, cuando quiero tranquilizarme me acuerdo de esa foto en la que están los tres, en el paseo que hay debajo de las cuatro torres, en el Paseo de la Castellana. No se porqué, es el recuerdo de una tarde feliz, los tres juntos (los cuatro contándome a mi) cuando mi padre aun estaba razonablemente bien, la sonrisa de mi tía... Es porque ahora están los tres juntos, no se como ni donde, pero tienen que estar juntos y eso me ayuda y me pone contento dentro de la sensación de soledad y falta que me atormenta.

Te quiero y te echo mucho de menos mamá, a los tres.

El final en mi recuerdo

(17/03/2018)

En ese momento no era realmente consciente de que era el final, la última vez que veía a mi madre con vida. Hizo un movimiento con sus morritos, como si de una forma tenue y suave intentará aspirar sus últimos centilitros de aire, con aparentemente poca dificultad, lo que en aquellos momentos me tranquilizó. Ahora lo recuerdo casi obsesivamente, no sé cuánto me durará, no es que me haga sufrir, no es doloroso ni tampoco tremendamente desagradable, pero preferiría recordar obsesivamente otra cosa, por ejemplo su casi eterna sonrisa de amor por mi, y no es que no lo recuerde, porque sí, todos los días me llega, pero no con esa intensidad. A pesar de todo doy gracias al Destino por dejarmelo ver, podría no haberme enterado, son momentos de incertidumbre difíciles de vivir con claridad. Para mí fue casi imposible tener serenidad en aquellos momentos, aunque pensaba que la tenía. Tampoco la tuve durante muchos días después, aunque igualmente pensé que sí.

Sólo pensaba que mi madre iba a dejar de sufrir. Tampoco mi cabeza estaba para mucho más, ni mi cabeza ni mi cuerpo ni mi ánimo, o quizás debiera decir mi espíritu. No sé. Fue una larga batalla de desgaste hasta que me di cuenta, la tarde anterior, realmente muy tarde, de que no deseaba continuar así y que, no solo tenía razón, sino que había que respetarlo.

Pero, qué le dices a una persona en esa situación? a tu madre… Como vives con ella el día a día? Cómo le ayudas a soportarlo?. Ahora me doy cuenta de que algo podría haber hecho, afrontando la situación, pero fui cobarde, porque fue cobardía, ninguna otra cosa. No es cierto, también fui vago, no me paré a pensar, a meditar sobre ello, cómo abordarlo para ayudarla, bien es verdad que era un ejercicio muy costoso y doloroso en aquellos momentos. Se lo cedí a los sacerdotes de su parroquia que la visitaban de vez en cuando, cuando podían. Se lo agradecía entonces y se lo agradezco aún más ahora. También es verdad que para eso, son unos “profesionales”.

Se lo había preguntado con toda mi determinación, que en aquellos momentos era mucha, y aquella mañana el médico me había dicho con toda claridad que la situación “era irreversible”. Esas fueron las dos palabras que consiguieron que después de pasar toda la noche a su lado, cogiéndole de la mano, observando su estado, besándola de vez en cuando, hicieran en mi un efecto determinante. En primer lugar pedí al médico que hicieran lo que fuera para que no sufriera, que por favor le dieran algo, a lo que accedió a la primera. Y en segundo lugar me fui en busca de un sacerdote, en realidad sin muchas esperanzas de encontrarlo. Pero su Dios, y quizás el mío, me oyó y lo conseguí, bastante rápido. Le dio la extrema unción, aún estaba consciente porque aun no le habían puesto la morfina, o lo que fuera, en el gota a gota. Yo me quedé fuera, en el pasillo, quise mantener su privacidad y la del sacerdote.

Eso es lo que tenía que hacer y lo hice. A mediados de julio, cuando la primera intervención quirúrgica ya había recibido la extrema unción. Estaba muy nerviosa a causa de la medicación y en aquellos momentos de confusión y desvarío no supe cómo llegó, me refiero al sacerdote. Mamá estaba muy confusa y excitada, desvariaba.

Cuando salió el sacerdote entré en la habitación, le di un beso, estaba tranquila, los ojos cerrados, no se si consciente del todo, es el momento que peor recuerdo, supongo que estaba muy conmocionado. No hacía mucho rato había vuelto a vomitar sangre, no tanta como la noche anterior, y la habían cambiado el camisón y las sábanas. Le dije que qué bien que habíamos encontrado a un sacerdote, abrió un poco los ojos y me dió una media sonrisa de las suyas, cargada de cariño, de amor.

Bajé a fumar un cigarrillo, tenía necesidad, no era consciente de mi angustia, pero la tenía y mi instinto me envió a la calle a fumar, en ese momento ya no me importó dejarla cinco minutos sola. Ahora no sé porque.

