sábado, 22 de diciembre de 2018

La luz de la Navidad





Nació muy, muy, muy lejos. Era tan ligero que no pesaba nada, pura energía. Era asexual al igual que  sus cientos de miles de billones de hermanos y tuvo una muy larga existencia. Vivió experiencias increíbles a nuestro entendimiento.

Realizó un largo viaje hasta llegar a su destino y cumplir con la misión para la que había nacido. Muchos de sus hermanos se quedaron por el camino, otros pasaron de largo y otros salieron en otras direcciones y consiguieron también otros importantes objetivos.

Aunque ninguno tan importante como el suyo.

Después de muchos cientos de años, más de un millar, finalizó su existencia en la frente de un pequeño que acababa de nacer y se encontraba rodeado de paja dentro de un pesebre justo en el momento en que se arrodillaban delante de él tres monarcas cargados con oro, incienso y mirra que acababan de llegar montados en camellos y siguiendo el rastro de millones de hermanos suyos.

Mucha gente habla de los Reyes Magos pero nadie lo hace de Paraver, el primer rayo de luz de la Estrella de Oriente que iluminó la frente del niño Jesús.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2018
  
  


martes, 27 de noviembre de 2018

Escenas de boda


Primera.


Una mesa redonda de ocho, me gustan, casi todos nos vemos las caras con facilidad y a los que menos ves es a los que tienes a los lados que, casi siempre, al menos uno, van contigo y no te importa porque te los tienes vistos y oídos. Como mi buen amigo Pedro.

Ya había sucedido casi todo y cogí el tenedor de Pedro para acabar con mi tarta. No me gustan las bodas pero menos las tartas de las bodas. Esta era especialmente desagradable. Mientras el sucedáneo de nata se me pegaba al paladar, el señor de enfrente, grueso de grandes rojos mofletes, tosió con fuerza. Al  levantar la cara pude observar como la novia cortaba en pequeños trocitos, encima de la mesa, unos calzoncillos a lunares. No sé si detesto más la tarta o estas cosas,  ¡encima de la mesa! Espero que no fueran los que llevaba puestos el novio.

De repente un gran estruendo llenó la sala y me hizo pegar un bote sobre la silla. El sonido rebotaba en paredes, techo y suelo de forma desconcertante. Miré hacia todos los lados con inquietud. Sí, allí, en una esquina, el hombre orquesta, frente a un teclado que emitía todo tipo de tonalidades estruendosas a través de unos grandes altavoces que tenía a cada lado. Era un pasodoble, quizá torero.  

Ella bailaba sola, no tenía ni ida de quien era, pero muy atractiva, piernas largas, no demasiado delgada y una forma de moverse que no me permitía mirar hacia otro lado. Hasta que justo por delante pasa bailando el padre de mi cuñado con una señora muy delgada que le sacaba diez centímetros y con el cuello y la cabeza tan estirados que parecía que el  moño iba a tirar de ella hacia el suelo.

La señora que estaba al lado del gordo tosedor levantó su copa de vino y brindó por los novios y por la salud, esperé que fuera la de todos, que levantamos nuestras copas, la mía vacía, no me quedaba nada, y asentimos con entusiasmo. Los dos niños que había junto a la pareja de mi izquierda protestaron lloriqueando que ellos también querían brindar pero no tenían copa. Todo era muy bonito, quizá demasiado, pero la felicidad tiene esas cosas.

Propuse a Pedro que nos acercáramos a pedir una copa a la barra improvisada que habían colocado al lado del hombre orquesta.

Mientras caminábamos hacia nuestras copas Pedro tuvo el honor de recibir un fuerte patadón del novio que pasaba por allí bien amarrado ¿a la novia? no, a mi hermana. Es lo que tiene no controlar bien el pasodoble. Pedro hizo todo lo posible por apartarse y no recibir la agresión fortuita de la espalda del recién casado y lo único que consiguió fue recibir el tacón de su zapato en su espinilla y empujarme a mí. Pero ese empujón me arregló la noche ¿a que no saben por qué?


Tercera.

Habría unas ochenta personas en una sala rectangular bastante grande. Siete mesas circulares rodeaban a otra un poco más grande en la que estaban los novios y su séquito.

Rosa sentía una gran emoción, de nuevo libre. Nada de malos rollos, nada de reproches. Se había reencontrado con la alegría. La semana anterior se había comprado un vestido sencillo pero que le sentaba muy bien según sus hermanos. Se sentía volar.

Estaba en paro y había tenido que ir a vivir de nuevo con sus padres, pero esperaba que todo se arreglara pronto desempolvando y ajustando un poco sus habilidades en italiano. Hay cosas que nunca se olvidan, aunque esperaba que no fuera así porque había algunas que no quería recordar.

La boda de Laura era el primer evento público al que asistía, había pasado unos meses muy malos. No dormir cansa pero peor es la depresión que te lleva a ello. No ver salida a nada y dar vuelta sobre vuelta, mentalmente, a esa falta de salida. Esa esfera de oscuridad marrón color mierda que no te deja pensar en ninguna otra cosa ni sentir un atisbo de esperanza. 

Había contado con la ayuda de su familia y de sus amigos, entre ellos Laura a la que era incapaz de reconocer cuando la veía cortando en trocitos unos calzoncillos a lunares rojos que le habían pasado de la mesa de Rita y Jorge. Lo que hace el alcohol, y eso que aun no había comenzado la fiesta.

Sintió una considerable falta de peso y sus pies comenzaron a volar cuando comenzó a sentir la música. El Gato Montés, un pasodoble torero de buena faena.

De repente se encontró, sola, en medio de la pista improvisada de baile, con su cuerpo absolutamente suelto al ritmo de la música y una amplia sonrisa en su cara, que se encontró con la de Laura que le envió un gran beso que salía de su boca y era amplificado con un gesto de su mano mientras bailaba con su recien estrenado marido.

No pensaba, sentía, sentía, sentía, solo eso, sentir, ¿qué?, alegría.

Al finalizar la música y aun sorprendida por su estado de inhibición volvió a su mesa para beber algo, tenía sed.

-    Juan Antonio, ¿y mi copa de vino?
-    Se la han llevado
-    Bueno, me acerco a la barra a por otra.

