viernes, 31 de enero de 2020

El oso Fernandoso. Capítulo 4.





Fernandoso se despertó tarde, sus ardillas guardianas, las que siempre le avisaban si algún peligro acechaba su cueva, corrían divertidas entre los rayos del sol por entre los troncos de los abetos cercanos, hacía un día precioso. Eran sus amigas, un día le habían salvado de un gran peligro al avisarle que había entrado en su cueva una víbora.

Al ver un día tan bonito decidió ir a bañarse a la gran charca y a ducharse en las aguas de su cascada. Estaba en los límites del bosque adyacentes al valle, como a media hora de la casa de Fernando.

Por el camino disfrutó de alguna zarzamora, pues era época, pero según se acercaba a su destino su olfato detectó algo especial, era un animal con la piel húmeda, pero no sabía distinguirlo. Se acercó a dos grandes troncos caídos en el suelo, posiblemente a causa de una tormenta de viento, entre ellos había tantos arbustos y tan poblados que no se podía distinguir el suelo. En el bosque no había grandes animales peligrosos, o eran pequeños como las víboras o algunas arañas venenosas o venían del cielo, como buitres o águilas, así que no sentía miedo, sino más bien curiosidad. Se asombró de que al acercarse más y más, ese animalillo no saliera huyendo. Su olfato le llevaba a la zona de los arbustos, muy cerca de un acebo lleno de bayas rojas. Se acercó y se puso de patas como si fuera a coger sus bayas, mirando disimuladamente hacia abajo. Lo vio, todo menos la cara, piel de pelo corto y color dorado con gruesas rayas de color marrón muy oscuro. Debía estar enfermo pues no sé movía absolutamente nada. Solo había un animal que se ajustaba a esa fisonomía, un tigre, había visto una manada a lo lejos una vez que se perdió y apareció en la meseta, en la árida meseta y al verlos se dio enseguida la vuelta hacia un bosque de encinas cercano ya que eran muchos y parecían peligrosos. Volvió a bajar disimuladamente la vista y sí, se trataba de un tigre que debía estar enfermo. Además de enfermo debía estar muy asustado, así que decidió no hacer nada y marchar hacia la charca para darse su refrescante ducha.


Durante el paseo de vuelta a su cueva estuvo pensando en su descubrimiento y decidió que tendría que estar vigilante pues los tigres eran animales fieros y peligrosos no solo para él sino para los animales del bosque e incluso para Fernando y la vaquita Fernanda.

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Fernando estaba preocupado porque la producción de las abejas había bajado considerablemente durante el último mes. Pronto tendría que bajar al pueblo a vender la miel y estaba convencido de que le iban a dar bastante menos dinero y como ese dinero lo utilizaba para comprar víveres para el siguiente mes, pues no podría comprar las cantidades habituales, sino menos. ¿Pasaría hambre? Bueno siempre podría contar con la leche de la vaquita Fernanda para suplir alguna deficiencia de comida. Los que sí eran imprescindibles eran los artículos de limpieza y de aseo, porque las herramientas podrían esperar al mes siguiente.

Tendría que preparar ropa y dinero para los tres o cuatro días que pasaría en el pueblo vendiendo y comprando. Y no solo eso, Violeta le tenía loco, cada vez veía sus ojos más verdes y más grandes y qué decir de su pelo, y de su sonrisa y de… bueno no podía decir nada de su olor porque nunca había estado suficientemente cerca de ella. En fin, estaba enamorado y lo sabía.

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Kruon miró hacia la derecha, todo se veía bastante oscuro igual que a su izquierda, se dio la vuelta y vio el mismo panorama, solamente al frente se veían destellos de luz, así que con paso lento y cansino se dirigió hacia allí. Llevaría recorridos unos ochenta árboles cuando primero oyó, y se quedó quieto, y luego vio una cosa blanca que se movía a pequeños saltos, siguió quieto, orejas largas, era un conejo. Su corazón se llenó de emoción y comenzó a latir mucho más rápido. Sus patas delanteras temblaron, las traseras le impulsarían lejos estirando su cuerpo entero hasta que sus garras delanteras, en un movimiento rápido y preciso, alcanzarían la posición que el conejo tuviera en ese momento y caza finalizada. Pero eso, que hubiera sido así en cualquier circunstancia vivida anteriormente, se convirtió en un planchazo sobre el suelo, muy lejos del conejo, que se alarmó y salió corriendo hasta que Kruon le perdió de vista.


No tenía fuerza, tantos días de ayuno.

Así que decidió comer bayas, como había visto hacer al oso. Pronto vio un arbusto en el que había unas bolitas redondas de color azul, estaban muy altas así que intentó ponerse a dos patas, pero claro, no se sostenía y no podía cogerlas ya que no tenía manos con largos dedos como los humanos, así que tras varias intentonas en las que cayeron tres bolitas al suelo, tuvo que desistir. Pero las probó, eran frescas y jugosas por dentro, aunque más ácidas que dulces. Las comió con mucho asco, era como si su estómago las rechazara.

Continuó su camino hacia la luz. Vio varios conejos pero sus intentos, todos, fueron frustrados por su falta de fuerza para realizar rápidos saltos y salir corriendo hacia su presa.

Estaba muy desanimado y su caminar era lento, buscando los caminos para no tener que saltar entre los arbustos, pero con miedo porque allí era más visible para el oso que vivía allí y del que temía un posible ataque. Vio un abeto con un grueso tronco y justo al lado un arbusto lleno de bayas rojas, se acercó, se puso a dos patas apoyando las delanteras en el tronco y alargó el cuello, podía llegar a una gran cantidad de bayas, estás estaban más amargas y ácidas pero tenía que alimentarse y comió, muchas, gran cantidad de ellas, entre arcadas. Una vez se hartó, consideró que no podía comer más y siguió su camino hacia la luz.

Antes de llegar la noche sucedió lo que no esperaba y que le dejaría aún más hundido.

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Fernandoso no podía dejar de pensar en su encuentro del día anterior. Un tigre era un animal carnívoro y peligroso y quedarse sin hacer nada no era la mejor solución. Pero ¿Era mejor volver y enfrentarse a él? porque estaba seguro que en cuanto lo descubriera le atacaría, por muy mal que se encontrara, era su instinto, el de todos los animales, en situaciones desesperadas luchar hasta vencer o morir. Por otro lado estaban sus ardillas y la vaquita Fernanda e incluso Fernando, si le pillaba desprevenido le podía atacar. Estaba inmerso en un gran desasosiego, no podía dejar de pensar en ello y a cada momento con más angustia.


Decidió dejar pasar unos días y volver con mucho sigilo. Sí el tigre seguía encontrándose mal y no se sentía atacado, ni descubierto, no le atacaría y si se encontraba mejor ya vería lo que hacía, salir huyendo quizás no fuera lo mejor porque un animal como ese, criado en las grandes llanuras de la meseta, correría más rápido que él. Aunque en el bosque, entre los árboles ya no estaba tan claro que fuera más rápido, en cualquier caso no le haría frente a no ser que no le quedará más remedio.

Se encontraba preocupado y en un mar de dudas

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Eso es lo que era, un triste tigre escuálido y hambriento vomitando a cada metro en medio de un bosque, o sea, una piltrafa a merced de cualquier percance. Las bayas con que se alimentó no fueron una solución, más bien un problema.

Tuvo que parar al amparo y en medio de un pequeño bosque de acebos dentro del gran bosque. No podía más, no tenía fuerzas. Allí quedó desfallecido y además con una gran sed, necesitaba comer y beber, no sabía cuál de las dos cosas necesitaba más. Había ya mucha luz, por lo que pensaba que debía estar ya muy cerca del límite del bosque, en cuanto saliera de él ya estaría más cercano a las condiciones de su hábitat natural. Estaba anocheciendo, esperaría a la luz de la mañana para intentar salir del bosque cuanto antes.

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Allí estaban los dos grandes troncos caídos. A Fernandoso comenzó  a latirle intensamente el corazón, no veía el peligro pero lo intuía, se acercó al lugar donde estaba el tigre, despacio, no era capaz de disimular sus pisadas, pesaba demasiado, mirando, eso sí, a diferencia de la otra vez, continuamente hacia abajo, esperando cualquier ruido o movimiento para ponerse a correr, saltar como un resorte, estaba en un estado mental y físico de alerta total.

Pero... ya no estaba, se había ido.

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Le dolía todo. Una gran sensación de vacío en la barriga y la boca seca y pastosa. Caminaba, casi se arrastraba, las patas delanteras  tiraban de su cuerpo mientras las traseras eran como lastre. Iba siguiendo la claridad. Todo era muy costoso. Necesitaba una presa, calmaría su hambre y su sed.

Fue como el sol en el amanecer, una gran mancha de luz que cegó sus ojos y le arrastró hipnóticamente hacia ella de tal forma que ya no sentía dolor ni mareo.

Era como el cielo, una inmensa pradera partida por un río y a la izquierda una valla y dentro… dentro… una mancha negra y blanca… que se... ¡movía! Era una ¿vaca?



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019