Cuando volví le estaban pinchando un nuevo frasquito de plástico en el suero del gota a gota. En esos momentos no habló, yo si, no me acuerdo lo que le dije, pero aun no estaba profundamente dormida.

Al poco tiempo si. Su cara entonces era tranquila, serena, plácida, como su respiración.

Me senté a su lado, a esperar, sin prisa.

Poco después vinieron Claudia y Margarita y más tarde mi hijo.

Ella estuvo todo ese tiempo como dormida, plácidamente.

Y así estuve hasta aproximadamente las dos de la tarde que fue cuando noté ese gesto en sus morritos, esa última expiración de mi querida mamá, a la que he querido tanto y a la que ahora lo se, siempre querré y cuyo vacío aún me duele.

Murió en compañía de toda su familia de sangre, toda la que le quedaba, mi hijo y yo. Como ella siempre había dicho que quería hacerlo.

Todo empezó la tarde anterior. Ese martes tres de octubre había quedado a comer con JC, el Maestro y Juanma. Por la mañana muy temprano, no recuerdo para qué, había estado en casa de mamá. Estaba dormida, la vi en la cama, desde la puerta entornada, y no quise ni entrar en la habitación por no despertarla.

Cuando finalizó la comida, tarde, ya se sabe, comida española con copa después, cogí el metro para ir hacia casa, ya en el vagón telefoneé para ver como estaba. Se puso Margarita y cuando estaba hablando con ella y me contaba que había comido mal, como casi siempre, cortó el diálogo repentinamente y soltó un grito desgarrador: ¡su mamá está vomitando sangre, mucha, en grandes cantidades! ¡señor Álvaro venga rápido! estaba muy nerviosa. La dije que se tranquilizara, que enseguida llegaba.

Salí del metro en Acacias cogí un taxi y volví a llamarla. Me dijo que echaba gran cantidad de sangre por arriba y por abajo. El taxista me estaba oyendo y fue todo lo deprisa que pudo.

Cuando llegué Margarita no paraba de llorar y mi madre estaba tranquila pero con expresión de miedo en la cara, los ojos muy abiertos. En el suelo de su habitación y en el pasillo había manchas de sangre, ni que decir la cama, aunque Margarita había limpiado. Llamé al teléfono de urgencias de su seguro médico y al poco tiempo había una ambulancia grande del SAMUR en la puerta de casa.

El trayecto al hospital fue rápido y uno de los dos integrantes del equipo SAMUR estuvo a su lado todo el tiempo. Yo, al lado del conductor.

Cuando la ubicaron en un box de la UVI me dejaron pasar a verla. Pobrecita mía, estaba asustada. Primero llegó Nines, luego Claudia y Margarita y luego mi hijo.

Al principio me dijeron que iban a hacerle una endoscopia, pero cuando se dieron cuenta de que tomaba Sintrom, dijeron que no podían hacérsela.

Pasé muchas veces a la UVI, unas solo, otras con mi hijo y una más con Nines porque mi madre me dijo que quería verla.

Ya a las once de la noche la médico de guardia me dijo que iban a ingresarla, que tardarían un poco en preparar la habitación. También me dijo que qué pena, que qué gran mujer era mi madre. Mamá hablaba con todo el mundo desde el cariño, y cuanto más asustada estaba, con más cariño lo hacía, con la médico seguro que fué igual.

No lo pillé entonces, luego he pensado que la medico me quería decir algo más, algo definitivo, es posible, pero no lo pillé. No tiene importancia, ni entonces ni ahora, pero si realmente me quiso decir algo más, por ejemplo que no había salida, ¿no pudo decírmelo con más claridad?  No pasa nada, no lo recuerdo con rencor, fue siempre muy amable y cariñosa con mi madre y conmigo.

Se hacía muy tarde y les pedí a Claudia y a Margarita que se fueran a dormir.

Un poco más tarde hice lo mismo con mi hijo, le aseguré que si pasaba algo le llamaría.

Nines se quedó conmigo, toda la noche, a la mañana tenía que ir sin falta a trabajar.

Eso es todo, o por lo menos lo que yo ahora recuerdo, lo que sentí, lo que he querido expresar en estas líneas. El razonamiento de que era lo mejor para ella, que iba a dejar de sufrir porque los últimos tres meses habían sido muy difíciles, tremendamente duros. El pensar que al fin iba a reunirse con su marido y su hermana a los que tanto quería y a los que echaba tanto de menos. Pero todo, enseguida se convirtió en la sensación de falta, de dolor de no poder verla ni hablar con ella, de impotencia ante la imposibilidad absoluta, que todavía me dura, que imagino que me durará siempre, espero que cada vez con menos dolor.

Te quiero mamá, te querré siempre, te echo mucho de menos, nunca imaginaba cuanto.

Y me duele tu falta.  



Esta entrada está creada para que exista, pero aún en construcción. Quizá siempre lo esté.