martes, 25 de febrero de 2020

El oso Fernandoso. Capitulo 5 y último.




¡Qué sueño tenía! Le esperaba un largo día, el pueblo estaba a veintisiete kilómetros y Jaro, su asno, iba suficientemente cargado de miel como para no cargarle también con su macuto.

Visitaría primero la tienda de herramientas de Don Fructuoso con quién tenía que hablar para ver si necesitaba mangos de madera pulida para las hachas, últimamente le había comentado que la gente del pueblo volvía a solicitarlas ya que las de plástico, que venían de oriente y eran más baratas, no tenían el mismo tacto ni duración. Intentaría conseguir un pedido para mitigar la bajada de producción de las abejas. También intentaría venderle unos cuantos tarros de miel, aunque pensaba que todos los tenía vendidos le gustaba distribuir su producción, bueno la de las abejas, en muchos sitios. A continuación iría a la frutería del señor Martillo para colocar otros tarros de miel y la mitad de la jalea real que llevaba. Todo eso le llevaría varias horas pues en el pueblo los negocios se hacían sin prisas.

Y ya, finalmente y antes de cenar, se acercaría a casa de Violeta. Le llevaba no solo un bonito ramo de flores de su pradera, sino también un bote de miel de la colmena que estaba más apartada y por tanto más cerca del bosque, tenía siempre un extraordinario sabor a zarzamoras. Estaba deseando verla, quizás le invitaría a cenar, pero claro, no podía preverlo, si fuera así sería la perfecta culminación de un duro día.

Cerró las contraventanas, recogió todas las herramientas y las llevó al establo guardándolas ordenadamente en su sitio y ,al salir, dejó abierta la puerta para que al anochecer la vaquita Fernanda pudiera guarecerse.

A continuación cogió el dinero y un bocadillo que se había hecho para el camino, el ramo de flores, la miel y la jalea y colocó todo como pudo en las alforjas de Jaro. Comprobó que no se dejaba nada importante, cogió el macuto y la escopeta y después de cerrar bien la puerta emprendió camino.


Cuatro días de conversación y negocios en el pueblo le esperaban y también, claro, Violeta y sus ojos.

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Fernanda estaba pastando plácidamente, esa mañana vio abierta la puerta del establo y se acordó de que Fernando se había tenido que ir al pueblo por unos pocos días como todos los meses. Para ella era incómodo porque para cuándo volvía tenía las ubres a estallar de tanta leche sin ordeñar en más de cuarenta y ocho horas. Pero bueno, sabía que tenía que ser así.

Hacía un soleado día y pensaba pasar toda la mañana en el prado pastando y bebiendo.

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A Kruon se le removieron las tripas y comenzó a generar saliva como si de agua se tratara, en aquellos momentos solo su instinto le guiaba y su instinto decía que o matar y comer o morir. Se acercó todo lo sigilosamente que pudo a la valla sin dejar de mirar a la vaca, que seguía comiendo sin levantar la cabeza del suelo para nada. La cerca era su gran obstáculo, en otras condiciones, tan solo un par de decenas de días antes, la habría asaltado a la carrera sin absolutamente ningún problema. Ahora era imposible. Miró hacia un lado y hacia el otro. Se fijó en que el río atravesaba la cerca por debajo. Si se metía en el agua y sumergía la cabeza durante uno o dos segundos, podría pasar al otro lado. Con un gran esfuerzo se acercó al agua, aquello no le traía buenos recuerdos, notó que estaba muy fría, primero en sus patas y cuando se acercó al vallado también lo notó en la barriga y en su cuerpo entero ya que introdujo la cabeza pero enseguida la volvió a sacar, ya estaba al otro lado. Al salir del agua resbaló en unas piedras y tuvo que chapotear para no caerse, con el consiguiente ruido.

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Fernanda oyó un ruido en el agua e incorporó la cabeza, el sonido venía de atrás a su izquierda. Tuvo que mover su pesado y poco ágil cuerpo para poder ver de dónde venía el ruido y lo que vio fue un animal de color amarillento anaranjado con rayas negras, muy delgado y con las fauces abiertas enseñando un par de grandes colmillos. Su aspecto era fiero, sus ojos rojos y se movía con dificultad pero sin pausa hacia ella, sin apartar su mirada roja, para nada.

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Fernandoso estaba disfrutando de unas fresas muy rojas y muy maduras antes de comenzar paseo de vigilancia que había decidido hacer todos los días a raíz del descubrimiento de su probable enemigo. Estaba muy cerca del río, a su salida hacia el valle. ¿Ese sonido? Es como unas campanillas, no, era un sonido menos agudo, un badajo, y sonaba rápido, con urgencia. Venía del valle, de por la casa de Fernando.

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La vaquita salió corriendo, bueno, las vaquitas gordas como Fernanda no pueden ir muy deprisa, aunque lo intenten, sus movimientos suelen ser torpes, las grandes ubres tienen algo que ver.

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Kruon, tenía frío, el chapuzón había dejado completamente mojada su antes bonita piel. Vio como la vaca había detectado su presencia y huía torpemente, no iba muy deprisa, pero aún así iba a llegar al establo antes de que la pudiera alcanzar.

Fernanda se escondió en la cuadra, donde la ordeñaban, estaba muerta de miedo. Antes de entrar había visto como el fiero animal iba a por ella, le costaba andar, a veces tropezaba y las patas delanteras tenían que arrastrar el cuerpo durante unos momentos hasta que lograba estabilizarse. Ese animal no estaba bien, pero sus colmillos y su boca daban mucho miedo.

Fernando había corrido, mucho, ya se encontraba en el río, donde el agua se abría al valle, y lo vio. Vio como el tigre se encaminaba hacia el establo en el que se oían los mugidos alarmados de Fernanda, eran mugidos de pavor.

Kruon estaba agotado pero aún tenía las fuerzas que le salían del hambre, de la determinación de vivir. Consiguió llegar a la puerta del establo, los mugidos salían del fondo, ya quedaba poco, tan solo unos metros, abrió las fauces, sacó los colmillos e inició la carrera, cuando llegó a la puerta de la cuadra la vio, sacó las garras y elevó las patas delanteras para dar el salto final.

En ese momento Kruon perdió el conocimiento, después de notar un abrazo que lo atrapaba por detrás.

Fernandoso había llegado a tiempo, había corrido mucho, a cuatro patas los osos pueden ser muy veloces, y cuando entró en el establo y vio la situación pegó un enorme salto abrazando con todas sus fuerzas al tigre antes de que pudiera tan solo tocar a su aterrada víctima. El tigre, escuálido y con la piel llena de enormes calvas, cayó al suelo sin consciencia.
 
Taor estaba enseñando a los tigres más jóvenes, les enseñaba sus garras con movimientos amenazadores tan cercanos a sus caras que, aún intentando no dejar de someterse, de puro miedo y por instinto de supervivencia desenfundaban finalmente las suyas acercándolas a Taor en tímidas respuestas a sus fingidas agresiones. Eran unos cachorros aún.


Kruon estaba muy cansado, muy débil, no podía siquiera abrir los ojos y en su febril estado soñaba con los días de felicidad en la meseta, junto a la manada. ¿Podría algún día volver? Posiblemente muy pronto moriría.



FIN



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019