Notó que muy pronto amanecería. Avanzaba por la llanura
atravesando una niebla espesa, oliendo la humedad atravesando sus fosas
nasales, sintiéndola en la piel. Iba casi a ciegas, con los ojos muy abiertos
siguiendo a una sombra que caminaba delante de él, fijando su vista en ella,
intentándolo. Tenía que concentrarse en el ruido, en los sonidos, las pisadas
de los otros, en las suyas, en los silbidos, una rama al romperse, el silencio.
Y sentía frío, en los pies mojados, en los brazos, en la barriga y el pecho,
pero sobre todo indefensión y mucho miedo. Llevaba el hacha sujeta con ambas
manos, apretándola con fuerza, de pura tensión le dolían los antebrazos,
mientras mantenía el filo herrumbroso hacia abajo. Eso sí lo sabía, no podía
prescindir de ella.
También intuía que al otro lado les estaban
esperando. Lo sabía.
Silbaban las flechas y también se las oía
alcanzar sus destinos, un sonido plano y corto, y chillidos, y llantos, y
llantos que eran chillidos. Pero seguía avanzando en trance sin saber qué
fuerzas le ayudaban. Escuchaba, deseando que fuera muy lejos, mil bocas
aullando, augurando crueldad y muerte. ¿Serían hombres o bestias?, serían
fuertes, mucho más que él. Deseaba dar la vuelta y salir corriendo, y no parar,
pero ya estaba advertido de que eso era la muerte segura y mucho peor que la
que posiblemente tenían enfrente. Eran masa, carne de choque corriendo hacia
las bestias. Detrás estaban los fuertes, los experimentados, los bien armados y
alimentados, los más crueles.
De repente un grito desde atrás, una orden.
Perdió la sombra oscura que llevaba delante mientras otras pasaban fugaces por
sus costados. Se le aceleró la respiración. Él también decidió correr. Olía a
miedo. Alguien gritó, miró de reojo y vio un cuerpo retorciéndose entre gritos,
llevaba una flecha clavada en el abdomen, o quizás más abajo. Volvió
rápidamente la cabeza. Cerró los ojos. Corrió desesperadamente. Cayó. No noto
dolor. No podía moverse. Lo intentaba pero no podía. Pasaban por encima de él.
Tropezaban con su cuerpo. Una mano tiró de su brazo con fuerza y una voz
terrible, amenazante y dura le gritó.
- ¡Levanta o te machaco la cabeza aquí mismo!
Su cuerpo reaccionó y se tensó, comenzaba a
levantarse, lo intentaba, y allí, en el suelo, a su lado, vio una cabeza
atravesada por una flecha. Quitó con esfuerzo la mano muerta que aún apretaba
su brazo. Se puso de pié de un salto. Buscó el hacha hasta encontrarla y cogió
de la cintura del muerto un largo y oxidado cuchillo. Corrió de nuevo hacia
donde oía los ruidos de muerte, los choques de metal contra metal, los gritos y
los llantos. De repente desapareció la niebla. Y lo pudo ver. Hombres
acuchillando y golpeando a otros hombres. Sangre. Barro. Paró unos instantes
observando la crueldad y la muerte hasta que de pronto tensó sus músculos, miró
su mano derecha y levantó el hacha. Su mirada se fue al infinito. Empuñó con
fuerza el cuchillo con la otra mano y comenzó a correr hacia la barbarie.
Marzo 2020
Durante el comienzo de la pandemia del Covid-19 y algunos días antes.
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021