Mientras caminaba rodeando el espacio de baile vio como el novio había cambiado de pareja, ahora bailaba bien amarrado a Rita, tuvo que dar un pequeño rodeo para que no ser arrollada, pero de repente sintió un fuerte empujón en su costado…


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2018
   
   
  
   
   

sábado, 3 de noviembre de 2018

Oh cultas palabras 1. PARADIGMA.



PARADIGMA

Del latín tardío paradigma, y este del griego παράδειγμα parádeigma.

1. (masculino). Ejemplo o ejemplar.

2. (masculino). Teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento. El paradigma newtoniano.

3. (masculino). Linguística. Relación de elementos que comparten un mismo contexto fonológico, morfológico o sintáctico en función de sus propiedades lingüísticas.

4. (masculino). Linguística. Esquema formal en el que se organizan las palabras que admiten modificaciones flexivas o derivativas.


PARADIGMA DERIVATIVO

1. masculino. Gramática. Conjunto de palabras que comparten la misma raíz.


PARADIGMA FLEXIVO

1. masculino. Gramática. Conjunto de formas que se obtiene con las variantes flexivas de una palabra; p. ej., alto, alta, altos, altas.


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viernes, 19 de octubre de 2018

Nuestro gozoso capitalismo



Sale una sentencia del Tribunal Supremo por la que los bancos tienen que pagar los impuestos de las hipotecas.

Todos aquellos que tengan una hipoteca concedida desde 2014 tienen derecho a reclamar a los bancos la devolución de esos impuestos. Son los únicos ciudadanos que van a ganar algo en todo este asunto.

Los bancos no se quejan, dicen "ooooh, si lo hubiéramos sabido antes".

Las acciones de los bancos caen ayer con fuerza en la bolsa.

Y me apuesto la luna, y tengo la seguridad de no perderla, a que los bancos van a subir alguna de sus comisiones, posiblemente las de las hipotecas, y si no cualquier otra, u otras.

Además, los bancos, tendrán una nueva disculpa para despidos masivos de sus trabajadores.

¿Quien va a pagar los impuestos de las hipotecas? los de siempre, aunque, eso si, quien va a "hacer el ingreso" es el banco.

Mientras, los ahorradores de clase media, muchos de ellos tienen aciones de bancos, pierden de media un 6% de sus ahorros.


Esto es el capitalismo señores.

El Estado somos todos, hasta los bancos, eso sí estos últimos solo a la hora de los beneficios, no de las pérdidas.

Por eso el PP y Ciudadanos se echan las manos a la cabeza cada vez que un partido de izquierdas dice que van a subir los impuestos a las grandes empresas. Porque, dicen, van a hundir la economía y el empleo. Y es cierto gracias a nuestro gozoso capitalismo.

¿Qué es lo más perverso de todo esto? Pues que las políticas de los bancos las dirige gente que tiene un 15% de las acciones, que es muchísimo dinero. El resto de los pequeños inversores contribuyen, como parte del Estado, a financiarles "su sociedad anónima".

Lo siguiente más perverso, es que esto no solo sucede con la banca, sino con cualquier sociedad anónima de alto calado.

O sea, que lo tengamos claro. Quienes mantenemos el Estado, y todo lo que contiene incluidos los bancos, somos los ciudadanos de a pie.

Esto es el capitalismo, lo que algunos aman.


Ahhhh, y lo más perverso de todo. Los muy pobres deberían ser los que más amaran al capitalismo, porque al menos comen, mierda de los cubos de basura, pero comen.

Y comerán esa mierda eternamente porque siempre serán pobres.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Pensamiento antropológico postvacacional


La Viuda


 La gente es así, como es. 


Pero hay características muy profundas del individuo que influyen decisivamente para que sea así, para que sea como es. 

El individuo puede tener esto introspectivamente claro... o no.

Pero para una correcta convivencia es importante aplicar este conocimiento a los demás.

Eso sí, el "cómo se es" no es inamovible.

Es posible cambiar, evolucionar... o no.

Es obvio que el ser humano es muy complejo.







jueves, 5 de julio de 2018

PALABRARAS (carona)



El viajero regala una carona de almohadilla al burro Gorrión, y el burro Gorrión mueve el rabo, nervioso como un niño, mientras lo visten.

Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela.

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Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española

carona

1. f. Pedazo de tela gruesa acojinado que, entre la silla o albarda y el sudadero, sirve para que no se lastimen las caballerías.

2. f. Parte interior de la albarda.

3. f. Parte del lomo sobre la cual cae la carona de la albarda.

4. f. germanía camisa (prenda interior).


jueves, 24 de mayo de 2018

Komanda


La oscuridad le arropaba. La tierra del  suelo y el frescor de la noche en la piel debieran haber contribuido a tranquilizar esa sensación de estar perdido. Lo mejor era poder estar con los ojos abiertos y no ver nada, no sentir nada, no asustarse por nada, aunque luego, claro, estaría cansado, mejor, el aturullamiento le ayudaría a no enterarse. No saber es mejor que olvidar, o fingir que no se está, que no se hace. Mejor no enterarse. Y no saber si todo va a ser así siempre. Para qué, pensar no sirve, no ayuda y todo lo que no calma es dolor.

En mi casa yo era el encargado de ir a por el agua, el río no estaba lejos pero había días que tenía que ir hasta cuatro veces, ya que aún no tenía edad para acompañar a mi padre a Komanda como lo hacía mi hermano mayor. Mis hermanas, todas menos Huakalu, la pequeña, hacían unos collares y unas pulseras que vendíamos en el supermercado. Una vez, el encargado, Tom,  les regaló una botella de refresco de lima y mi padre y mi hermano la trajeron a casa. Mi madre vació la botella en el vaso y probamos todos, estaba dulce y tenía un sabor muy suave. El tapón era azul brillante con el dibujo de un águila en blanco, rojo y un poquito de amarillo, nos enamoró a todos y lo sorteamos, me tocó a mí y lo guardé en mi bolsa y la escondí, nunca lo había hecho hasta entonces. Nuestra vida era sencilla y tranquila, no voy a decir que fácil porque trabajábamos mucho. Solo a veces nos llegaban noticias de gente armada que cruzaba la frontera desde Uganda.

