domingo, 24 de diciembre de 2017

Cuento de Navidad 2017



(Mamá, te quiero. Sigue cuidándonos desde donde estás.)  

Estaban frente a mí, el mayor de los tres me miró, con unos ojos enormes y una mirada inexpresiva, bueno, tirando a triste. Me dijo algo mientras los otros dos niños miraban al suelo. Evidentemente no entendí nada. Su expresión no era de pedir, tampoco de miedo ni desconfianza. Me dejó pensativo, no sabía la importancia de sus palabras, aunque por sus gestos intuí que quería explicarme, contarme algo. Quizás algo así como que eran hermanos. No sé, la jerga era incomprensible y en aquel mercado lleno de ruidos, colores y olores era muy difícil poder concentrarse en algo.

Volví de nuevo mi mirada hacia ellos, sus pieles eran oscuras aunque los rasgos de sus caras eran delicados, en realidad en la India era corriente ver gente así. Al más pequeño le caían unos largos velones de mocos transparentes que de vez en cuando retiraba con la lengua. Quizás tendría 5 años. Su ropa parecía sucia, aunque nunca se sabe ya que los tres iban vestidos de un color claro grisáceo. Imaginé que si tenían madre, seguro que no disponía de lavadora automática ni detergente, ni menos blanqueadores.

El otro niño era un poco mayor, no mucho, ambos estaban cogidos de la mano y siempre junto al mayor que podía tener quince o dieciséis años, como cobijándose detrás de él.

Hacía mucho calor y la humedad multiplicaba por dos esa sensación. El mayor de los chicos volvió a hablarme, esta vez más fuerte, casi gritando, sus inexpresivos, tristes ojos seguían igual. Ante la falta de respuesta por mi parte se acercó y tomó mi mano con la suya, noté el contacto de su piel, era delicada, templada y aparentemente limpia. Tiró primero suavemente de mi mano y luego un poco más fuerte, comenzando a andar aunque su cara seguía mirándome en sentido opuesto a su marcha. Me dejé llevar. Recorrimos el largo pasillo lleno de puestos a ambos lados. Frutas, baratijas, muebles, utensilios de cocina y enseres se mezclaban en ellos. Según pasábamos por algún puesto en el que había especias o perfumes se producía una explosión de olores que te transportaba momentáneamente a otros lugares irreales, pero duraba poco porque siempre, instantáneamente, se producía otra sensación ya fuera auditiva, olfativa o visual. Había mucho ruido ambiente, murmullo, pero no había gritos como podría ser habitual en este tipo de mercados en otros lugares del mundo. Mis pies resbalaban de vez en cuando con restos de verduras que había por el suelo. De repente llegamos al fin del pasillo, había una puerta que daba a la calle. Salimos, el chico iba acelerando su paso, los pequeños iban a su lado, yo un poco detrás, el sudor me caía por la frente, el calor húmedo era sofocante, cruzamos la calle entre suciedad y sorteando las bicis y las motos, un poco más adelante, a la izquierda, se metió por un callejón estrecho y oscuro, me paré un segundo pensando si debería seguir, pero lo hice. Recorrimos una red de calles estrechas y oscuras, no más limpias, y de pronto se metieron por una puerta pequeña a la derecha. Había que bajar unos escalones, era una pequeña estancia mal iluminada por un pequeño ventanuco en lo alto. Allí paramos todos. Abrió un arcón bajo de madera, no muy grande, que había sobre el suelo. Cogió unos objetos de dentro, me miró con esos enormes ojos negros y me los ofreció, o eso creía yo. Eran lápices de mina negra, todos muy gastados, pequeños, cortos, se veía que habían sido afilados a cuchillo para sacarles punta un montón de veces. Además había una pequeña goma de borrar del tamaño de un garbanzo. Con cara de sorpresa junté las palmas de mi mano para recibirlos. Me los dio, hice un gesto de agradecimiento y saqué un billete del bolsillo y se lo di. Me sonrió y cuando fui a guardar los lápices y la goma en mi mochila puso un gesto entre sorpresa y turbación y me negó con la cabeza y me ofreció de nuevo el billete que le había dado. En ese momento el sorprendido y turbado fui yo.

¿Qué pretendía? ¿Qué quería de mí?

A la derecha había dos jergones, uno de ellos más ancho que el otro. Se acercó a ellos y sacó de debajo del viejo y roído colchón dos carpetas viejas pero muy cuidadas de cartón de color claro y otra vez, soltándome una perorata en su inentendible lengua, sacó una serie de papeles que había dentro y me los enseñó. Unas hojas estaban llenas de escritura igual de inentendible y en otras se alternaban dibujos de pájaros, de personas, de flores y de frutas con el mismo tipo de escritura. Me pidió algo con la palma de la mano extendida hacia mí, entendí que eran los lápices. Los volví a sacar de la mochila y los puse sobre uno de los jergones. Entonces el chico tomó uno de ellos e hizo como si escribiera sobre una de las hojas alternando su mirada entre la hoja y mis ojos, su cara volvía a ser sería y con gesto de querer comunicar algo importante.

