Suena el despertador, son las seis y media de
la mañana, se levanta tropezando con todo, se acerca a la ventana, es lo
primero que hace, ver como está el día para saber qué ropa va a ponerse, no
solo para salir a la calle, sino para aguantar hasta la tarde cuando vuelva a
casa.
Para poder ver que hace un día espléndido de
sol ha tenido que subir las persianas, ya que estaban completamente bajadas
para que la luz no le despertara. Es principio de verano y amanece muy
temprano. Por fin dejó de llover, no es tiempo, a finales de junio debería
hacer un tiempo seco y soleado.
Esta noche ha soñado, como otras muchas veces,
que caminaba a saltos, suavemente, a largas y altas zancadas, pasando sobre los
edificios, tocando las copas de los árboles, acariciando las nubes, sin ninguna
ayuda, solo con la potencia de sus piernas que hacía que su cuerpo parezca
ligero. Esta noche se ha acercado a Salamanca, ha atravesado montañas y valles.
Es una sensación increíblemente placentera.
Bueno, lo más importante ya está, sabe qué
tiempo hace, luego se acercará al ordenador portátil para ver el que hará, la
previsión metereológica.
A continuación se dirige hacia el cuarto de
baño, abre el grifo de agua caliente del lavabo para que cuando abra la ducha,
las cañerías se hayan vaciado de agua fría.
Siempre se pregunta la misma tontería, ¿quien
inventaría la ducha? le deberían dar el premio Nobel. El agua le resbala por la
cara, por los hombros, por el pecho, por las piernas, haciendo que todo se
relaje. También contribuye a su despertar, debe andar ya al quince por ciento
de su capacidad total de percepción, o así.
La radio ya no suena, se ha hartado, hoy se ha
puesto en huelga de oídos cerrados. Toma con la mano derecha un estropajillo de
plástico de color azul y con la izquierda un trozo de jabón natural de fregar,
su piel siempre se lo agradece. Se enjabona todo el cuerpo con firmeza pero también
con prisa. Hoy no tocan los pelos, como siempre, un día si dos no, un día si
dos no, y así sucesivamente. Mañana si tocará.
Se aclara el jabón bajo el agua de la ducha,
se queda un ratito pequeño, muy pequeño, disfrutando. ¡Que gozada! Este momento
le resulta siempre totalmente placentero.
Bueno, ya está, ya está bien, se va a hacer
tarde, piensa, y cierra de golpe el grifo monomando. Descorre la mampara y sale
de la bañera a la vez que alarga el brazo para coger el albornoz blanco con el que se
seca el cuerpo. Ya está. Se seca también un poco el pelo con la toalla blanca.
Mira al espejo y no ve nada, es el vaho que domina la habitación y nubla el
espejo. Pero para eso tiene el secador, solo para eso. Lo saca, lo enchufa, lo
pone en marcha y lo apunta al cristal húmedo. En escasos cinco segundo ha hecho
un hueco suficiente para ver algo más que su cara y su cuello completos. Ya está,
ahora se puede afeitar. Jooooder, es lo que más tiempo le lleva siempre, y lo
que menos le gusta, se le hace pesado. Pero también es lo que más necesita. Algún
día que se ha ido sin afeitar, ha pasado un mal día, una gran sensación de
sueño y malestar, seguro que es autosugestión, pero es así, no lo puede evitar.
Primero brocha y jabón, luego hacer espuma sobre
la cara, bastante, suficiente para que la cuchilla se deslice suavemente, por
cierto ¡anda que no son caras!
Por fin tiene la barba rasurada, ahora toca
echarse desodorante, sólo un poco para proteger esa piel tan sensible. Y un pelín
de colonia suave de hierbas, bueno, hoy no, hoy decide echarse una de las
muchas muestras que tiene, una de las que le regaló Raquel el año pasado en
Benavente.
¡Ale, al pasillo! Se queda un buen rato
pensativo en la puerta del baño, aun no está despierto del todo y no sabe que
hacer... sabe que lo que tiene que hacer es importante pero su mente está en
blanco y todos sus músculos parados esperando la orden de… ¡ya, ya sabe lo que
es! lo que tiene que hacer ahora. Es: calzoncillos y camisa, ¡Pues no era tan
difícil! Una vez puestos, al cesto de la ropa sucia con los de ayer.
El pantalón aun no se lo pone, pues siempre se
lo mancha al servirse el café. Puñetera tapa de la cafetera. Mira que lo tiene
estudiado, que sabe en qué consiste, pues nada. Después de echar el café en el
vaso, al poner de nuevo vertical la cafetera, la tapa, que se ha abierto al
inclinarla tanto, vuelve a su sitio golpeando el borde del cuerpo de la
cafetera con fuerza y saliendo disparadas unas microgotas de café que, siempre,
irremediablemente, van a la parte delantera del pantalón dejando un rastrillo
de 3 o 4 pequeños lunares marrones. Una buena forma de empezar malamente el
día, eso si, generando trabajo, a si mismo, por supuesto.
Pero esta vez no pasará, de mancharse algo,
serán sus piernas.
Que bueno le sale el café!!! Como si tuviera
algún mérito, a parte de tener una cafetera idónea, comprar un buen café y
rellenar la cazoleta correctamente.
Cagoenlá! Se le han olvidado los cereales con
leche. Bueno, el café esta muy caliente y puede esperar.
Y así transcurren sus mañanas, lavado de
dientes, algún día bajar la basura, algún día, también, recoger la ropa seca
del tendedero. Escuchar las noticias de TVE1 de la tele y, lo más importante,
salir a la calle y dirigirse al metro para ir al trabajo.
Esa rutina que siempre queda desbaratada por
el sueño que acumula contribuyendo a que sea menos… rutina.