Por la mañana era distinto, tenía que abrir los ojos, cerrados de madrugada porque el derrumbamiento llegaba en forma de sueño, y levantarse agotado. Lo primero asegurarse del cuchillo, lo tenía siempre pegado al costado izquierdo, atado con la cuerda, su gran preocupación en la vida despierta. Hacía poco a Kubwa se lo habían quitado, al menos eso dijo él. Ese no sería su caso, podrían arrancárselo, pero nunca se lo quitarían sin pelea, tampoco lo perdería, siempre alerta. A continuación salía de la cabaña con los otros, ahora ocho, a formar, ojeó alrededor, no lo vió, intentó no pensar en ello. El sol pegaba directamente en su cara por lo que sacó su gorra y se la colocó. Tenía hambre, pero había que esperar. Olía a madrugada y a humedad, el miedo no huele, ni se ve. Los golpes sí, aunque la piel sea negra, tienen un color más oscuro y especial.

Mwongo siempre me quería cambiar mi tapón por cualquier cosa, era tonto y cabezota ¿Cómo iba a cambiar mi tapón por una piedra? ¿o por una pezuña de okapi? Insistía continuamente, y me resultaba pesado, pero era un buen tipo y su padre tenía tres búfalos, un macho y dos hembras.  Algunas veces me había dado un poco de leche de la que le daban a él. Si alguna vez me hubiera ofrecido una búfala, es por lo único que le hubiera cambiado mi tapón. Él también era el encargado de ir a por agua al río y muchas veces íbamos juntos o nos encontrábamos por el camino. Vivía con su familia detrás de la colina Ukapo y para ir a por agua tenía que pasar por delante de mi casa. Soñábamos con poder ir un día  al supermercado de Komanda y ver las latas de alubias y los refrescos y las bolsas de patatas fritas. Mi padre me había dicho que en cuanto cumpliera los catorce podría alternarme con mi hermano, pero a Mwongo el suyo nunca le había dicho nada, aunque lo tenía más difícil, sus tres hermanos mayores cerraban su paso, seguramente a él no le bastaría con esperar dos años, le tendrían reservadas otras tareas. Su padre con el búfalo cargado con la leche del día anterior se dirigía casi a diario hacia el mercado de Komanda, aunque muchos días no llegaba porque la iba vendiendo por el camino. ¡Ay Komanda! con el supermercado y sus puestos de fruta y de baratijas, nos llamaba, tiraba de nosotros con una fuerza emocionada.

Aquel día, les tuvieron formados durante mucho tiempo, olía mal, sus estómagos necesitaban comida y sus intestinos soltaban gases, nada anormal. Siempre les daban un líquido oscuro con un olor muy fuerte, pero que estaba caliente, y un trozo de mandioca frita, era el gran momento previo a conducirles al claro de la selva. Por el camino, cada muy poco, tenía que pararse para quitar piedras de sus sandalias, pero rápido, corriendo a la pata coja luego, por detrás el tío del parche en el ojo iba soltando correazos, al menos hoy había sol. Llegó un tipo con una gorra de general y unas botas altas y relucientes, se colocó delante de ellos y les dijo que el futuro de la libertad estaba en sus manos y su sacrificio y que espabilaran o no verían el mañana. La sonrisa del instructor, el que se llevó a Kubwa dos días atrás, fue un signo evidente de que el gordo de las botas era alguien importante. Tenía que olvidar, nadie se había llevado a nadie, porque todo aquello, el gordo, el del parche, el instructor, los otros, el desasosiego que hacía temblar sus muslos, nada de eso existía, quizás sí el trozo de mandioca que le echaron a continuación en el plato.

Encima de la mesa había una tela, Mrembo la miraba y la acariciaba, ¿qué haces? no contestó, creo que ni siquiera me oyó, la cogió con  las dos manos, la desplegó al aire e hizo un movimiento como si calculara su peso, asintió y sonrió, aunque no abiertamente. Al echarla sobre sus hombros una corriente de aire llegó hasta mí con el aroma de mi hermana mayor, entonces miró hacia la puerta y me vio, ¿qué diablos haces ahí! A mi me interesaban otras cosas, mi mundo era mi casa, el río, el supermercado, mi tapón, Mwongo y mi familia, a la que veía siempre como algo no individualizable. No contesté, me di la vuelta y me fui, pero esa reacción de Mrembo me hizo pensar. Después, también su actitud.

Eran las primeras horas en ese mal sueño, estaba llorando, muy asustado, más que ahora, las hormigas corrían por todo su cuerpo dando de vez en cuando algún mordisco en su piel y Kubwa apareció de un empujón en el suelo, a su lado. Le abrazó tapandolo, era muy grande y gordo, y más que su tamaño y sus carnes le sorprendió su forma de llorar y de gritar. Sus lágrimas se secaron de golpe al intentar abarcarlo en un abrazo protector que nunca pudo cerrar. A partir de ese momento se apoyó en él ofreciéndole su protección y  obteniendo a cambio la fortaleza que le otorgaba esa situación. Kubwa intentaba seguirle a todas partes y él intentaba protegerlo.

Mwongo me contaba historias sobre leones que se acercaban a su casa a la caída de la tarde y cómo a menudo tenía que salir con un palo a espantarlos porque a sus hermanos mayores les daba mucho miedo. La del cocodrilo que una vez se comió el botellón de plástico que llevaba para portar el agua y cuando ya iba a por él, con la boca tan abierta que podía habérselo comido mientras corría, de repente, cogió un enorme palo del suelo y se lo colocó verticalmente entre las fauces. Era un embustero, un enfermo de la imaginación. Aguantaba porque en el fondo me divertía, pero cuando ya se repetía demasiado, o simplemente no estaba de humor, me paraba delante de él cortándole el paso, acercaba mucho mi cabeza a la suya y le miraba muy serio a los ojos y sin palabras le decía ¿te crees que soy tonto? Al cabo de unos segundos, que imagino que a Mwongo le parecerían horas, me daba la vuelta y le decía cualquier cosa, -qué buen día hace, ¿eh Mwongo?-. El efecto duraba uno o dos días, no más. Era muy insistente.

El terror le inundó, Mwongo estaría cerca, quizá se habría subido al baobab. La oscuridad no le dejaba entender con claridad lo que estaba pasando, pero no era bueno. Brutales voces con manos le sujetaban las piernas y los brazos. Terror. Un golpe le hizo dar con la cabeza en el suelo. Dolor. Y luego oscuridad, tacto de tela basta, oscuridad y golpes, ruidos, golpes, más oscuridad, oscuridad total.