Entonces entendí, aunque en aquellos momentos no tenía la completa seguridad.

Ahora sí, nuestras miradas se cruzaron con una amplia sonrisa cómplice. Le ofrecí mi mano derecha, noté que no sabía qué hacer. Después de unos momentos de duda acercó la suya y las juntamos en un saludo tras el cual hizo un gesto de inclinación de cabeza con las manos juntas y las puntas de los dedos hacia arriba al que correspondí.

Cogí su mano y tiré de ella, miré a los otros dos niños y les hice un gesto con el brazo con intención de indicarles que nos siguieran y vi que lo conseguí, iban tras nosotros. Volvimos a recorrer el entramado de callecillas, esta vez el que iba delante era yo y no sé cómo lo hice pero lo conseguí, llegamos de nuevo al mercado.

Allí recorrimos todos los puestos en que había lápices negros y de colores, gomas de borrar, bolígrafos y papel, yo miraba y él elegía, sus ojos y los de los dos niños ahora expresaban alegría, el del mayor, además, excitación. Los olores, los colores y los sonidos del mercado eran idénticamente iguales a los de hacía unos momentos.

Al cabo de unos momentos él tenía su tesoro y todo había acabado, intenté expresárselo y creo que lo entendió. Paré, me quedé quieto, le miré intensamente a los ojos, le dije con la mirada que me tenía que ir, que mi tiempo allí había acabado, que me sentía feliz de haber comprendido, de haber podido ayudarle. Junté mis manos con las palmas hacia arriba e incliné la cabeza, hice el mismo gesto con los niños, retrocedí dos pasos con cuidado para no caerme, me volví y salí por la puerta después de haber recorrido un largo pasillo con puestos de frutas, verduras, baratijas y muchísimas cosas más a ambos lados.

Al salir a la calle un montón de hombres esperaban pacientemente su turno, unos sentados en el suelo y otros tumbados, esperando al barbero.

Mientras caminaba sudando hacia el hotel entre el ensordecedor sonido de la gente, las motos y los coches, sólo sentía alegría, muy grande, inmensa.

En ese mismo momento, en Jaipur, con ese agradable sentimiento, quizás a causa de él, me di cuenta de que mañana era el día de Navidad.
  
  
  
  
  

jueves, 30 de noviembre de 2017

Cotidianidad




Por fin llegué a casa, después de un día de mierda. Hacía frío, me había llamado la atención mi jefe, por una gilipollez, y de nuevo me había pasado una hora y cuarto en el atasco de tráfico, y mira que me lo decía Rosa:

- Ve en Metro, que vas a tardar solo un poco más y vas a ir relajado, leyendo o escuchando música.

Pues nada, yo ni caso, porque en realidad, aunque tenía razón, me daba mucha pereza por las mañanas volver al metro después de dejar a los niños en el colegio.

Subí las escaleras, saqué las llaves y abrí la puerta. Mientras me quitaba el abrigo vi que había luz en la cocina, sería Rosa.

Efectivamente era ella, estaba planchando.

- Hola cariño, vengo hecho polvo.
- Hola, pues anda que yo… ¿Has recogido los zapatos?
- ¡Joder! Se me ha vuelto a olvidar.
- Pues pon más cuidado y mañana recógelos sin falta  que hace ya más de cuatro días que te están esperando.
- ¿Que tal los niños? ¿Cómo anda Raúl de su constipado?
- Bien, algo mejor, aunque sigue tosiendo. A Luna le ha felicitado el profesor por el trabajo sobre los rumiantes. Al ir a recogerles me la he encontrado absolutamente feliz contandoselo a medio colegio.
- Y Raúl, ¿cómo se lo ha tomado?
- Ya sabes, mirando para otro lado. Hay que tener paciencia y no dar demasiada importancia a esos comportamientos.  Ahora están estudiando, supongo, cada uno en su habitación.

Tenía mucha sed y cogí un vaso del escurridor, lo llené de agua del grifo y me lo bebí de un trago. En ese momento me di cuenta que hacía mucho tiempo que no sabía nada sobre el trabajo de Rosa. Se trataba de una pequeña imprenta que estaba pasando por serios problemas económicos.

- ¿Y en tu trabajo? ¿Cómo están las cosas? ¿Siguen tocandoos las narices para que desistais y no tengan que pagaros la indemnización?
- Bueno, ya sabes, como siempre. Aunque desde hace unos días parece que están más tranquilos, por lo menos conmigo, pero eso no quita para que la situación haya mejorado. El ambiente no es bueno y cada vez veo a menos clientes entrar por la puerta. En fin, todo se acaba y esto tiene pinta que de una u otra forma no va a durar mucho.
- ¡Joder! tanto tiempo, tanto empeño y tanta dedicación para nada. Bueno, me voy a ver a los chicos.

