domingo, 1 de diciembre de 2019

El oso Fernandoso. Capítulo 3.





Con las primeras luces del día miró a su alrededor dándose cuenta de que no sabía cuándo iba a volver, es más, ni siquiera sabía si volvería, iba de exploración, había muchas montañas y muchos picos que recorrer y si encontraba otro lugar en el que vivir con menos problemas, se quedaría.

Comenzó su recorrido en sentido contrario al que hubiera tomado para ir a la meseta, pretendía dejarla lo más lejos posible. Las zonas altas, las cumbres, eran todas muy parecidas, unas con más roca, llamadas riscos, y otras con menos, pero todas tenían algo en común, escasa y pobre vegetación, ratones, culebras y poco más. En algunos riscos grandes había grietas algo profundas donde establecían sus nidos los buitres, que sabía que eran fuertes y peligrosos, alguna vez los había visto cazar en la meseta, eran capaces de levantar en  vuelo pequeñas gacelas, además había visto sus fuertes y afiladas garras y sus puntiagudos y desgarradores picos. Nada, imposible atreverse ni con ellos ni con sus crías, eran muy vengativos.

El primer día subió y bajó diez montañas sin encontrar ninguna víctima. El segundo día, incrédulo, volvió por sus pasos y de nuevo subió y bajó las diez montañas del primer día. El tercer día hizo el mismo recorrido que el primero y sí, encontró algo, un puerco espín que nada más verle se hizo una bola adoptando su postura defensiva. Durante el cuarto día encontró un pequeño río, entre la cuarta y la quinta montaña, que transcurría con gran fuerza. Allí se quedó aunque tenía previsto subir y bajar dos más.

Pensó que en ese río podía haber peces, no le gustaban mucho, pero cazar alguno podía calmar sus ansias. Quizás también podría encontrar alguna rata de agua o un castor o un mapache. Hacía frío y el agua estaba helada, a los felinos no les suele gustar mucho zambullirse pero Kruon era atípico y no solo no le importaba sino que le gustaba. Desde la orilla veía grandes peces moviéndose por las transparentes aguas. El fondo del río estaba cubierto por grandes lanchas de piedra y muchos y multicolores cantos rodados. Se metió sigilosamente en el agua pero aún así los peces, truchas debían ser, pensó, desaparecieron instantáneamente. Decidió quedarse quieto con las patas en el agua para ver si los peces se confiaban y comenzaban a salir de nuevo. Debió pasar mucho tiempo pues le comenzaban a doler las extremidades, y de repente apareció lo que estaba casi seguro que era una trucha, muy grande, esperó que pasara por delante de él y se lanzó a por ella sacando sus garras y juntando sus patas traseras para el salto. Llegó a tocarla pero el pez se le escurrió dejando a Kruon completamente sumergido en el agua, cuando logró sacar la cabeza vio como la trucha se había dado la vuelta y le miraba mofándose de él, o al menos era lo que interpretó en aquellos momentos. Lleno de rabia saltó de nuevo sobre el pez que se le escapaba continuamente en cada salto y en cada zarpazo. Le persiguió por el río sin parar, durante decenas y decenas de metros, saltando de piedra en piedra y sorteando troncos caídos. Iba con la mirada fija en la trucha, encelado, sin darse de cuenta de nada más, cuando de repente vio como su presa saltaba al vacío. Alzó la vista y solo veía cielo. Muy asustado intentó frenar pero, entre el fuerte impulso que llevaba y que se encontraba sobre una grande y resbaladiza lancha de piedra, no pudo parar y cayó al vacío varios metros que a él le parecieron decenas, notó una sensación de vacío en el estómago y finalmente se golpeó contra unas grandes raíces de madera que se extendían sobre una gran charca de aguas muy verdes. Se hizo mucho daño, estaba muy asustado y le dolía mucho el lomo, aunque podía haber sido mucho peor.

Allí se quedó, varias horas, inmóvil, sobre las raíces, sin moverse, estaba cansado y había pasado mucho miedo. Primero se levantó sobre sus patas delanteras y no sintió gran dolor al estirarlas, luego hizo lo mismo sobre las traseras, eso sí que dolió,  y con esfuerzo caminó lo suficiente para apartarse del agua y encontrar un sitio seco y resguardado del viento. Allí pasó la noche.

Por la mañana le despertaron los dolores y al intentar estirarse sintió un fuerte dolor en el lomo y también, aunque menor, en las patas, sobre todo en las traseras. No podía continuar así su viaje, así que decidió quedarse donde estaba, en su imprevista guarida, detrás de unos troncos caídos entre los que había muchos matorrales.

Todos los días, recién despertado intentaba estirar sus miembros para comprobar el nivel del dolor y la posibilidad de caminar. Cada día mejoraba algo, o al menos eso era lo que le parecía, pero cada día también notaba más debilidad , porque llevaba mucho tiempo sin cazar y por lo tanto sin comer. Un día probó unas hormigas que pasaron cerca de su boca, le bastó estirar la lengua, pero lo único que pasó es que le provocaron arcadas.

Una mañana, oyó unos ruidos cerca que le pusieron alerta y a la defensiva, no movió ni los párpados para no hacer ruido. Podía ser una presa y podría intentar capturarla y así saciar su hambre. Se acercaba. Por el ruido y la cadencia de sus pisadas tenía que ser grande y pesado, eso le desanimó, no estaba en condiciones de enfrentarse a algo así. De repente pudo divisar entre las ramas cómo un animal grande se ponía a dos patas buscando algo en la parte superior de un arbusto cercano. Intentó levantar un poco la cabeza para poder ver algo más. Efectivamente, era grande y peludo, debía tratarse de un oso, un animal que no había en la meseta. Una vez estando con la manada vieron uno cerca del valle, pero después de observarlo bien Taor decidió que se dieran la vuelta, por lo que pensó que debía tratarse de un animal peligroso, como los lobos.

El oso estuvo un buen rato allí, cogiendo lo que fuera que estaba buscando, y se fue como vino, sin ningún sigilo. Kruon no movió ni un pelo, se mantuvo tan quieto que al verse libre de lo que consideraba una amenaza se relajó y se dio cuenta que tenía todo el cuerpo entumecido. Se percató de que partir de entonces debía mantenerse vigilante.

Después de transcurridos varios días notó que bajaron tanto los dolores que ya le permitían reanudar su camino. Con mucho esfuerzo subió a la rama de un árbol para probar su estado de forma y constató que sí, ya podía seguir su camino, pero con mucho cuidado porque se sentía enormemente débil. ¡Ahora tendría que alimentarse!


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019





martes, 5 de noviembre de 2019

El oso Fernandoso. Capítulo 2.





Kruon durmió aquella noche allí mismo, en la orilla, muy cerca del agua, escuchando los aullidos de los lobos y los rugidos de los leones. Estaba solo, no resistiría el ataque de cualquiera de las dos manadas por lo que tendría que mantenerse alejado de ellos.

Caminó sin rumbo varios días hasta que llegó a un lugar en el que pensó que se podría quedar a vivir, pues se sentía a salvo. Era la cumbre de una de las montañas que rodeaban el hermoso y verde valle, el pico Tormentoso. Era un lugar rocoso, seco e inhóspito donde solo crecían hierbas, pequeños arbustos y líquenes. Pero había conejos, ratoncillos y culebras con las que poder alimentarse en caso de necesidad, además siempre había agua, pues había neveros perennes.

A las pocas semanas su espíritu sanguinario le mordía interiormente, una comezón interior que le iba devorando sin pausa el corazón, estaba inquieto, rabioso. Tenía que salir a probar de nuevo el olor de la sangre.

Desgraciadamente para sus habitantes, llegó a hacerse famoso en el valle. Durante sus bajadas esquilmaba los rebaños de ovejas y cabras dejando decenas de ellas muertas tras su paso. La gente de los pueblos adquiría grandes perros pastores para cuidar los rebaños, pero Kruon acababa también con ellos, solo le ayudaban a saciar aún más su crueldad.

La gente en el valle estaba muy preocupada y asustada y realizaron batidas en busca del tigre, pero nunca conseguían dar con él, su guarida se encontraba en un sitio muy poco accesible e inesperado.

Así que con el tiempo se dieron cuenta que su única defensa consistía en construir enormes establos donde dejar los rebaños por la noche y estar permanentemente vigilando durante el día,  a su lado, armados con escopetas cargadas y preparadas para disparar.

De esta forma las batidas de Kruon por el valle comenzaron  complicarse mucho, no conseguía víctimas fácilmente y además alguna vez le pasó una bala demasiado cerca.

Kruon se fue haciendo cada vez más astuto pero también aún más amargado y cruel. Sus salidas eran cada vez más frecuentes y arriesgadas, sus víctimas cada vez eran menos y por lo tanto su nivel de ansiedad hacía que a veces le pareciera que iba a explotar. Tenía que hacer algo, ¿pero qué? A la meseta no podía bajar pues le esperaba la muerte o atacado por Taor y su manada o por los ataques de leones y lobos. Se dio cuenta que su única salida era cambiar de guarida, explorar la cadena montañosa que rodeaba al valle y de la cual el pico Tormentoso formaba parte. Decidió que eso sería lo que haría, sin perder tiempo, a la mañana siguiente.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019




viernes, 25 de octubre de 2019

El oso Fernandoso. Capítulo 1.




Erase una vez un ancho y verde valle encajado entre altas montañas por el que transcurría un río de aguas transparentes, lleno de truchas y de cangrejos y bordeado por verdes praderas adornadas con flores rojas, blancas y amarillas.

En el fondo del valle, abrazado por un bosque de abetos, había un rancho por el que pasaba el río y en el que había una bonita casa rodeada por una cuidada y protectora cerca de madera y cuyas ventanas, todas, estaban adornadas con visillos blancos y rojos, y con una chimenea que siempre expulsaba un humo ligero y blanco. La casita  estaba construida con troncos de madera, lo mismo que el establo anexo donde dormía la vaquita más feliz de este cuento y que se llamaba Fernanda.


El dueño del rancho, de la casa y también de  la vaquita se llamaba Fernando y era un joven pelirrojo y alegre que vivía de la miel de las diez colmenas, repletitas de abejas, que había en el rancho y que cuidaba con todo su cariño.

A Fernando le gustaba mucho pasear por el bosque. Coleccionaba hojas, que metía entre las páginas de los libros, y cogía frutas silvestres y setas. Mientras tanto, Fernanda mugía toda contenta por el prado esperando la vuelta de su dueño.

En el bosque también vivía un oso de color pardo muy grande, fuerte y bonachón que se llamaba Fernandoso y al que no le importaba compartir las bayas y frutos silvestres con Fernando.

Fernandoso disfrutaba escondido observando a Fernando en sus recorridos por el bosque. No sé atrevía a dejarse ver, era prudente y algo tímido. Temía a los seres humanos, su instinto se lo marcaba, pero no era solamente eso, pensaba que si aparecía podía asustar a ese humano joven de pelo rojizo que con tanto respeto paseaba entre los abetos y los arbustos.

A veces se acercaba a los límites del bosque, sin llegar nunca a  penetrar en el valle, siguiendo su curiosidad y chapoteando por el río para no dejar huellas, y observaba la casa y cómo la vaquita Fernanda no paraba de comer, sin levantar sus morros del suelo durante momentos muy largos.

Este hermoso valle tenía muchas decenas de kilómetros de largo y  acababa en una amarilla meseta que acompañaba al río antes de llegar al mar. Allí vivían manadas de animales de muchos tipos: conejos, corderos, cebras, caballos, gacelas, camellos, lobos, leones y tigres entre otros muchos.

La vida en la meseta a veces era cruel pues no todos los animales comen hierba, hojas o bayas para sobrevivir. Hay animales, que se llaman carnívoros, que necesitan alimentarse con la carne de otros animales a los que tienen que cazar. Un ejemplo son los tigres.

En la meseta vivía una manada de tigres que cazaban cebras, gacelas y corderos. Solo para alimentarse, era una ley que cumplían todos los miembros de la manada. Cuando tenían hambre se juntaban las cazadoras y los cazadores y salían en busca de una pieza para alimentar a la manada.

Todos salvo el sanguinario Kruon, que estrangulaba tantas gacelas como podía solo por mero entretenimiento. Kruon era un tigre joven que fue regañado y castigado múltiples veces por Taor, el jefe de la manada, antes de ser expulsado por cruel y reincidente. Taor se lo dejó muy claro.

-     No vuelvas Kruon, ni te acerques a menos de un kilómetro de cualquier miembro de la manada, porque si lo incumples iré a buscarte con todos los cazadores y cazadoras y acabaremos contigo sin piedad.”

La respuesta de Kruon fue abrir las fauces enseñando sus grandes colmillos y rugir desafiante a Taor, pero no se atrevió a más, se dio la vuelta, bajó la cabeza y se alejó, despacio pero sin parar. Anduvo muchos kilómetros, se hizo de noche y llegó a un ancho río en el que bebió y se bañó para aplacar su rabia.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019



2017, un día de verano.




Hace un buen día de verano, estamos en Julio pero el sol no abrasa nuestra piel, ni ciega nuestros ojos, ni aplasta nuestra actividad vital hacia una oscura cueva. Todo eso ya sucedió en Junio. Está siendo un año extraño, aunque, ahora que me fijo, todos lo son, todos son distintos y en algún momento sucede algo climatológicamente exagerado. Además, los medios de comunicación lo exageran más,  tienen que rellenar papel o minutos y lo hacen de la forma más sencilla para ellos, la más vaga, sin sentarse un tiempo a pensar, a meditar o a investigar, haciendo el menor esfuerzo físico y mental. Si hace calor (mucho calor) en Junio, pues se dedican a gastar muchos minutos en ello. Entrevistas, reportajes actuales e históricos, debates con participación de pseudo-expertos, exposición de toda clase de criterios que apuntan a la teoría del Calentamiento Global, etc... Con la cantidad de cosas que hay sobre las que informar, que denunciar... En fin...

Pero mi climatología particular, la íntima, anda en estado de vigilia, de guerra, de resistencia. Luchando contra las ondulaciones bajas de la sinusoidal de la vida, en estado de «aguantar», sin saber lo que va a pasar mañana pero sabiendo que existe una probabilidad alta de que no sea bueno, de que sea irreversiblemente malo, o no. 

El único consuelo es la tranquilidad de ánimo y de conciencia. De que estás intentándolo, haciendo lo que puedes, esforzándote física, mental y emotivamente.

Ya no sé si deseo que llegue mañana o no, aunque da igual, porque llegará.  Pero expresa mi  estado de ánimo. Por otro lado creo que en el fondo, aunque intente animarme, no tengo esperanza de que suceda algo positivo,  aunque lo deseo fervientemente. En fin, todo esto es muy complicado y por tanto confuso.





© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2017

La entrada




Mira, allí está, ¿la ves? la entrada por la que volvíamos mi hermano y yo a casa, llevábamos más de treinta cabras. Estábamos cansados de todo el día caminando al sol o al frío. Y también hambrientos, pero era verla y ya estábamos bien. Pasábamos por debajo de ese gran arco de piedra, no sé si alcanzas a verlo, los del pueblo lo llamaban "la arcada", desde aquí no se ve bien, pero es de piedra gris, muy rara por aquí, según dicen la construyeron los romanos. Pronto llegaríamos a casa donde nos esperaba comida y descanso. Y lo más importante, nuestra madre. Ya ves, ahora pienso que éramos felices. ¡Mira!, ahí a la izquierda, ¿ves un grupo de construcciones de adobe? Pues detrás de ellas está mi casa. Desde la arcada no se tarda nada. Mañana te la enseñaré.

El sol aún no era visible, pero un enorme resplandor entraba e iluminaba el valle desde detrás de las lejanas montañas. Enfrente el pueblo. En el centro, el minarete, ahora callado, se mantenía impolutamente blanco, como si no hubiera pasado nada. Se veía una gran humareda por el flanco derecho, que formaba una espesa nube negra que el viento alejaba dejando todo el cielo manchado. Por allí estaban la escuela y la herrería, Allí era donde se habían hecho fuertes los derrotados. Se oía el graznar de unos cuervos y nada más.

Espero que no quede ninguno. Que los que hayan podido se hayan ido y los que queden, o estén muertos o no puedan combatir.  Ya verás, como esa inmensa y fétida nube negra nos quemará las gargantas pronto. Entraremos por donde sale la humareda, no te quepa duda. Qué silencio, ¿quedará alguien? Noto frío, hace unas horas era más intenso, ahora esta pócima me calienta las manos y las tripas. Pero tranquilo, que dentro de muy poco podremos dormir, aunque muy probablemente la tensión no lo permita, pero cerraré los ojos y nuestros cuerpos descansarán, ya verás como sí. Seguro que el sargento nos dice que está vacío, que no queda nadie. Ojala. Si es verdad todo irá bien, y si no, un día más. No hay que pensar en nada solo ir decididamente y entrar, con el fusil por delante, el dedo en el gatillo y mirando hacia todos los lados. Está noche he oído muchos gritos, terribles, de mucha gente, a pesar del ruido de las explosiones, ¿tu no? Luego han cesado las explosiones y el eco de las voces, de los gritos, se mezclaba con ruido de camiones. ¿Crees que habrá quedado alguno?

Adar sentía miedo, la conversación con su compañero era pura evasión, había que intentar no quedarse solo, nunca, podía ser la puerta de entrada a la depresión. La incertidumbre siempre hacía derivar los pensamientos hacia el porvenir más oscuro imaginable.  Y sentía esa incertidumbre que siempre había estado ligada a la historia de su pueblo, en todo momento dominado por otros, siempre viviendo en la inestabilidad. Su familia vivía allí desde tiempos remotos, nunca fue fácil para ellos, primero los turcos, los ingleses echaron a los turcos, después llegaron los franceses y finalmente los chiíes del sur, que llamaron a su nueva nación Siria. Tenía familia al norte, en Turquía, y aunque no los conocía sabía de su existencia por su padre que una vez le había enseñado una fotografía de sus dos hermanos rodeados de sus familias. En fin. Lo había conseguido, estaba allí y tenía esperanza de que una vez llegara a su casa conseguiría alguna pista para poder encontrar a su madre y sus hermanos. Un negro pensamiento pasó por su mente, lo desechó rápidamente. Estado Islámico había llegado al pueblo hacía más de siete meses y la única esperanza de que su familia estuviera bien es que hubieran huido rápido. En cuanto se enteró se unió a la milicia. No fue fácil.

¡Ejder! ¡Corre! ¡Ven! -Una columna de carros con la bandera de Estados Unidos se acercaba hacia la base de la columna de humo.- ¿Los ves? Si ellos llegan antes y toman el pueblo será más fácil para nosotros. 

Pronto sonaron disparos y algunos gritos, luego el silencio solo alterado por voces en un idioma extraño, el resto del día nada. Podía esperar a que su unidad avanzara hacia el pueblo o acercarse él solo por su cuenta. Sentía ansiedad por llegar a casa, por entrar al pueblo. Los americanos ya estaban allí, seguro que lo habían tomado y acabado con toda resistencia, no debería haber ningún peligro. El día pasó lento pero tranquilo, su unidad no se movió de donde estaba, pero no consiguió dormir.

Ejder, me voy, no espero más. Voy a entrar por la arcada, de allí a mi casa no hay más de doscientos metros. Sí, sé que piensas que es peligroso, pero no, me identifica mi guerrera kurda. Voy a ir desarmado, de nada me va a servir el fusil contra nuestros aliados. Me voy, te espero allí.

Al sol solo le quedaban cinco centímetros por encima del horizonte, el rojo dorado predominaba abajo, en la tierra, arriba el cielo era azul oscuro con deshilachados girones negros y rojos. Adar avanzaba a ritmo lento pero con largas zancadas hacia la entrada, con los brazos extendidos, en cruz, las manos completamente abiertas, enseñando las palmas. A pesar de la poca luz del anochecer, aún se divisaba la arcada. Unas voces gritaban desde lo alto de una casa a la derecha. No entendía que querían decirle. Aminoró su marcha y les gritó "Soy Adar, soy kurdo y solo quiero ir a la casa de mis padres". Las voces cada vez gritaban más. Adar sonrió y volvió a gritarles lo mismo. Estaba debajo del arco de entrada a su pueblo. De repente oyó un silbido de bala. 

Abrió los ojos y con esfuerzo comprendió que eso que veía era la oscuridad del cielo estrellado. Y había algo más, era como un puente curvo de piedras grises que atravesaba el cielo de lado a lado. 

Y allí, en la entrada, bajo la arcada, chilló. Pero no de dolor, sino de desesperación.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019










jueves, 21 de marzo de 2019

Aromas





 Hora del aperitivo, un gran bullicio en la taberna, Emilio "El Maño" acaba de ponerme un mínimo vaso de (muy poco) vermut con (mucho) sifón, me encanta el olor.

      - Maño, ¡pon una banderilla al niño!

El vermut me lo tomo porque si no no hay pincho, ese es mi secreto. Emilio, un tipo elegante con su pelo pegado con brillantina y su camisa blanca increíblemente blanca y su corbata a juego con su franca sonrisa, coge de una fuente, que en ese momento yo no alcanzo a ver, un palillo en el que hay pinchado en este orden un berberecho, una aceituna y un trocito de pimiento rojo. ¡Qué olores! La sonrisa del Maño es tan elegante como él.

Loli y Alfonso hablan con Lola a gritos y entre risas. Mientras, Ana Mari, mi amiga del alma, me mira con un gesto típico suyo, con su sonrisa tierna y bonachona. Está muy contenta. Yo también.

Subí las escaleras no precisamente despacio, ¿cómo estaría la casa? En 2004 quedó muy bonita, su trabajo me costó y su buen dinero les costó a mis padres. Mi madre había dicho que esa casa vacía no servía para nada, que había que arreglarla un poco y alquilarla, había que haberlo hecho ya en 1984.

¿Es posible que una madera con tantos años y tan desgastada tenga el mismo olor que hace cincuenta y cinco? ¿Ayudará la legía de tantos miles de fregados? Esos aromas de una vida tan distinta, tan pasada... Fue un instante olfativo mientras sonaba el chirriar de los peldaños bajo mis pies.

En cuanto tuve un rato hice cuentas, yo entonces estaba enamorado del excel, casillas que se rellenan con números y que después se manejan a tu antojo consiguiendo conclusiones impensadas cuando comienzas y que si quieres pueden ser tan falsas como los mundos paralelos. Mi conclusión fue que se podría amortizar en, como mucho, seis años. Se lo dije a mi madre para animar a mi padre, a ella no le hacía falta. Mi cometido sería controlar la obra y el presupuesto.

El tiempo pasó y ahora el dueño de esa casa era yo. Me sentía solo. Siempre me pregunté cómo sería tener hermanos y siempre, desde que primero olía y luego me zampaba las banderillas de "El Maño", me pareció lo mismo, que nunca lo sabría. Como todo en la vida tendría sus cosas favorables y sus cosas desfavorables. Qué más da. Las cosas son como son y así debemos vivirlas. Nunca mis pensamientos sobre ello duraron más de 2 minutos. Salvo los días posteriores a la muerte de mi madre.
Con esa sensación de soledad llegué al tercer piso, curioso, allí estaba parado el ascensor. Abrí las puertas, necesitaba olerlo. Igual. ¿Fruta, puerros y aceite de engrasar?

Volví a cerrar el ascensor y al girarme me encontré ante esa puerta con mirilla circular que siempre me recordó, con acierto, una caja abierta de quesitos de El Caserío. Ahí, noté una sensación interior a la altura del corazón, quizás un poco más abajo, una palpitación un poco más rápida y fuerte de lo normal.

Desde el balcón de la habitación de mi abuela veo la calle Argumosa, es otoño, me encanta ese balcón con geranios colgados a ambos lados de la barandilla. Salgo fuera. Como muchos otros días de buen tiempo me paso muchos minutos allí con una libreta negra en una mano y un lápiz en la otra. Pinto un palote más en la línea de los Seat 600. Después pasan 4 motocarros seguidos. Al cabo de otro rato invento el palote  cruzado al divisar a lo lejos el quinto motocarro. Otras veces no anoto marcas, sino los colores de los coches. Finalmente cierro el recuento y pongo la fecha. Mi afición posterior por el excel viene de ahí.

No consigo recordar si ganarían los 600, los motocarros, los camiones o las DKV. Qué putada el binomio memoria-tiempo.

Noté el peso de la puerta al abrirla. El suelo de parquet de la entrada estaba bastante bien. En 2002, cuando comenzó la obra, no se ponía tarima flotante. La heroína hacía algún tiempo que había abandonado la plaza de Lavapiés y el barrio, lleno de inmigrantes y viejos, comenzaba a ser colonizado por gente joven y alternativa.

Pepito, ahora José Luis, el Sele para mi, ha venido a casa y soy feliz, muchas veces me ha comentado que él también lo era. A petición suya voy a la habitación del fondo, la que da a la calle Salitre, y vuelvo con una caja de cartón grande. Pepito se coloca en un extremo del pasillo y yo en el otro. El suelo no es de madera, está frio y nosotros llevamos pantalón corto. Cada uno colocamos nuestros castillos de corcho, pero es a él al que le ha tocado comenzar a disparar las balas rojas de madera desde el cañón enorme del mismo material. Mete la bala, tira de la bola que hay en un extremo comprimiendo el muelle interno del cañón y cuando está a punto de soltarla yo me aparto para que no me dé.

Avancé por el pasillo, ese olor no era el mío. Eran los olores de otra gente de muchos días, de, imagino, buenos, malos y regulares momentos. De gente joven, más que yo, que decidió vivir en ese ruidoso barrio sin importarles no tener aire acondicionado, sin molestarles el ruido que sube de las terrazas en verano, con los balcones abiertos para poder respirar un poco. Otro tipo de vida, del siglo veintiuno.

Estoy en la cama, mis padres, mi tía y mi abuela deben estar dormidos. Mi ventana está abierta, no hace frío y es posible que en realidad haga bastante calor.

En el silencio de la noche oigo golpes lejanos del palo del Sereno y las voces de Gloria, Aurea y Vicenta. Salvo alguna broma, o alguna discusión, hablan en voz muy baja. Debe ser tarde, no sé lo que dicen, aunque si lo intentara creo que podría descubrir muchas cosas, pero no, es como una música de fondo para mí. Están sentadas en sillas de madera a la derecha del portal, delante de la puerta de la frutería cerrada, o no, quizás la parte derecha del cierre esté medio subida para que vuelvan a casa las dos primeras, mientras la segunda volverá a la portería por el portal. Yo no me enteraré de nada porque estaré dormido.   

Avancé por el pasillo y llegué a la zona noble, las dos habitaciones del chaflán. La de la izquierda la han usado como dormitorio, al igual que mis padres, se notaba perfectamente, habían dejado un antiguo mueble destartalado de Ikea. La de la derecha, tenía las paredes un poco más manchadas, la usaron como comedor y cuarto de estar. Habría que pintar, bueno, imagino que cuando se van los inquilinos de una casa siempre hay que pintar. Fueron buena gente, siempre treintañeros, de la primera mitad de la treintena, me di cuenta entonces. Unos se iban y otros venían, cambiábamos el contrato incluyendo un nuevo anexo. Siempre quedó Marta, era como si se mantuviera de guardia para no perder el castillo.

Mi madre me da siete cincuenta y bajo las escaleras de madera corriendo, de dos en dos, cruzo la calle y me meto en la heladería (luego se llamó Royne). Huele a vainilla pero a  mí me gusta la nata, sin embargo la solución de compromiso en casa son los "tres sabores" y de eso es lo que pido una barra, y no se me olvida pedir los barquillos. Si no se les pide siempre se les "olvida". Dejo el olor a vainilla y vuelvo a casa sin las siete cincuenta pero con el postre dominical de mantecado de nata, chocolate y vainilla. ¿Qué pensará mi padre? Pero eso lo pienso ahora.

Salí a la balconada del chaflán, que compartían el dormitorio de mis padres y el comedor de los sillones de orejas, de las comidas de domingo, del mueble bar con anís, coñac, ron Negrita, Tío Pepe y vermut, de los cajones donde mi madre escondía el chocolate y a mí me daba igual, de las noches de Nochebuena y Nochevieja, con mucha gente, muchos vecinos, mucho turrón, mucha alegría.

Y vi que enfrente ya no estaba la casa de comidas económicas Soidemersol, no me había fijado en la calle. El local estaba pero ya no se llamaba así. Ahora tenía el nombre de un lugar del siglo veintiuno y mis olores eran del siglo veinte.    



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019