Un gran dolor por todo el cuerpo, mucho miedo, no puede mover los brazos, algo aprieta sus muñecas en la espalda. Intenta moverse pero es difícil, casi imposible porque sus pies están atados también. Miedo, huele mal, es él, tiene los pantalones manchados y húmedos, miedo. ¿su padre? ¿sus hermanos? Oye voces que se acercan. Miedo. Así mucho tiempo, entre mordiscos de hormigas, llanto y ratos de inquieto sueño y pesadillas. De repente alguien empuja a un chico que cae de golpe a su lado.

¡Tai! ¡Tai! ,se despertó, la devastación de su conciencia le creaba una sensación de ahogo en el pecho, de temblor en las piernas y desasosiego en la cabeza. Tras quizás varias horas de shock había bajado del árbol y había caminado hasta su casa, al pasar por delante del establo oyó el ruido del badajo, el búfalo le había detectado. No comentó nada a su padre ni a sus hermanos, le daba vergüenza, y ahora daba un gran rodeo para ir a por agua. Tai ocupaba constantemente sus pensamientos con vergüenza y culpa.

Komanda, por fin nos decidimos. Los botellones con agua escondidos cerca del río. Posiblemente se nos haría de noche al volver, pero en ese momento daba igual. Era nuestro primer contacto con la gran libertad, esa sí lo era, no la del gordo. La libertad es algo elegido, no impuesto. ¡Si hubiéramos tenido alguna moneda...! O algo para cambiar, no mi tapón, eso nunca. ¡Cómo disfrutamos! Sobre todo en el  supermercado, lo recorrimos varias veces y en varias ocasiones. También los puestos de carne, las cabras y las gallinas. Las herramientas, los neumáticos, los botellones de plástico para llevar el agua. De vuelta se nos hizo de noche y aún teníamos que recoger los bidones con el agua. Mwongo, ¿qué vas a decir a tu padre?, vamos a llegar muy tarde. ¡El gran baobab!, ya queda menos. Tai, tengo que defecar, sigue que luego te cojo. Ruidos, gente que se acerca.

Por fin llegaron al campo de instrucción, encima de la gran mesa no estaban los cuchillos ni las barras de hierro oxidado, solo una caja negra de cartón en la que estaba escrito con letras muy grandes y blancas: NIKE. Les dijeron que se pusieran a su alrededor, Barn, el instructor del parche en el ojo se introdujo dentro del círculo dando un empujón a varios muchachos, se acercó a la mesa y abrió la caja. Todos estaban expectantes, la curiosidad podía a su miedo. Con la mano izquierda y de un potente movimiento sacó una pistola negra, que les pareció enorme, manteniéndola apuntando al cielo mientras su mirada bidimensional y sin perspectiva se plantaba en todos y cada uno de sus ojos. Su cabeza giraba hacia ambos lados con la expresión de un orangután enfadado.

¡Ahora vais a aprender a manejar esto!

Una vez les hubo enseñado la forma de quitar el seguro y montar el arma, llamó a uno de los vigilantes y les ordenó que trajeran tres pistolas más. Les dividieron en cuatro grupos y les llevaron al otro lado del claro de la selva. Tenían que salir corriendo individualmente hasta el lado opuesto del campo, donde estaba cada una de las cuatro pistolas sobre el suelo, coger una, quitar el seguro, montarla y con las piernas abierta y los dos pies bien plantados en el suelo disparar hacia la selva. Estas pistolas no estaban cargadas. Repitieron este ejercicio muchas veces hasta que el instructor les dijo que la última vez iba a ser mucho más emocionante, el último disparo iba a ser real.
Cuando le llegó el turno Tai salió corriendo y cuando llegó donde estaba la pistola, la cogió, quitó el seguro y la montó, colocó el codo contra su costado derecho y sujetó su muñeca con la otra mano, todo igual, como las otras veces. Cuando iba a disparar trastabilló perdiendo el equilibrio. El disparo se produjo y el retroceso del arma le abrió el brazo cayendo al suelo de espaldas con fuerza y en una postura muy forzada, su mano derecha ya estaba vacía y la muñeca y el codo le dolían mucho. Lloraba, estaba asustado y el tropel de gritos y golpes provenientes del hombre del parche en el ojo hicieron que perdiera el conocimiento.

El río bajaba revuelto y el agua tenía un color marrón más intenso de lo habitual, estaba decidido a pasar por casa de Tai y contar a su padre lo que sucedió. Mientras contemplaba las pisadas del suelo iba pensando en cómo decírselo y, sobre todo, reforzar su determinación para está vez no desviarse en la bifurcación de la gran encina. Y luego, ¿el padre de su amigo se lo contaría al suyo? todo se iría complicando, su vida nunca volvería a ser igual, siempre estaría marcado por su cobardía, bueno, ya todo era distinto, no hacía falta el conocimiento de los demás, su conciencia le recordaba cada minuto lo que había sucedido. Paró de nuevo a descansar y a lo lejos vio la gran encina.

Vio a Kubwa, o quizás creyó verlo. Le dolían tantas cosas… Qué pasaría si se levantaba, no quería que le golpearan más y eso que ya casi no sabía si notaría dolor. Decidió incorporarse despacio y ver donde estaba y qué había a su alrededor. Una cabaña de palos y paja, redonda, al fondo a la izquierda un montón de excrementos y, más a la izquierda... , la luz no le dejaba ver bien, pero algo le puso en alerta, se levantó todo lo rápido que pudo y se acercó. Sí, no se había equivocado, la cara hinchada y llena de sangre seca y el brazo y la pierna izquierdos en una posición encontrada e imposible. Eso era la explicación a tantos días sin verle. Se acercó a su oreja y gritó en la voz más baja que pudo su nombre. Más veces. No se movía. Salió fuera, el sol estaba bastante bajo, no vio a nadie. Entró en la cabaña de al lado, nada. Caminó con el pensamiento vacío y sin mirada durante un tiempo, sin ver a nadie. Tropezó y cayó varias veces, no sentía dolor, solo cansancio, tampoco miedo. Se encontró con una gran explanada, el campo de instrucción, alguien se había dejado una pistola sobre la mesa.

