viernes, 27 de noviembre de 2015

El corazón de las tinieblas




Este verano, por fin, ley "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad.

No pretendo hacer una critica de esa novela tan famosa, es más, no tengo capacidad para hacerla. Es más, no se si me gustó o no me gusto. De lo que estoy seguro es que me gustó leerla.

Tiene partes profundas, de esas que se te pegan al alma y que la hacen temblar de agradecimiento por saber describir eso que te parece que has entendido y que, aunque no tienes certeza de ello, estás íntimamente seguro de que ha sido así.

Como no soy un gran lector, eso solo me ha pasado anteriormente, con tanta fuerza, al leer "Sobre héroes y tumbas" de Ernesto Sábato.

Encontré mas, pero no las tengo ahora. Sólo por la sensación que me dejó la lectura de estas dos frases, me mereció la pena leer esta novela.



-...No, es imposible; es imposible transmitir la sensación de vida de una época cualquiera de la propia existencia; lo que le confiere veracidad y significado, su esencia sutil y penetrante. Es imposible. Vivimos igual que soñamos: solos.



... No me gusta el trabajo, a nadie le gusta, pero me gusta lo que hay en el trabajo; la oportunidad de encontrarse a uno mismo. Tu propia realidad (para ti mismo, no para los demás), lo que ningún otro hombre puede llegar a saber jamás. Ellos solo pueden ver la representación. Pero no pueden saber lo que significa en realidad.






No le gustaba el Otoño



Después del verano y hasta llegar al intenso frío del invierno
transcurrían unos días que no le gustaban, a pesar de que muchas veces, en muchos casos, eran días luminosos y templados, con esos rayos de sol cuya excesiva inclinación hacia que molestaran intensamente a la vista a cualquier hora, eran horizontales. ¡Esa era la diferencia! En verano solo sucedía en las horas de amanecer o atardecer.

Le daba mucha pereza, pero lo hacía. Como otras tantas cosas rutinarias que llegaban a aburrirle de tal manera. Sacaba la ropa de invierno de donde hacía tn solo unas pocas semanas las había guardado después de sacar la ropa ligera de verano que a su vez había guardado tan solo unos meses antes, después de sacar... -¡rutina! ¡puta rutina!- se decía siempre en este tipo de circunstancias. Pero la vida le había enseñado que había que ser disciplinado y responsable, en primer lugar porque por muy rutinarias que fueran había que hacerlas y en segundo lugar porque no siempre se puede hacer lo que apetece. La vida es así, o se hace lo que se debe o al final de alguna manera te pasa factura. Su alma de ácrata siempre tiraba al monte del desorden, pero no podía ser.

Sabía perfectamente que era una maravilla pasear por el campo en esa época. Por ejemplo por la sierra madrileña de Guadarrama. Justamente en esos días la luz solar reflejaba especialmente esos colores calientes a la vez que tristes del otoño. Verde, ocre y amarillo intenso dominaban todo. Las sensaciones eran placenteras, más que en verano, similares a la de la primavera pero con un ligero toque de tristeza, ¿o quizás fuera melancolía? Si su espíritu atravesaba una zona de serenidad era capaz de llegar a esos momentos de felicidad que tanto le gustaban. Intentaba hacerlo, un paseo, por lo menos uno.

En esos días también se podían disfrutar en su ciudad, Madrid, esos atardeceres tan valorados por toda la gente que tiene la capacidad de retirar su mirada de los objetivos cercanos y elevarla a lo alto, esos que de vez en cuando descubren bonitos edificios, cielos azules degradados y animosos o justo eso, atardeceres apabullantes con azules suaves enmarañados al azar con violetas rosados todo mezclado con esos grises luminosos que les dan el toque de realidad necesario. Duran muy poco y hay que disfrutarlos en esas amplias avenidas o plazas, mirando siempre hacia el suroeste. Últimamente había perdido algo de esa capacidad y justamente ahora se estaba dando cuenta, -aún hay tiempo amigo-, se dijo.

Pero claro, ese tiempo, buen tiempo, acumulado en una ciudad como Madrid tenía también unas malas consecuencias, la contaminación. Esa boina gris que cubría el cielo y que producía en las personas efectos nocivos tanto a nivel psíquico como físico, alergias, catarros y problemas respiratorios en general. Por eso, cuando de repente después de un periodo de estos, llegaba un día gris de lluvia que limpiaba la atmosfera, cosa que realmente sucedía con bastante poca frecuencia, el ánimo tendía a serenarse de nuevo y la sensación física podía llegar a ser realmente placentera. La atmosfera se humedecía y se calmaba con ese toque de frescor característico, el sonido de la ciudad se mitigaba y la gente circulaba por las calles de una forma mucho más calma.

Lo peor, lo que no le gustaba nada, lo que hacía que nunca deseara la llegada de esta estación y que siempre estuviera pensando en cuando iba a terminar, era la hora tan temprana del anochecer, las pocas horas de luz solar que podía disfrutar. Solo por eso no le gustaba el otoño, porque justo eso podía con todo lo demás.

Era muy raro, qué cosas tenía.   


Nota: Muchas gracias a Ire por la foto, sobre todo porque no la he pedido permiso para ponerla, creo que no es necesario.

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ácrata.

1. adj. Partidario de la supresión de toda autoridad. U. t. c. s.