Cogí un pellizco de pan de la barra que había en la encimera, me lo eché a la boca y me dirigí hacia el pasillo.

En la oscuridad y en los pocos segundos que tardé en recorrerlo, pensé en mi vida, era pura rutina, de la buena claro, tenía una maravillosa familia, casa y trabajo, pero al fin y al cabo rutina. ¿Era eso lo que quería? ¿Era eso lo que había soñado 15 años antes?

¿Cómo se puede pensar tanto en tan poco tiempo? El cerebro no solo es capaz de pensar muy rápido, sino la tormenta de sentimientos que surgen de ellos.

- ¡Hola chicos! ¿Cómo habéis pasado el día? ¡Voy a entrar en vuestras habitaciones! Os aviso porque me gustaría ver que estáis estudiando.

Y espontáneamente sonreí y mi corazón se llenó de ternura.




miércoles, 29 de noviembre de 2017

El Niño



El niño entreabrió con mucho cuidado la puerta de la habitación y por la estrecha rendija vio a su madre y se sintió bien. Era lo que más le gustaba en el mundo, algo sin lo que no podía vivir. Alguna vez le habían enviado un fin de semana con sus primos y no lo había pasado bien, sobre todo por las noches, y por las mañanas y a la hora de comer y a la hora de cenar, se dio cuenta que solo lo había pasado bien jugando a lo loco, como siempre.

Su mamá tenía la piel muy blanca y muy suave y olía… no sabía interpretarlo, no sabía decir cómo olía, pero simplemente ese olor que notaba cuando le abrazaba o, sobre todo, cuando le cogía y le sentaba en sus rodillas, ese olor, le transportaba a las sensaciones más felices de su pequeña y corta vida.

Le hablaba suavemente y con mucho cariño, bueno, eso cuando no le regañaba por ponerse cabezón y querer salirse con la suya. Pero aun así, aguantaba, tenía paciencia. Cuando Ana Mari, la vecinita un año mayor que él, pasaba a casa con su madre, jugaban, cada vez a una cosa. Con ella no podía jugar a lo mismo que con primos, lo primero porque en su piso no había jardín y lo segundo porque a ella no le gustaba saltar ni correr ni tirarse al suelo en plancha, no le gustaba hacer el bruto. Pero aun así le gustaba jugar con ella, siempre le preguntaba delicadamente si jugaban a algo y luego, ante el silencio de él, le proponía juegos y finalmente, casi siempre, empezaban jugando al escondite. Al principio no le hacía mucha gracia, hubiera preferido jugar a algo con más acción, pero enseguida se le olvidaba porque realmente disfrutaba. Cuando a la cuenta de 20 de ella tenía que buscar un escondite, se disparaba su imaginación intentando encontrar un sitio que pasara desapercibido aunque fuera más fácil de encontrar. Ya se había dado cuenta de que debajo de la cama, por ejemplo,  era el primer sitio en el que no solo Ana Mari, sino todos sus amigos, incluso sus primos, buscaban, así que mentalmente tenía que revisar el piso en busca de sitios nuevos. Luego, Ana Mari también le hablaba, mucho, por ejemplo le contaba lo que había hecho el sábado anterior, que había estado en casa de sus abuelos y lo que había comido y lo que le había dicho su abuela y lo que le había dicho su abuelo y todas esas cosas. Y le gustaba que se lo contara. Sí, mucho, no entendía porqué ya que con sus primos nunca lo hacía. Pero cuando llegaba el momento en el que la madre de Ana Mari decía que se iban, ahí se ponía cabezón, porque no quería que se fuera. Le decía a su madre que se quedara a dormir con él y cenaran juntos. Solo quería seguir jugando sin pensar en nada más, no cortar esos momentos en los que disfrutaba tanto. Pero no podía ser, nunca podía ser y, claro, su amiga se iba con su madre y él se enfurruñaba, se enfadaba y ya no quería hacer nada, ni lavarse las manos, ni sentarse a la mesa, ni cenar. Y gritaba, no paraba de gritar, estaba muuuuy enfadado. Entonces era cuando su mamá, la mujer más guapa del mundo, se enfadaba con él y le miraba a los ojos y le regañaba y le cogía fuerte de los brazos y le sentaba a la mesa y le decía que no me moviera y que comiera… y si hacía falta le hablaba en voz muy alta, con firmeza, con rotundidad pero nunca con ira, nunca perdía la paciencia, o casi.

Muchos años después, el hijo abre la puerta de par en par, no es la misma puerta, ni la misma habitación, una sensación de vacío le acongoja y unas ganas de llorar se apoderan de él. La habitación está vacía.

Sus padres se mudaron de casa, él hace ya bastante tiempo fue padre, todo ha cambiado.