Estaba entre los arbustos quieto y muy concentrado mirando hacia el río, el botellón en el suelo. ¡Mwongo!, dió un bote y vino hacía mí deprisa, su cara estaba turbada aunque rápidamente sonrió.

- ¡Hola Tai, no te había visto!
- Hola, estabas tan quieto… ¿Qué hacías?
- Nada, ¿Vamos a por el agua?
- Vale, te has dejado el botellón, voy a recogerlo.
- No, ya voy yo, déjalo.
- No, no seas tonto, no me importa.

Me acerqué a los arbustos y al agacharme para agarrarlo del asa, la vi, desnuda, bañándose en el río, realmente producía turbación. Cogí el botellón y cuando llegué donde estaba Mwongo, vi que sus ojos miraban al suelo y estaba muy serio.

- Qué guapa es mi hermana ¿verdad?
- Sí.
- Anda vamos a coger el agua más abajo.
- ¡Vale!, y sí, que sepas que Mrembo es guapísima, cuando sea mayor le pediré que se case conmigo y se pondrá muy contenta y tú y yo seremos familia.

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Llevo mucho rato aquí, pensando, recordando. Hablando a una pistola.
Me he decidido a coger el arma. Quito el seguro, la monto y está cargada.
Me tranquilizo.
Por fin.
Escucho unos gritos que se acercan y unos golpes como de machetes contra madera.
Tengo que darme prisa.
Ya.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2018








viernes, 18 de mayo de 2018

Otra lección



A una determinada edad y debido a esa enfermedad degenerativa (osteoporosis) que ataca a algunas mujeres haciendo que pierdan gran cantidad de masa ósea, mi madre comenzó a encogerse acompañándole en este proceso una pronunciada curvatura asimétrica en la espalda. Ese mismo aspecto físico recordaba de mi abuela Pura, su madre. La altura de su tronco se redujo al menos en veinte centímetros.

Esto sucedió durante uno de los últimos años del siglo pasado y fue un proceso extremadamente rápido, solo unos pocos meses. Mi madre tenía una edad más cercana a los ochenta que a los setenta.

Me preocupé mucho porque pensé que se iba a acomplejar e iba a mudar su carácter. Pero no sucedió. El tiempo pasó sin que le hiciera ningún comentario al respecto, cuestión de puro tacto, y ella ni se acomplejó ni hubo ningún cambio aparente en su vida. Tampoco hizo ningún comentario sobre ello, ni a mí ni a mi mujer ni a mi hijo.

Mi madre tenía muy buen tipo y gusto para vestir y arreglarse en general y también era muy presumida. Además en aquellos momentos disponía de presupuesto suficiente para ir siempre elegante y bien arreglada.

Su vida siguió igual, tanto la pública como la privada. Ahora se arreglaba adaptándose a su nueva figura, incluso con vestidos de fiesta o de ocasiones especiales. Mantuvo en público su elegancia y su seguridad en si misma con simpatía y buenos modales. Hasta su muerte. Y ahora que hace poco que ha pasado, que me acuerdo de ella todos los días, unos por unas cosas y otros por otras, a veces absurdas o con poco sentido del momento, ha venido a mi recuerdo que nunca hablamos de ello, jamás.

Otra lección de vida de mi madre, o simplemente otra lección.

jueves, 12 de abril de 2018

Sobre la brecha salarial entre géneros.



Este artículo ha sido escrito por mi hijo. Es informático de carrera y profesión y matemático de devoción.

Creo que es un ejemplo muy interesante de cómo nos manejan, de como los números utilizados de una forma perversa pueden ser utilizados para engañarnos.

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Obama dice que en estados unidos existe una injusta brecha salarial porque las mujeres cobran 77 céntimos por cada dólar que cobra un hombre. En España Irene Montero defiende lo mismo aunque con distintos números y ningún político se lo rebate.

Vamos a analizar un pequeño ejemplo. Será sencillo para facilitar los cálculos, pero se podría complicar lo que quisiéramos para adaptarlo a una situación real.

Supongamos un COLECTIVO compuesto por 200 individuos. 100 son hombres y 100 mujeres.

Sobre las MUJERES del colectivo:
Hay 20 ingenieras y 80 enfermeras.
Las ingenieras cobran 80k anuales y las enfermeras 30k anuales.

Sobre los HOMBRES del colectivo:
Hay 80 ingenieros y 20 enfermeros.
Los ingenieros cobran 70k anuales y los enfermeros 20k anuales.

Es evidente que los hombres están discriminados negativamente, como ingenieros y también como enfermeros, ya que en ambos casos cobran anualmente 10k menos que las mujeres por el mismo trabajo.

Sigamos.

El salario medio anual de las mujeres es de 40k anuales.

          (80*30k + 20*80k)/100 = 40k

El salario medio anual de los hombres es de 60k anuales.

          (80*70k + 20*20k)/100 = 60k

Por lo tanto una mujer cobra 66 céntimos por cada euro que cobra un hombre, aunque sin embargo el que está discriminado negativamente en ese colectivo es el hombre al tener sueldos más bajos.

Esto se explica debido a lo que se conoce como la Paradoja de Simpson. En probabilidad y estadística, la Paradoja de Simpson o Efecto Yule-Simpson es una paradoja en la cual una tendencia que aparece en varios grupos de datos desaparece cuando estos grupos se combinan, en su lugar aparece la tendencia contraria para los datos agregados.

Siempre que los políticos nos presentan datos acerca de la brecha salarial podrían perfectamente estar afectados por la paradoja de Simpson.

No quiero decir que esto se demuestre que la brecha salarial no existe, pero sí que los datos que nos aportan constantemente y que nos venden como que son prueba irrefutable de que la brecha salarial existe, son fruto de un razonamiento simplista y erróneo.

¿Por qué nadie habla nunca de esto en los medios?


lunes, 26 de marzo de 2018

Teatro: Cronología de las bestias.


25/03/2018
Teatro Español MADRID

Texto y Dirección: Lautaro Perotti
Escenografía: Mónica Borromello
Iluminación: Carmen Martínez
Vestuario: Ana López
Ayudante de dirección: José Luis Huertas
Jefa de producción: Nadia Corral
Dirección de producción: Josep Domènech

Intérpretes: Carmen Machi, Pilar Castro, Santi Marín ,Patrick Criado, Jorge Kent
Una Producción de Octubre Producciones, Teatre Lliure y Teatro Español

CRITICA

Decepcionante. Se salvan los actores y algunas propuestas de salto en el tiempo. Fatal puesta en escena con demasiados movimientos, que solo despistan al espectador, en un escenario desde mi punto de vista absurdo y culpable de que casi no se oiga.Trama vacía, aunque pretenda lo contrario, y desarrollo con poco sentido y al servicio del lucimiento de la pretendida originalidad del autor y director. Quizás objetivo no cumplido, quizás autor con demasiada pretenciosidad… no se, pero me decepcionó. Eso si, teatro lleno todos los días y a un precio no barato. No nos merecemos esto. ¿Críticos? Donde están.


domingo, 25 de marzo de 2018

Mi metro en marzo



El vagón de metro se dirige al infinito. Y yo voy dentro. Y no soy consciente de ello. Voy sentado, pero hay más asientos libres. Me acompaña gente de distintas edades, nacionalidades, razas, religiones y pensamientos. ¿Serán ellos conscientes del recorrido? Los azules, claros y oscuros, un poco brillantes, con los grises claros, nos dan sensación de sosiego, al menos a mí, no sé porqué me tengo que autonombrar portavoz de todo el mundo, me pasa con frecuencia y creo que no es una cualidad positiva. Fuera hace frío y una niña, tendrá unos diecisiete años, luego no es tan niña, posiblemente post-adolescente, saca un pañuelo, de tela, para limpiarse la nariz. Frente a mi, una señora madura, jejeje, eufemismo, eso no es decir casi nada sobre su edad, mira para todos los sitios indisimuladamente, quizás debería mirar hacia sí, hacia su interior, todos deberíamos hacerlo, va vestida con una falda y una cazadora brillantes, plateadas, metalizadas, posiblemente de plástico, que a mí me parece que no solamente no la favorecen, sino que no van al compás de su edad, con esto estoy dando más pistas. Entonces veo, me fijo, que el botón de la alarma es de color rojo mientras que la palanca de desbloqueo de puertas es verde, códigos… no me gustan aunque los soporto, como tantas cosas, y pienso que hay otro tipo de no gente: los que no soportan. La chica del pañuelo habla con su amiga en un tono suficientemente alto para que pueda enterarme de lo que hablan. ¿Me gustaría saber la edad de la mujer madura? Yo creo que a quien quizás le gustaría es a la señora mayor que está sentada enfrente con su marido y que la mira disimulada pero fotográficamente, instantánea y procesamiento, repetidamente, mientras su marido mira al suelo, o quizás a los pies de ella, posiblemente porque es donde se encuentra. Y el vagón pega un pequeño frenazo, en plena curva, y el hombre negro, que acababa de levantarse de su asiento, pega varios traspiés, no puedo definirlo como maduro, tampoco niño, ni chaval, digamos treintañero, y en esos escorzos, la suela de su zapato ha dejado una raya tiznada en el suelo, le salva la barra vertical pintada en amarillo, tan intenso como el negro del joven. Seguro que todos tienen pensamientos distintos, y opiniones y creencias que se parecen, quizás, pero también distintas, y eso me gusta, la diversidad distintamente pacífica, transgresores pero gente de paz, más o menos inteligentes, más o menos amables, más o menos comprometidos, más o menos canallas. Dos señoras mulatas, no sé si la palabra vale, de mediana edad, otro eufemismo, juntas, una lleva un bebé, las dos calladas y el bebé también, pero el bebé se mueve con la inquietud de la curiosidad, de descubrir el mundo, esos contornos y esos límites que ahora no ama ni detesta, las señoras no, deben ser madre e hija, quizás, la hija es la que lleva al niño, la madre tiene un gesto de orgullo, el niño es bonito, ¿sabrán que este vagón les lleva al infinito?

Llegamos a mi estación y me apeo.


jueves, 22 de marzo de 2018

La imposible quietud


(Primera aventura de Pensamiento)

Pensamiento salió a pasear, esta vez decidió hacer running, quería ser transgresor y pensó que podía comenzar así, pero claro, no quedarse ahí, transgredir algo más. Intuía que no iba a ser fácil pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera para conseguirlo.

Nada más salir de casa se encontró a la bella Apariencia, a la que saludó con un “buenos días”. Se dio cuenta enseguida que ella tenía mucho más fácil ser transgresora. De hecho lo era, incluso más, se temía, de lo que la realidad insinuaba. Colores, curvas, picos, peinados, ropa, gestos, movimientos… todo lo tenía de por sí sola si así lo quería, pero además con la ventaja de que podía ser puro fingimiento… o quizás no. Se podía permitir el lujo de engañar, porque no tenía ningún compromiso con la señora Realidad. El caso es que le gustó darse cuenta de ello y le dio cierta envidia, le hubiera gustado ser su vecina, vivir al lado de la dulce Apariencia. Es más, convivir con ella. Bueno, después de pensarlo bien, en realidad no. A Apariencia le regañaba mucho su tía, la señora Personalidad, y eso no le gustaba, nada. Personalidad era muy suya para sus cosas y algunas veces se pasaba con su sobrina, sin motivo aparente, solo por cuestión de estados de ánimo. Sus broncas se oían con frecuencia desde la calle y a él le avergonzaba mucho escucharlo.

Continuó corriendo, el día era bonito, soleado. Era primavera y en mitad del camino había florecillas silvestres. Pensamiento iba con mucho cuidado para no pisarlas y acabar con su vida. Pero de pronto se dió cuenta que quizá eso sería una forma de transgresión, de las pocas que estaban a su alcance. Dió muchas vueltas a esta posibilidad sin llegar a decidir realizarla. Pensaba que, si se enteraban, sus amigas Conciencia y Consideración se enfadarían con él, y con razón. Además sabía que su prima Educación estaba por allí cerca y además de echarle un buen rapapolvos, se lo contaría a su madre, tía Inteligencia, y eso ya sería una hecatombe, lo peor. Se imaginaba a su tía y a la señora Razón y yendo a verle a su casa para ponerle un castigo ejemplar, algo que ni él ni el vecindario entero pudiera olvidar. Lo desestimó.


Así que siguió su camino. Decidió pasar a ver a su amiga Determinación, que tenía un puesto en la calle más pobre del barrio, donde vendía trozos de si misma a precios populares. La encontró muy ocupada, tuvo que esperar un buen rato para cruzar con ella unas palabras. Le contó que estaba cansada, pero sobre todo muy enfadada, porque el señor Miedo la estaba haciendo trabajar mucho, cada día la enviaba más gente a su puesto, curiosamente gran parte de ellos provenían del taller de la Doña Desesperación. Aguantaría mientras tuviera fuerzas, resistiría todo lo que pudiera, estaba convencida que tendría más fuerzas que Miedo. 


Por su parte Pensamiento le contó su fuerte deseo de transgredir y las dificultades que pensaba que iba a tener para conseguirlo. Determinación le preguntó si estaba seguro de qué significaba “transgredir”, porque, a ver si después de tanto esfuerzo, al cabo de un tiempo se daba cuenta de que no sabía lo que era. Finalmente le dió muchos ánimos para que no cejara en su intento.  


Un buen consejo, pensó Pensamiento, y se fue directo hacia la biblioteca del barrio, donde estaba seguro de que iba a encontrar al señor Conocimiento. 
Le encontró sentado en su silla recogiendo las cosas de la mesa. ¡Hola Pensamiento! ¿Qué haces por aquí? Me has pillado yendo a almorzar a la churrería de mi sobrina Alegría, voy a tomar un café con porras, si quieres te invito. Muchas gracias señor Conocimiento, estoy haciendo running y no me sentarían bien, pero le acompaño porque tengo que hablar con usted de un asunto muy importante para mi.

Por el camino a la churrería le preguntó por el verdadero significado del verbo transgredir.

  • Muy fácil me lo pones, mira, transgredir significa exactamente quebrantar un precepto o una ley. Y además, que sepas, que también se puede decir “trasgredir”.
  • ¡Uy! -dijo Pensamiento-, entonces es algo muy malo
  • No tiene porqué -dijo el señor Conocimiento-.
  • No entiendo, ¿me lo puede explicar?
  • Pues en realidad sí, pero preferiría que te lo explicara la doctora Sabiduría, que lo va a hacer mucho mejor que yo. No quiero influirte negativamente con una mala explicación.
  • Bueno, vale, -dijo un poco enfurruñado Pensamiento-, lo malo es lo difícil que es encontrar a la doctora Sabiduría, pero en fin, es importante y lo intentaré.
  • Ya se oía un fuerte murmullo y una alegre música, estaban llegando. El local estaba lleno ya que muchos, después de pasar por el puesto callejero de Determinación, se iban a la churrería de Alegría. Todo el mundo estaba feliz con sus porras y sus churros, unos mojando en chocolate o café y otros a palo seco o con un poco de azúcar blanca. Allí se quedó el señor Conocimiento dialogando con la señora Ciencia mientras Pensamiento seguía su camino.

El día seguía soleado y los árboles giraban sus hojas hacia el sol para enseñar el más bonito y brillante de los verdes. A pesar de su creciente preocupación seguía contento, se aproximaba hacia la zona industrial del barrio.


Pasó por delante del taller donde trabajaba su amiga Solidaridad, pobrecilla, cómo la quería, siempre preocupandose y ayudando a todo el mundo. No podía entender que hubiera tanta gente que la tratara tan mal. La gente, en general, tenía muy poca memoria y enseguida se olvidaba de todos sus favores. Pero lo peor era la amplia tribu de seguidores de esa nueva religión promovida por el profesor Egoísmo, el “Individualismo Exclusivista”. En fin, tenía que haber gente para todo. Pero le apenaba ver como su amiga Solidaridad no era reconocida y querida por todo el mundo, solo los deudores de la señora Necesidad Apremiante la querían y la valoraban.


Cuántas veces habían jugado juntos, de niños, Amistad, Lealtad, Solidaridad y él. Qué buenos recuerdos. Qué felices habían sido. Ahora ya de mayores la vida se había vuelto dura para todos ellos. Pero seguían compartiendo un enorme cariño. Juntos todo era más fácil. Casi todas las semanas quedaban en el puesto de la señora Determinación para charlar y cargar un poco las pilas. 


Un poco más adelante pasó por delante el basurero de la señora Envidia. Cada vez tenía más clientes, eso decían. Era difícil de demostrar porque todos sus clientes trataban de ocultar como dejaban sus actos y se llevaban argucias nuevas.


Más tarde, por fin, llegó a su primer destino, la tienda de los hermanos Fantasía y Auxilio. Eran muy distintos y en su tienda había artículos de lo más dispar. Dragones, viajes interplanetarios, animales parlantes junto a respuestas, aparatos para acompañar y hablar con la gente, donaciones, intervenciones quirúrgicas, en fin una amalgama de artículos raros.


Pensamiento iba en búsqueda de una respuesta. Era muy importante para él asegurarse de que realmente transgredir no siempre era malo. Pensaba que Don Auxilio podría indicarle dónde encontrar a la doctora Sabiduría y salir de dudas.
Buenos días señor Auxilio.



  • Buenos días Pensamiento.
  • Necesitaría una respuesta, no se si la tendrá.
  • Bueno, pues dime la pregunta, a ver si puede ser.
  • ¿Donde puedo encontrar a la doctora Sabiduría?
  • Ahh, déjame buscar, a ver si la encuentro -y se metió en la trastienda-
  • Sonaron muchos ruidos, movimientos de muebles, giro de ruedas, golpes… Al cabo de un rato salió todo contento.
  • Ya está, la encontré, durante las dos próximas horas va a estar en los grandes almacenes firmando ejemplares de su reciente libro.
  • Oh. Muchas gracias señor Auxilio, no sabe cuánto le agradezco. Dígame por favor cuanto le debo.
  • Ay pensamiento. Nada. Es un placer ayudar a alguien como tu. Siempre me tiene dicho mi esposa Generosidad que a la buena gente nunca le cobre nada, que les diga que aquí estamos y que nos gustaría que vinieran a vernos de vez en cuando. Hay veces que nos sentimos muy solos.
  • Así lo haremos señor Auxilio. Pronto vendré con mis amigas Solidaridad, Amistad y Lealtad. 

Pensamiento continuó corriendo, ahora ya mucho más contento porque sabía cómo encontrar a la doctora Sabiduría.















sábado, 17 de marzo de 2018

Palabraras. Liminar.


Lo acabo de leer en el preábulo de un libro editado en Buenos Aires (Argentina)

Gracias a dios que tenemos guardianes de nuestra lengua, ¡qué riqueza!


liminar
Del lat. limināris.
1. adj. Perteneciente o relativo al umbral o a la entrada.

2. adj. preliminar (‖ que sirve de preámbulo).




Espacio y crimen




Estaba enfadada, mucho. Mientras subía la rampa de acceso recordaba la recepción de la carta conteniendo la invitación de mi marido para el vis-a-vis, mi petición de información a Instituciones Penitenciarias, mi convencimiento de que no podía hacer nada, ¡que podía hacer yo para mejorar su estado de depresión!, alguien a quien no veía desde hacía ocho años, a quien ya ni siquiera odiaba, ni despreciaba, que me daba igual. Y justo por eso decidí ir, perder un sábado por la mañana de mi vida, de mi ocio.

Tuve que dejar todas mis pertenencias en la sala de inspección, donde fui cacheada por una funcionaria bajita, educada, pero con aspecto de muy malas pulgas que me preguntó si traía algo para entregar al recluso. !Por supuesto que no! También me preguntó si deseaba comprar algo en el economato, comida o bebida para consumir durante la entrevista. Un simple gesto le sirvió de respuesta. Bueno, vamos, me dijo, disponen de 90 minutos para estar juntos.

Me condujo a través de dos largos pasillos y un pequeño patio hasta un edificio en el que había celdas con barrotes y unas escaleras que ascendían a otro nivel en el que podía distinguir más puertas con barrotes. Todo era gris, impersonal, y había un olor a potaje flatulento que parecía incrustado en el ambiente.

Me fue comunicado su ingreso en prisión hace ya unos seis años. Había estado largo tiempo bandeandose entre abogados, leyes, amigos y enemigos, alargando tiempos, pagando testimonios, y no solo con dinero, caminando sobre un cable que se tensaba y destensaba según se iban produciendo sus declaraciones, judiciales y públicas. Hasta que no pudo más y lo inevitable llegó. No sé qué sentí, ¿alegría? ¿desprecio? ¿satisfacción?

A un lado del distribuidor de la escalera había un pasillo, lo recorrimos hasta el final, frente a una puerta con barrotes que descorrió, cla-cla-cla. Me dijo que pasará y esperara, que mi marido llegaría enseguida. Cerró la puerta con llave y se marchó.

Una de las peores sensaciones de mi vida, verme sola y encerrada allí hizo que ni siquiera fuera capaz de centrarme en lo sórdido de la escena que vivía. Comencé a intentar relajarme mediante respiraciones lentas, largas y cíclicas. En la pared del fondo una litera de dos camas estrechas. A la izquierda un ventanal grande pero muy alto y a la derecha una mesa con dos sillas, pegada a la pared, y una puerta que daba al aseo en el que había un lavabo y un wc, entré con decisión y me lavé las manos con una pequeña pastilla de jabón que tuve que desprecintar, las sequé con toallas de papel, me pareció un buen detalle. A continuación puse la radio en el aparato mp3 que había sobre la mesa y subí el volumen al máximo, en realidad enseguida me arrepentí porque el estruendo que se produjo me creó una sensación de miedo y violencia que provocó que bajara el volumen inmediatamente, hasta que la música se hizo casi inaudible. Era como una película de miedo antigua, todo gris, oscuro. Deprimente. Lamentable.

Noventa minutos, qué iba a hacer durante tanto tiempo. ¿Y si se ponía violento? ¿Y si se sobrepasaba conmigo? ¿Me querría contar algo? De qué podía hablar con un extraño que no veía desde hacía ocho años…

La puerta se abrió con un fuerte cla-cla-cla.

Hola Ana, cómo estás...





martes, 20 de febrero de 2018

El pistón de la trócola V2



Atravesaron la puerta del concesionario con cara de frustración, había una sala enorme llena de coches y un apartado al fondo donde había un conjunto de mesas y sillas altas. Todo era blanco con ribetes amarillos y grises.

Durante los últimos días habían recorrido seis o siete, fracaso tras fracaso. Pero ahora Julita y Raúl tenían un agradable presentimiento, esta vez sí.

Después de unos minutos de espera, se les acercó un típico vendedor cincuentón que les saludó amablemente y a continuación les preguntó en qué podía ayudarles.

  • Mire, queremos un biplaza descapotable, todos nuestros hijos se han ido ya de casa y nos hemos quedado solos, así  que hemos decidido darnos ese capricho. El precio no importa pero tiene que tener pistón de la trócola electrónico. Tapicería de cuero, techo abatible rígido... todas esas cosas nos importan menos.
  • Muy bien señor, síganme a la exposición, voy a enseñarles el modelo FX24Z que además dispone de zutón retráctil.

De repente, al levantarse de la silla, el vendedor se llevó la mano al costado izquierdo y tras una convulsión cayó, quedando boca arriba sobre el blanco suelo.

Julita y Raúl se quedaron paralizados por la sorpresa.

Ella se dirigió hacia el cuerpo y arrodillándose ante él acercó sus labios a los del vendedor.

  • ¡Julita! ¡Qué vas a hacer! No soy celoso pero…
  • No seas tonto, ¿no ves que le voy a hacer el boca a boca?
  • ¡Pero si está muerto! Es un infarto!
  • ¡Yo a éste le revivo y nos vende el coche! Mañana mismo. No recorro ni un concesionario más siendo el hazmerreir de todo el mundo.







jueves, 8 de febrero de 2018

El pistón de la trócola.



Atravesaron la puerta del concesionario. Durante los últimos días habían recorrido tres o cuatro sin éxito. Unas puertas mecánicas totalmente acristaladas daban paso a la amplia exposición de coches, a la derecha y al fondo había cuatro mesas altas, redondas, de metal y cristal, rodeadas de taburetes también altos, tapizados en piel gris y con respaldo de acero, todo era diseño puro. Predominaba el color blanco en suelo, techo y paredes, acompañado de amarillo y gris claro en unas exactas proporciones.

Mientras se dirigían hacia la mesa del fondo, Julita y Raúl tuvieron un presentimiento, esta vez todo iba a ir bien. Cualquier otra pareja que hubiera pasado por las mismas circunstancias se habría rendido, sin remisión. