viernes, 25 de marzo de 2011

Investigación VI

Tarde lluviosa, gris claro, lo que indica que las nubes no son demasiado espesas, pero con esa llovizna constante que acaba empapando todo y que, según dicen algunos, tan buena es para las plantas.

Salgo de trabajar y me dirijo a la boca del Metro, mi camino de vuelta a casa. Hoy no es muy tarde y pienso en mi investigación. Decido acercarme al portal en el que perdí su pista ayer por la mañana.

Diviso a lo lejos el portal y me doy cuenta de que lo normal es que esté cerrado. ¡Vaya! tendré que llamar a algún piso para intentar que me abran. Me acerco, subo los cuatro escalones que separan el portal de la calle y comienzo a mirar los botones del "portero automático". Hay cinco pisos y dos letras por piso, A y B. En el marco de la derecha hay una placa dorada que indica "Dr, Donoso - Alergólogo / 1º B". Esa es mi solución, llamar al alergólogo y que me abran. Pero cuando mi dedo índice de la mano derecha está a punto de pulsar el botón del primero B, escucho una voz a mi espalda que me dice.

- Deje, no se moleste, ya abro yo, va al alergólogo ¿no?

Es una señora completamente cargada de bolsas de la compra que, después de dejar descansar algunas de ellas en el suelo, abre la puerta.

Por supuesto la sujeto la puerta para que pueda pasar y a continuación paso yo.

Me deja un poco perplejo la confianza que esta señora ha depositado en mí, porque podría ser desde un ladrón, pasando por un violador y hasta un asesino en serie. Pero luego me acuerdo de lo que dice mi amiga Milagros.

- ¡Ay hijo! si con el aspecto que tienes es imposible que nadie pueda desconfiar de ti.

En realidad cuando me lo dijo no supe si tomármelo como un cumplido ó directamente mal, pero en cuanto me puse a pensar porqué, rápidamente lo dejé, porque tengo cosas mucho más importantes en las que pensar. Pero, es cierto, algún día tendré que dedicar un ratito a pensar porqué una frase como esa me pudo molestar...   

La señora se para delante de uno de los ascensores que hay al fondo, el de la izquierda, deposita las bolsas en el suelo y pulsa el botón de llamada.

Mientras tanto yo me dirijo a las escaleras del fondo y subo al primer piso. Me encuentro con un cuadrado descansillo en el que hay una puerta a la derecha y otra a la izquierda, todo muy feo, gris y algo desconchado, el suelo de terrazo blanco y negro horrible. No hay indicaciones en absolutamente ninguna puerta. Me vuelvo y veo que hay dos puertas de cristal a ambos lados de la escalera. Abro la puerta de la derecha y me encuentro con un ascensor a mi izquierda y una puerta a mi derecha con un rotulo que dice "Dr. Donoso". Vuelvo al descansillo y abro la otra puerta de cristal. Exactamente la misma distribución espejada pero sin ningún cartel.

Vale, puedo suponer que trabaje con el Dr Donoso, o no. Pero lo que es casi imposible es que sea su paciente, no puede ir todos los días a visitar a su alergólogo ¿no?

Por hoy ya he investigado bastante, me vuelvo a la calle y me dirijo a la boca del Metro, como todos los días.

jueves, 24 de marzo de 2011

Investigación V

Ayer salí detrás, para ello tuve que disimular, me paré en el hall de la estación para ponerme muy despacio la gabardina y anudarme la bufanda, ese tiempo permitió que me adelantara y saliera a la calle por delante.

Cuando torció por la calle Bruselas, se detuvo delante del escaparate de una tienda oriental de esas que se dedican a vender abalorios y cosas que no sirven para nada. Se mantuvo delante del escaparate el tiempo suficiente para que yo tuviera que pasar de largo, y eso que anduve extremadamente despacio.

Yo creo que se ha dado cuenta de mi actitud persecutoria.

Hoy, tres cuartos de lo mismo, en el transbordo se monta en una puerta más atrás que la mía, en el mismo vagón, y cuando llegamos, sale y recorre el andén para salir por las escaleras mecánicas de la parte delantera. Yo me las he apañado para retrasarme mucho más, subiendo por las escaleras de la parte de atrás, pero teniendo mucho cuidado de no quedarme demasiado retrasado y perder su pista.

Una vez en la calle me he apostado en la esquina de la calle por la que tuerce siempre y he asomado la cabeza disimuladamente de vez en cuando para seguir sus pasos. Ha bajado la calle Bruselas y he visto como torcía a la izquierda por el jardín de hace unos días, hoy no se ha parado en los escaparates.

En ese momento he salido a paso ligero, casi corriendo, hacia esa zona ajardinada. Es una calle, una calle interior de la urbanización de edificios. He llegado justo a tiempo de ver cómo entraba en el primer portal de la derecha, he acelerado el paso y, a riesgo de ser descubierto y concluir aquí toda esta investigación, he posado mi frente en el cristal de la puerta. Me ha dado tiempo a observar cómo subía a pie las escaleras del fondo. No ha cogido el ascensor, eso es una pista, más cuando es alguien que toma las escaleras mecánicas todos, absolutamente todos, los días. No se donde va, pero está en el primer piso de ese edificio.

Bueno ya se algo más.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Bettye Lavette


Escuchadla, aunque no es lo mismo en una grabación que en directo.

Ayer fue un lujo de actuación en la sala Caracol sobre las 21.30.

Acompañada de piano-organo, bateria, contrabajo, guitarra y, por supuesto, de su increible voz, dió una lección de ganas y pundonor.

Debería haber una escuela de cómo hacer actuaciones en directo y Bettye sería una de las profesoras.

jueves, 17 de marzo de 2011

Adaptación

Las personas, cuando sufrimos un revés, una agresión, no nos acostumbramos, costumbre no es la palabra, sino que con el paso del tiempo nos adaptamos, esa SI es la palabra, ADAPTACION.

Durante el proceso de adaptación muchas cosas cambian, no solamente nosotros.

La adaptación consiste en que cambiamos para adecuarnos a la nueva situación que se generó trás la agresión. Puede tratarse de un cambio de costumbres, de actitud, de ideas, etc..., pero nuestro cambio arrastra, sin quererlo, al de algunas cosas que hay a nuestro alrededor, las hacemos cambiar nosotros, no deliberadamente, sino como parte de un proceso vital.

La situación de lo que nos rodea ha cambiado, hay un antes y un después.

Al cabo de algún tiempo, y a consecuencia de nuestra adaptación, nos sentimos mucho más confortables y, si el revés no ha sido muy importante ó grave, puede ser que hasta nos olvidemos de él.

El cambio en el entorno que nos rodea permanece y quizás eso sea una venganza contra el que nos ha agredido.

Porque posiblemente ese cambio que se ha producido, que hemos generado en nuestro entorno para sentirnos cómodos en nuestras nuevas circunstancias, se haya vuelto contra él.

Sin embargo nosotros somos más fuertes.

Quien sabe, quizás la vida sea sabia y se vengue de los agresores. 


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Ha entrado en mi mismo vagón, en la puerta de al lado de la que yo utilizo todos los días. Se ha sentado. Antes de que el tren llegara a nuestro destino se ha levantado y ha ido caminando, con el vagon en marcha, hacia la cabecera. Siempre sube por las escaleras mecánicas que están en cabecera, como casi todo el mundo. Yo utilizo las que hay en cola, aunque tenga que subir a pié, hay mecanicas pero son de bajada, puedo subir con tranquílidad, sin aglomeraciones.

¿Me estará siguiendo?

Esta vez he subido muy despacio para no adelantarme. Pasando por el hall hemos salido a la calle. Yo seguía detrás. Ha vuelto a torcer por la calle Bruselas pero, aunque no he podido verlo bien -no quería pararme a mirar- ha bajado por la acera de la derecha. En ningun momento ha cruzado de acera, o por lo menos yo no lo he visto.

¿Se habrá dado cuenta y querrá darme esquinazo?

Tengo que pensar qué voy hacer la próxima vez.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El Viaje


El vuelo salió a su hora, eran las 00.25 de un domingo tardío del mes de noviembre.

En el habitáculo de la nave había más plazas vacías que ocupadas lo que permitió que pudiera dormir durante un rato, tumbado incómodamente en una de las filas de cinco asientos vacíos que había en la columna central. Lo de menos fue levantar los cuatro reposabrazos, lo peor fueron las separaciones que había entre los asientos y que no hubo forma humana de adaptarlas a ninguna parte de su cuerpo.

Once horas y media son muchas horas, así que dio tiempo a todo, incluso a ver alguna película. Incluso a leer alguna página del libro que estaba acabando, "Sobre Héroes y Tumbas", ese libro por el que ya conocía parte de la ciudad a la que se dirigía. Especialmente quería visitar el Parque Lezama donde, al lado de la estatua de Ceres, Martín conoció a Alejandra.

Dada la escasez de pasajeros la tripulación iba tan relajada que las tres o cuatro veces que se acercó a la zona de servicio de la aeronave, donde estaba el agua, el café y los snacks, se tuvo que servir él mismo, sin que nadie le hiciera el más mínimo caso.

La diferencia horaria con el destino era de cuatro horas y la distancia diez mil kilómetros, eso, pensaba, sólo se puede dar en un cambio de hemisferio.

No sabía que iba derecho a uno de los viajes de su vida, ni se lo imaginaba. Los últimos días habían sido una carrera de obstáculos, con múltiples problemas de toda índole, aunque sólo uno realmente importante, muy importante. Pero él siempre tuvo fe en que podrían salir.

Aunque siempre le rondó por la cabeza la  posibilidad de tener que cancelarlo todo rápidamente -si hubiera sido necesario por supuesto que lo hubiera hecho- nunca realmente se vio abortándolo. Era un viaje que inició por ella y que a la vez que lo fue programando se fue implicando más y más hasta que casi se sabía de memoria todos los sitios que iban a visitar, mucho antes de pisarlos.

Tampoco sabía que todos los obstáculos que habían soportado antes de salir no iban a ser ni la décima parte de los que se iba a encontrar en los próximos días. Sin embargo, a pesar de ello, quizás gracias a ello, iba a ser unos de los dos viajes más importantes de su vida, uno de los dos que más le marcaría en adelante. Un viaje que recordaría muchos años después con emoción y todo lujo de detalles, sobre el que escribiría un libro, nunca publicado, pero suyo.

En unas pocas horas su piel estaría recibiendo toda la calidez del sol de la primavera porteña, el frío, la humedad y la tristeza se habían quedado en el otoño de Madrid. Las enormes y floreadas jacarandás azules estarían alegrando sus ojos y ese tono arrastrado y cantarín, ese modo porteño de decir palabras muy parecidas a las suyas, estaría regalando sus oídos. Todo ello por primera vez en su vida.

La Plaza de Mayo, San Telmo, Boca, Avenida Córdoba, Avenida Santa Fe, Palermo, el Rio de la Plata con sus aguas enlodadas, de cualquier color menos el de la plata, la Recoleta, los Claustros del Pilar, el enorme gomero frente al café La Biela, donde acostumbraban a sentarse Don Ernesto y sus personajes, todo aquello que ahora le encoge el corazón, estrujándole un poquito y sintiendo una pequeña dosis de felicidad aun en la distancia.

Esa noche de inmenso calor primaveral en la limpia y bella semioscuridad de Buenos Aires sobre una tumbona blanca de plástico en una azotea porteña. Ese cansancio que le hizo quedarse dormido, protegido por los brazos de una felicidad extraña, mientras en su habitación hacía un calor húmedo y difícil para poder dormir.

Esa calidez de la gente a la que se dirigiría y de la que siempre recibiría un trato cortés y muy a menudo amigable, cálido y comprensivo.

Argentina iba a ser a partir de entonces su segundo país, aquel que le hubiera gustado elegir para vivir largas temporadas, aunque nunca pudiera hacerlo. Su vida transcurriría viviendo en su amado Madrid y añorando Buenos Aires, lo patagónico, lo argentino en general.

Ese viaje y ese país cambiaron su vida en gran medida, aunque sin saber del todo cual fue el motivo. En ello tenían mucho más que ver las sensaciones y los sentimientos que la razón. 

En realidad, probablemente, lo único que sucedió es que se desatascó y brotó, como de una fuente, todo ese jodido  y maravilloso romanticismo que, sin saberlo hasta ese momento, llevaba dentro.   






martes, 15 de marzo de 2011

Cañitas (después de sevillanas)


Estos son algunos de mis amigos, concretamente los de sevillanas.

(se lo dedico a Alejandro que no sale en la foto para que pudiera salir yo)

Acrónimos (MC, MC y MC)

Me cabrea, me cabrea y me cabrea, tiene ese don.

El proximo día 26, después de la cumbre europea en defensa del euro, el Sr Zapatero ha convocado a los dirigentes de las 44 mayores empresas españolas. El día siguiente, nada más volver, para tenerlo fresquito, para que no se le olvide nada. Se lava los dientes, se pone la chupa y ale! a ver a los directivos (que no empresarios).

Incido en lo que he dicho ya muchas veces en este blog, si esto es democracia que venga el diablo y se lo lleve.

No, el Sr Zapatero no se pasa antes por el parlamento, ni da un discurso a la nación, no, únicamente lo dicho.

Un dirigente socialiasta (¿qué será eso?) y de "izquierdas" llevandonos a todos de la mano hacia la dictadura de las sociedades anónimas dominantes.

Es que donde esté el neoliberalismo...

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Hoy he salido del metro por el lado de la derecha, he seguido sus pasos, ha torcido por la primera bocacalle, se llama Bruselas, y ha bajado unos 80 metros para perderse de mi vista en una zona ajardinada que hay a la izquierda. No he podido ver donde entraba... quizás otro día... pero tiene que ser con mucho sigilo, disimuladamente.

viernes, 11 de marzo de 2011

La Lealtad


En algunos ambientes de determinadas sociedades la lealtad es un valor en retroceso, aunque en honor a la verdad habría que decir que siempre ha habido desleales, se puede ver fácilmente en los libros de historia.

En esos mismos libros se puede encontrar que los personajes leales no sólo han contribuido al éxito del personaje objeto de su lealtad, sino que también han conseguido que triunfen o perduren causas importantes y positivas.

Gracias a ella en los peores momentos de la vida el mundo continúa siendo un lugar en el que merece la pena vivir. Gracias a ella y a otro valor del que hablaré otro día llamado solidaridad.

La principal característica del leal es que no traiciona, ni deja en la estacada, ni se olvida de las personas que quiere. Todo lo contrario.

Les respeta y ayuda, no solo en los buenos momentos en los que todo marcha bien, sino también en los difíciles y duros. Apoya sus posicionamientos o sus comportamientos y si esto no es posible, les critica directa y abiertamente pero de forma constructiva y privada.

La lealtad no solo es aplicable a alguien más poderoso, sino también a los iguales y sobre todo a los más débiles, los que más ayuda y apoyo necesitan.

Se puede ser leal con individuos, con grupos e incluso con actitudes y formas de ser.

La lealtad es inherente a la amistad y al cariño, es imposible una amistad real y verdadera sin lealtad y no se puede ser desleal a alguien a quien se quiere.

En las relaciones con la gente que quiere, el leal es un ser moralmente limpio, su comportamiento es habitualmente recto y sano y siempre impera en él la verdad y el cariño.

... o algo así.

Preámbulo


Soy una persona llena de dudas y por eso me cuesta ser absoluto, para cualquier cosa, porque además siento un profundo respeto hacia las ideas de los demás.

Ya he vivido más de 50 años y como espero que aun me queden bastantes, no se lo que voy a pensar dentro, por ejemplo, de otros diez. Pero aun así me arriesgo, ¿si no lo hace una persona como yo? ¿quién lo va a hacer? ¿un chico de 18 o 20 años? Más vale que no. Acepto la responsabilidad que me da la edad.

Este preámbulo es para decir que voy a ser más absoluto de lo que me gustaría en mi descripción de los VALORES ETICOS.

Pido disculpas de antemano por ello.  

miércoles, 9 de marzo de 2011

Valores éticos


Las personas, como seres humanos, nos distinguimos porque somos capaces de actuar inteligentemente y aplicar esa inteligencia a nuestros comportamientos, pero también porque tenemos sentimientos que nos hacen comportarnos emocionalmente.

En resumen, somos capaces de tener comportamientos emocionales a los que aportamos, o podemos aportar, racionalidad.

Estos comportamientos, que a veces son altruistas y a veces no, nos sirven para relacionarnos con nuestro entorno, rigen nuestra actitud social e influyen enormemente en la sociedad en la que vivimos.

Nuestros sentimientos y comportamientos pueden ser positivos o negativos y no pienso entrar en la discusión de que el concepto "positivo" y "negativo" es relativo. No, me niego, no pienso hacerlo, no caeré en esa trampa perversa que algunos manejan con asiduidad.   

Para regir, no ya nuestros sentimientos por ser fruto de lo emocional, sino nuestro comportamiento, existe algo que denominamos VALORES ETICOS que promueven que nuestra relación con el medio que nos rodea, personas y cosas, sea positiva para todos.

La lealtad, es uno de esos valores, aunque hay más y me gustaría repasarlos a mi manera, poco a poco. 

altruismo.

(Del fr. altruisme).

1. m. Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio.

jueves, 3 de marzo de 2011

El niño y el amor


El niño acababa de terminar de comer y se preparaba para ir al colegio, él sólo, por primera vez iba a ir sólo, tenía 10 años. Su mamá le había dado un billete de Metro y su papá sesenta céntimos para que se comprara un regaliz antes de entrar al cole.

El niño estaba muy orgulloso y contento, era casi como si fuera un día de fiesta, sus papás habían depositado su confianza en él y por tanto se sentía responsable. Abrió la puerta de su casa y bajó por las escaleras de madera hasta llegar al portal, no lo hizo a saltos como habitualmente, sino despacio y escalón a escalón, había que prevenir cualquier accidente. Traspasó el amplio portal saliendo a la calle y se dirigió con la cartera de cuero en la mano hacía el Metro cuya boca estaba en la plaza, a unos doscientos metros de su casa. Tenía que cruzar una calle pero no circulaban muchos automóviles por entonces.

Una vez en la boca del Metro descendió hasta el vestíbulo donde estaban las taquillas y presentó  a la empleada el billete para que se lo picara. Bajó las escaleras hasta el andén y al cabo de poco tiempo apareció un convoy con tres vagones. Las puertas se abrieron y el niño con mucho cuidado saltó dentro, había bastante espacio entre el vagón y la plataforma del andén ya que la estación estaba en curva. 

El vagón no estaba muy lleno ya que a las tres de la tarde en aquellos tiempos había muy poco movimiento. Se colocó la cartera entre las piernas y se agarró fuerte a la barra vertical para no caerse. Sabía que tenía que apearse en la segunda estación, Callao. Estaba realmente emocionado al ver de lo que era capaz y le pesaba la responsabilidad de hacerlo todo bien para que no hubiera problemas y al día siguiente le volvieran a dejar ir sólo.

El tren por fin llegó a Callao y el niño, después de esperar a que las puertas se abrieran, se apeó, subió las escaleras y llegó a la calle, era la Gran Vía. Nada más salir, a la derecha, pegado a la pared, recién sobrepasada la entrada al cine Avenida, estaba, como todos los días, el señor que hacía bailar a un muñequito de papel con piernas y brazos de goma al ritmo de lo que cantaba. Era milagroso, ¿cómo podía un muñequito bailar sólo?  Pero el caso es que el señor los vendía envueltos en una bolsa de papel y a un precio de dos cincuenta, todo un capital que el niño no tenía y que tampoco se había atrevido a pedir nunca a su papá. Pasó de largo, no podía pararse a mirar y que le sucediera algo o que no llegara a tiempo al cole. En las enormes carteleras del cine Palacio de la Música se veía la cara y un plano largo de Charlton Heston vestido del Cid Campeador y blandiendo una enorme espada. En otra cartelera más pequeña se veía a Sofía Loren completamente vestida de negro, vestida de doña Jimena. Tampoco se paró, estaba harto de verlas.

Llegó al paso de peatones que había justo enfrente del cine Imperial y esperó hasta que el semáforo se pusiera verde. Atravesó la calzada con mucho cuidado y siguió por la cera de enfrente hasta llegar a la esquina de Gran Vía con la calle del Barco, donde estaban los almacenes Sepu, allí giró a la izquierda. Ya quedaba poco para llegar, todo estaba transcurriendo bien, lo que le tranquilizaba.

El paso por la calle del Barco hasta llegar al colegio transcurrió tranquilamente, era una zona tranquila, una calle de barrio. Eso si, el niño paró unos instantes en el puesto de chuches para comprarse el regaliz y disfrutarlo mientras entraba en clase, pensando en lo bien que había hecho todo y lo bien que le había salido.

Desde la esquina de la calle Puebla un hombre observaba cómo su hijo compraba el regaliz, lo mismo que había observado todo el viaje del niño con mucho cuidado de no ser visto. Ahora ya podía ir tranquilo al trabajo.

Al día siguiente todo sería igual, excepto que el padre no seguiría a su hijo.

Ese mismo hombre, hoy, muchos años después, no es capaz de reconocer a su hijo que ya no es un niño. Una enfermedad despiadada se lo impide.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Mañana de invierno en Madrid.

Por la calle. Voy caminando, relajadamente, es un día de invierno pleno de sol, de luz, de esa luz que tenemos en Madrid en un día como hoy del mes de febrero, hace frío.

Son las 11 y es una buena hora para tomar un café sólo o acompañado de algo, ¿quizás unas porras? o posiblemente más sano, una barrita tostada con aceite de oliva y tomate triturado.

Hay mucha gente por la calle, la mayoría mujeres y hombres mayores un tanto grises. Señoras que van a la compra, señores realizando la misma tarea, chavalas que vuelven de tomarse un cafelito y muestran unas caras que reflejan un estado de ánimo mucho mejor que el que tenían cuando salieron de la oficina. Tíos trajeados impecablemente y con cara de mucha importancia que van al estanco a comprar tabaco ó a la administración de loterías a "echar una primitiva". No he visto niños. En fin, poco más, mucha variedad no hay.

En la acera soleada se está muy bien, en la otra no tanto, pero en estos días se nota un ambiente especial, la gente anda más animada, el color rojo se ve rojo y no granate, el azul vivo no se confunde con el oscuro y el azul marino no se ve negro.

Todo ha finalizado, he tenido que volver al trabajo, a mi oficina, y no me apetecía nada, pero nada, pero es así, debe ser así. Todo se ha acabado. En la calle ya no hay nadie ni nada, ni siquiera sol, solo el que entra por mi ventana.

martes, 1 de marzo de 2011

Real Madrid Club de Futbol

Siempre me ha gustado mucho el futbol.

He jugado al fútbol-once, el que se juega en campo grande, muchos años, hasta que a los 34 años me rompí la clavícula y tuve que operarme para quedar bien. Caí como un saco de patatas contra mi hombro izquierdo y… ese fue el punto final de mi práctica de ese deporte. Disfrutaba mucho jugando aunque realmente no destaqué nunca, ni un poco.

Desde entonces me he tenido que conformar con verlo jugar. Me divierte, me apasiona, me emociona.

Soy seguidor del Real Madrid desde que era muy pequeño. Mi padre era simpatizante del Athletic de Bilbao, pero poco aficionado al futbol.

Al vivir en Madrid lo normal es que me hiciera del Real ó del Atlético y me decanté por el Real porque toda la familia de mi amiguita de juegos y vecina eran forofos del ese equipo.

De pequeño disfruté, pero también sufrí y llegué a enrabietarme cada vez que el Real perdía un partido, lo que sucedía muy pocas veces, pero no soportaba que mi equipo fuera batido.

Era la época de Don Santiago Bernabeu, el mejor presidente que ha tenido este club. En aquellos tiempos se decía que el Real Madrid era un “club señor”. Nunca más ha vuelto a serlo.

Mi tía entonces trabajaba en la Real Federación Española de Futbol, en el Comité de Arbitros, y me conseguía pases para el Santiago Bernabeu y para el Metropolitano, donde entonces jugaba el Atlético.  Tengo el honor de haber visto a jugadores míticos, como Mendoza, Rivilla ó Collar, en el Metropolitano.

Actualmente detesto el estilo del Real Madrid. Me sigue gustando ir al estadio Santiago Bernabeu a ver los partidos, pero no me gusta la forma de actuar del club y de su directiva. Me gusta el estilo actual del Barcelona, como equipo y como club.

El Real Madrid actúa ahora como el Barcelona de los años 70 y así le va. En lo relativo a contratación de jugadores lo hace a golpe de talonario, sin importar nada más que eso. En lo relativo a “estilo”, no hace nada más que quejarse, de los árbitros, de los horarios, de la prensa, de agravios comparativos con "otros clubes", etc… . El Barcelona de entonces era “más que un club”, el Real Madrid de ahora es “el mejor club del siglo XX”, el “mejor club del mundo”, el “club más rico del mundo”, etc… e igualmente, en lo deportivo, “no se come un rosco”.

Un club vacío de valores deportivos reales y con mal estilo, ¿me voy a tener que cambiar? después de tantos años…