En esa nueva casa se ha vivido mucho, él poco. Ha habido muchos momentos de felicidad y también grises, de tristeza profunda. El jardín ha estado lleno de flores, algún limón, muchos higos y bastantes aceitunas según el año. Una casa humilde pero confortable.

Su padre y su querida tía soltera murieron ya hace algún tiempo. Él de una terrible enfermedad que avanzó sin piedad durante casi diez años, ella de mayor, ayudada por un cáncer tardío de colon. A ambos les cuidó la mujer más guapa del mundo, que todavía lo era. El hijo la ayudó en todo lo que pudo. ¿Realmente fue todo lo que pudo? Nunca lo sabrá. Siempre se puede hacer más, pero siente que su conciencia está tranquila, más que su ánimo, porqué hace unos días también la ha perdido a ella.

Siente un vacío inmenso, y soledad y muchas ganas de verla, de oírla, de olerla, de abrazarla, de hablar con ella, de preguntarla, de contarla. Tan viejecita, tan pequeñita y cómo se apoyaba en ella, y pensaba que era al revés. Qué cosas tiene la vida.

La habitación estaba vacía, de vida. Todas las cosas que acumulamos a lo largo de los años, unas a la vista, otras guardadas. Cuadros, fotos, retratos, recuerdos-adornos, muebles auxiliares, mesa, sillas, sofá, sillones, televisor, libros, … Un sin fin de vida ahora muerta.

Hasta hace poco tenía a esa pequeña gran mujer a la que había estado unido toda su vida, a través de todas las vicisitudes, en todos los momentos felices, sí, la persona que le daba cobijo y sostén, siempre, el hogar al que acudir.

Ahora no le quedaba nada de eso. ¿O quizás sí? De otra forma, quizá ahora el soporte era él, no el hombre más guapo, pero sí el padre más justo, cariñoso, acogedor y mudo protector. Y si no, tendría que aprender a serlo.

Tenía tarea.

Seguiría pensando en ella.


Aprendería de ella.



miércoles, 15 de noviembre de 2017

PALABRARAS (atrabiliario, trémulo, blandir)

 

atrabiliario, ria

Del latín científico atrabiliarius 'de la atrabilis'.

1. adjetivo. De genio destemplado y violento. Usado también como sustantivo.
2. adjetivo. Medicina. Perteneciente o relativo a la atrabilis.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados
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trémulo, la

Del latin tremŭlus.

1. adjetivo. Que tiembla.
2. adjetivo. Dicho de una cosa: Que tiene un movimiento o agitación semejante al temblor; como la luz de una vela.

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blandir (1) 

Del francés brandir, este derivado del francés antiguo brant 'espada', y este del alto alemán antiguo brant 'hoja de la espada'.

1. transitivo. Mover con la mano algo, especialmente un arma, con movimiento trémulo o vibratorio.
2. intransitivo poco usado. Moverse con agitación trémula o de un lado a otro. Usado también como pronominal.

blandir (2)

Del latin blandīri.

1. transitivo en desuso. Adular, halagar, lisonjear.

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lunes, 13 de noviembre de 2017

El cactus soñador

Dedicado a mi querida amiga Jara con todo mi amor en el día que ha cumplido 5 años (10/06/2021)


Érase una vez un cactus soñador que se pasaba el día caminando por el desierto en busca de su sueño: la amistad.

Se paraba cada vez que encontraba algo de viento para acurrucarse y enterrarse un poco en la arena. Sí, en esa arena gorda y rasposa que siempre se puede encontrar en todos los desiertos de cactus.

De repente un día, al oír soplar el viento, se acurrucó, como siempre, pero he aquí que no pudo enterrarse, ni siquiera un poco. La capa de arena era muy fina y debajo, el suelo, era rocoso, duro y denso. El viento soplaba fuerte y lo barrió, haciéndole rodar durante muchos minutos, quizá horas, dando vueltas y golpeándose contra todos los objetos que encontraba en su camino.

El viento paró y de repente se encontró en un paisaje distinto a todo lo que conocía.

Todo lo que había a su alrededor era predominantemente verde, como él, no amarillo ni marrón como la arena y los arbustos.

Sintió pánico, se quedó completamente bloqueado, no podía moverse, así que decidió no hacer nada por el momento, hasta tranquilizarse.

Así transcurrieron varias horas. Durante ese tiempo notó algo parecido a cuando llovía y se llenaba de agua para aguantar días y días caminando por su querido desierto. Pero no era eso, no había gotas cayendo del cielo, y sin embargo el aroma del ambiente y, sobre todo, la sensación, eran muy parecidos.

Se iba tranquilizando, el que las cosas fueran distintas no tenía que significar que fueran peores, ¿no?

De repente vio un animalito de muchísimos colores que volaba por allí. Era como un buitre pero muchísimo más pequeño, todo alas y de un colorido tan vivo y variado como nunca había visto nada antes. Iba volando de flor en flor sin quedarse mucho tiempo parado en ninguna.

Pensó que podía hablarle y ser su amigo, pensó que podían recorrer juntos ese nuevo mundo y compartir los días y las noches y disfrutar de las gotas de lluvia y la sensación que producían en el ambiente

Podrían ayudarse mutuamente.

Y comenzó así, lleno de ilusiones y esperanza, su periplo por este nuevo mundo donde le había llevado el viento.




viernes, 6 de octubre de 2017

Mi madre ha fallecido.


Buenos días,

La persona más importante de mi vida, a la que he querido más, a la que necesitaba tanto, tanto que nunca realmente supe cuanto, falleció anteayer día 4 de Octubre de 2017 y me dejó una sensación de vacío que nunca antes había conocido.

Ayer cinco de octubre la incineramos y pasé el peor día de mi vida, nunca había llorado tanto.

Es un sentimiento  de falta grande y profundo. Me destroza el no poder volver a verla, ni oír su voz, ni escucharla, ni darle un beso, ni de poder terminar de leerle la novela de Agata Christie. La imposibilidad de volver a sacarla a pasear en su sillita de ruedas, ni hacerle el sábado la paella que tanto le gustaba. Es un dolor intenso, profundo e irremediable que sólo me calma el llanto. No se si a todo el mundo le habrá pasado lo mismo en estas circunstancias.

Viví 24 años con ella en la casa de Argumosa, la casa familiar. ¡Tengo tantos recuerdos! Uno, al azar, el sonido de su pulsera de monedas colgantes de oro al abrir la puerta de la escalera, al girar las llaves. Sabía que era ella, ni mi padre, ni mi tita, ni nadie, ella. Era un ruido que me llenaba de alegría.

Luego, después de irme de casa, cuando me casé, lo normal, salvo al principio que no teníamos teléfono, es que la llamara prácticamente todas las noches. Podía ser que descolgara la tita, mi padre no solía hacerlo, y si era así, hablaba un rato con ella, pero al final siempre pedía que se pusiera mi madre. Era el alma de la casa. Era a quien acudir siempre para saber si pasaba algo y qué era. Era a quien contarle cualquier suceso especial. Era la que siempre, también, te contaba lo que fuera cuando había ocasión de hacerlo, la que me tenía informada sobre la familia. También de quien surgían las ideas, los proyectos, la vida. Por supuesto la que siempre, siempre, me apoyo, tanto cuando las cosas estaban claras como cuando no lo estaban tanto

Como ya escribí en la entrada dedicada a ella en este blog, cuando ya era mayor,sufrió la terrible enfermedad de mi padre. Ella fue su cuidadora.

Y cuando él falleció, cuidó a su hermana, la tita, un año, el solo año que sobrevivió a mi padre. Su querida hermana con la que compartió toda su vida. Cómo se querían.

Cuando falleció mi tía quedó hundida en el desanimo y la tristeza, solo ahora puedo entenderla. Y desde entonces, aunque no he convivido con ella en la misma casa, tan solo los dos primeros meses, he sido su cuidador. He intentado cuidar de ella de la mejor forma posible y he tenido un contacto como nunca lo tuve, un contacto de adulto. La quería y me quería. Siempre la tenía allí, por muy pequeñita y viejecita que estaba. Ahora pienso que era ella la que cuidaba de mi. Una madre siempre cuida a sus hijos, aunque esté imposibilitada, aunque no pueda hablar, aunque no pueda ver. Siempre está. Una madre siempre está, hasta que no la tienes.

Alguna vez, sobre todo al principio y al final, cuando cundía en ella el desanimo profundo, decía que se quería morir, que qué hacia ella ya en este mundo. Y yo la decía, para animarla, que no se muriera, que lo hiciera por mi, que la necesitaba. Ahora me doy cuenta de que realmente era así, aunque yo no fuera tan consciente de ello como ahora, lo único que la ataba a este mundo era yo, estar conmigo, que no me faltara, qué tremendo peso ponía en sus hombros sin quererlo. Con lo mal que lo ha pasado tantas veces, sus limitaciones físicas por la edad. Su resistencia partía de mi petición de que no me dejara solo.

Hoy es 18 de Octubre y la echo mucho de menos.

Te quiero mamá.

Otra vez escribo, es 7 de Noviembre, la sensación es igual de fuerte, pero menos constante.

Ayer tarde me acordé mucho de ella, la hablé desde la terraza de casa, como si estuviera hablando con ella por teléfono, aunque nada ni nadie me contestaba.

La echo de menos cada vez que hago una cosa nueva y siento que me falta el poder llamarla, el oir su voz.

Ahora, cuando quiero tranquilizarme me acuerdo de esa foto en la que están los tres, en el paseo que hay debajo de las cuatro torres, en el Paseo de la Castellana. No se porqué, es el recuerdo de una tarde feliz, los tres juntos (los cuatro contándome a mi) cuando mi padre aun estaba razonablemente bien, la sonrisa de mi tía... Es porque ahora están los tres juntos, no se como ni donde, pero tienen que estar juntos y eso me ayuda y me pone contento dentro de la sensación de soledad y falta que me atormenta.

Te quiero y te echo mucho de menos mamá, a los tres.

El final en mi recuerdo

(17/03/2018)

En ese momento no era realmente consciente de que era el final, la última vez que veía a mi madre con vida. Hizo un movimiento con sus morritos, como si de una forma tenue y suave intentará aspirar sus últimos centilitros de aire, con aparentemente poca dificultad, lo que en aquellos momentos me tranquilizó. Ahora lo recuerdo casi obsesivamente, no sé cuánto me durará, no es que me haga sufrir, no es doloroso ni tampoco tremendamente desagradable, pero preferiría recordar obsesivamente otra cosa, por ejemplo su casi eterna sonrisa de amor por mi, y no es que no lo recuerde, porque sí, todos los días me llega, pero no con esa intensidad. A pesar de todo doy gracias al Destino por dejarmelo ver, podría no haberme enterado, son momentos de incertidumbre difíciles de vivir con claridad. Para mí fue casi imposible tener serenidad en aquellos momentos, aunque pensaba que la tenía. Tampoco la tuve durante muchos días después, aunque igualmente pensé que sí.

Sólo pensaba que mi madre iba a dejar de sufrir. Tampoco mi cabeza estaba para mucho más, ni mi cabeza ni mi cuerpo ni mi ánimo, o quizás debiera decir mi espíritu. No sé. Fue una larga batalla de desgaste hasta que me di cuenta, la tarde anterior, realmente muy tarde, de que no deseaba continuar así y que, no solo tenía razón, sino que había que respetarlo.

Pero, qué le dices a una persona en esa situación? a tu madre… Como vives con ella el día a día? Cómo le ayudas a soportarlo?. Ahora me doy cuenta de que algo podría haber hecho, afrontando la situación, pero fui cobarde, porque fue cobardía, ninguna otra cosa. No es cierto, también fui vago, no me paré a pensar, a meditar sobre ello, cómo abordarlo para ayudarla, bien es verdad que era un ejercicio muy costoso y doloroso en aquellos momentos. Se lo cedí a los sacerdotes de su parroquia que la visitaban de vez en cuando, cuando podían. Se lo agradecía entonces y se lo agradezco aún más ahora. También es verdad que para eso, son unos “profesionales”.

Se lo había preguntado con toda mi determinación, que en aquellos momentos era mucha, y aquella mañana el médico me había dicho con toda claridad que la situación “era irreversible”. Esas fueron las dos palabras que consiguieron que después de pasar toda la noche a su lado, cogiéndole de la mano, observando su estado, besándola de vez en cuando, hicieran en mi un efecto determinante. En primer lugar pedí al médico que hicieran lo que fuera para que no sufriera, que por favor le dieran algo, a lo que accedió a la primera. Y en segundo lugar me fui en busca de un sacerdote, en realidad sin muchas esperanzas de encontrarlo. Pero su Dios, y quizás el mío, me oyó y lo conseguí, bastante rápido. Le dio la extrema unción, aún estaba consciente porque aun no le habían puesto la morfina, o lo que fuera, en el gota a gota. Yo me quedé fuera, en el pasillo, quise mantener su privacidad y la del sacerdote.

Eso es lo que tenía que hacer y lo hice. A mediados de julio, cuando la primera intervención quirúrgica ya había recibido la extrema unción. Estaba muy nerviosa a causa de la medicación y en aquellos momentos de confusión y desvarío no supe cómo llegó, me refiero al sacerdote. Mamá estaba muy confusa y excitada, desvariaba.

Cuando salió el sacerdote entré en la habitación, le di un beso, estaba tranquila, los ojos cerrados, no se si consciente del todo, es el momento que peor recuerdo, supongo que estaba muy conmocionado. No hacía mucho rato había vuelto a vomitar sangre, no tanta como la noche anterior, y la habían cambiado el camisón y las sábanas. Le dije que qué bien que habíamos encontrado a un sacerdote, abrió un poco los ojos y me dió una media sonrisa de las suyas, cargada de cariño, de amor.

Bajé a fumar un cigarrillo, tenía necesidad, no era consciente de mi angustia, pero la tenía y mi instinto me envió a la calle a fumar, en ese momento ya no me importó dejarla cinco minutos sola. Ahora no sé porque.

Cuando volví le estaban pinchando un nuevo frasquito de plástico en el suero del gota a gota. En esos momentos no habló, yo si, no me acuerdo lo que le dije, pero aun no estaba profundamente dormida.

Al poco tiempo si. Su cara entonces era tranquila, serena, plácida, como su respiración.

Me senté a su lado, a esperar, sin prisa.

Poco después vinieron Claudia y Margarita y más tarde mi hijo.

Ella estuvo todo ese tiempo como dormida, plácidamente.

Y así estuve hasta aproximadamente las dos de la tarde que fue cuando noté ese gesto en sus morritos, esa última expiración de mi querida mamá, a la que he querido tanto y a la que ahora lo se, siempre querré y cuyo vacío aún me duele.

Murió en compañía de toda su familia de sangre, toda la que le quedaba, mi hijo y yo. Como ella siempre había dicho que quería hacerlo.

Todo empezó la tarde anterior. Ese martes tres de octubre había quedado a comer con JC, el Maestro y Juanma. Por la mañana muy temprano, no recuerdo para qué, había estado en casa de mamá. Estaba dormida, la vi en la cama, desde la puerta entornada, y no quise ni entrar en la habitación por no despertarla.

Cuando finalizó la comida, tarde, ya se sabe, comida española con copa después, cogí el metro para ir hacia casa, ya en el vagón telefoneé para ver como estaba. Se puso Margarita y cuando estaba hablando con ella y me contaba que había comido mal, como casi siempre, cortó el diálogo repentinamente y soltó un grito desgarrador: ¡su mamá está vomitando sangre, mucha, en grandes cantidades! ¡señor Álvaro venga rápido! estaba muy nerviosa. La dije que se tranquilizara, que enseguida llegaba.

Salí del metro en Acacias cogí un taxi y volví a llamarla. Me dijo que echaba gran cantidad de sangre por arriba y por abajo. El taxista me estaba oyendo y fue todo lo deprisa que pudo.

Cuando llegué Margarita no paraba de llorar y mi madre estaba tranquila pero con expresión de miedo en la cara, los ojos muy abiertos. En el suelo de su habitación y en el pasillo había manchas de sangre, ni que decir la cama, aunque Margarita había limpiado. Llamé al teléfono de urgencias de su seguro médico y al poco tiempo había una ambulancia grande del SAMUR en la puerta de casa.

El trayecto al hospital fue rápido y uno de los dos integrantes del equipo SAMUR estuvo a su lado todo el tiempo. Yo, al lado del conductor.

Cuando la ubicaron en un box de la UVI me dejaron pasar a verla. Pobrecita mía, estaba asustada. Primero llegó Nines, luego Claudia y Margarita y luego mi hijo.

Al principio me dijeron que iban a hacerle una endoscopia, pero cuando se dieron cuenta de que tomaba Sintrom, dijeron que no podían hacérsela.

Pasé muchas veces a la UVI, unas solo, otras con mi hijo y una más con Nines porque mi madre me dijo que quería verla.

Ya a las once de la noche la médico de guardia me dijo que iban a ingresarla, que tardarían un poco en preparar la habitación. También me dijo que qué pena, que qué gran mujer era mi madre. Mamá hablaba con todo el mundo desde el cariño, y cuanto más asustada estaba, con más cariño lo hacía, con la médico seguro que fué igual.

No lo pillé entonces, luego he pensado que la medico me quería decir algo más, algo definitivo, es posible, pero no lo pillé. No tiene importancia, ni entonces ni ahora, pero si realmente me quiso decir algo más, por ejemplo que no había salida, ¿no pudo decírmelo con más claridad?  No pasa nada, no lo recuerdo con rencor, fue siempre muy amable y cariñosa con mi madre y conmigo.

Se hacía muy tarde y les pedí a Claudia y a Margarita que se fueran a dormir.

Un poco más tarde hice lo mismo con mi hijo, le aseguré que si pasaba algo le llamaría.

Nines se quedó conmigo, toda la noche, a la mañana tenía que ir sin falta a trabajar.

Eso es todo, o por lo menos lo que yo ahora recuerdo, lo que sentí, lo que he querido expresar en estas líneas. El razonamiento de que era lo mejor para ella, que iba a dejar de sufrir porque los últimos tres meses habían sido muy difíciles, tremendamente duros. El pensar que al fin iba a reunirse con su marido y su hermana a los que tanto quería y a los que echaba tanto de menos. Pero todo, enseguida se convirtió en la sensación de falta, de dolor de no poder verla ni hablar con ella, de impotencia ante la imposibilidad absoluta, que todavía me dura, que imagino que me durará siempre, espero que cada vez con menos dolor.

Te quiero mamá, te querré siempre, te echo mucho de menos, nunca imaginaba cuanto.

Y me duele tu falta.  



Esta entrada está creada para que exista, pero aún en construcción. Quizá siempre lo esté.





viernes, 11 de agosto de 2017

¿Crisis? ¿Qué crisis?


Noticia de hoy 11 de Agosto de 2017, en Antena 3 TV.

¿Será verdad?




No es que sea así de naïf, es que me lo hago, es pura ironía.


jueves, 10 de agosto de 2017

Mamá a 9 de Agosto de 2017



¿Qué puedo decir? ¿Que en estos momentos me cuesta creer en un dios justo y bondadoso? Solo puedo creerlo a través de ella y de lo que a través de ella aprendí.

Yo tampoco querría vivir así, aunque en mis actuales condiciones es fácil decirlo, porque evidentemente no estoy en su situación.

¿Es fácil estar preparado para las vicisitudes de una vejez difícil?

Tiene una cabeza casi perfecta. Discurre y se da cuenta de todo (cuando no está "dopada" con tanto analgésico o aún así, cuando no tiene fiebre, cuando no está agobiada por las circunstancias adversas). Tiene un corazón que resiste cualquier cosa, se repone de casi todo con una fortaleza pasmosa. Pero sus huesos nunca la han respetado. Ahora tampoco la circulación sanguínea en una de sus extremidades. Dolor significa eso. En sus dos rodillas y sus dos caseras, en su columna y en uno de sus tobillos.

Dolor al perder a su querido marido y a su querida hermana. Eso fue lo que más le castigó lo que temporalmente le quitó las ganas de vivir y le llevó a la dependencia física. Una persona tan vital e independiente como ella.

Cuál ha sido su pecado que la lleva a este castigo?

No lo entiendo. Me rebelo. Me cabreo.





Hoy le han amputado la pierna derecha, por encima de la rodilla, con 96 años y once meses, su segunda intervención quirúrgica en menos de un mes.

domingo, 23 de julio de 2017

Verano en Clinica La Moncloa


Hace un buen dia de verano, estamos en Julio pero el sol no abrasa nuestra piel, ni ciega nuestros ojos, ni aplasta nuestra actividad vital hacia una oscura cueva. Porque todo eso ya sucedió en Junio. Está siendo un año extraño, aunque, ahora que me fijo, todos lo son, todos son distintos y en algun momento sucede algo climatológicamente exagerado. Además, los medios de comunicación lo exageran más,  tienen que rellenar papel o minutos y lo hacen de la forma más sencilla para ellos, la más vaga, sin sentarse un tiempo a pensar, a meditar o a investigar, haciendo el menor esfuerzo físico y mental posible. Si hace calor (mucho calor) en Junio, pues  se dedican a gastar muchos minutos en ello. Entrevistas, reportajes actuales e históricos, debates con participación de pseudo-expertos, exposición de toda clase de criterios que apuntan a la teoría del Calentamiento Global, etc... Con la cantidad de cosas que hay sobre las que informar, que denunciar... En fin...

Pero mi climatología particular, la íntima, anda en estado de vigilia, de guerra, de resistencia. Luchando contra las ondulaciones bajas de la sinusoidal de la vida, en estado de «aguantar», sin saber lo que va a pasar mañana pero sabiendo que existe una probabilidad alta de que no sea bueno, de que sea irreversiblemente malo, o no.

El único consuelo es la tranquilidad de ánimo y de conciencia. De que estás intentándolo, haciendo lo que puedes y, por supuesto, lo que debes. Esforzándote física, mental y emotivamente.

Ya no sé si deseo que llegue mañana o no, aunque da igual, porque llegará.  Pero expresa mi estado de ánimo.  Por otro lado creo que en el fondo, aunque intente animarme, no tengo esperanza en que suceda algo positivo,  aunque lo deseo fervientemente. En fin, todo esto es muy complicado y por tanto confuso. Esa confusión es lo que me impide estar tranquilo.

miércoles, 14 de junio de 2017

¡Amigo!


Mi querido amigo José Luis ha fallecido esta madrugada.

Ha llevado las cosas siempre con una gran entereza. Le conocí no hace demasiado, en 2005, ha sido una amistad tardía pero grande, muy grande, intensa, muy intensa. Le conocí cuando a Luis Carlos, los tres eramos amigos.

Siento un profundo dolor, de los que salen de muy adentro.

Luis Carlos cuida de él al principio de su nueva andadura.

A la familia, simplemente decirles que les sigo queriendo.

Maribel, por supuesto a ti también, más, aunque ni una milésima parte de lo que te quería él.

Mi corazón está contigo y me siento muy orgulloso de haber sido tu ¡Amigo!






jueves, 19 de enero de 2017

Espera paciente




Casi siempre, no sólo a veces, lo más sencillo es complicado ya que esa sencillez surge de la naturalidad, de la espontaneidad, de lo no forzado y eso no es fácil si no brota.

Entonces la mejor solución es esperar a que las circunstancias idoneas lleguen o vuelvan.

Todo cambia, siempre, no casi siempre.

A esperar pacientemente. Algunas veces, como en este caso, tampoco es tan grave.



(mi recuerdo a la entrada de hace justamente dos años)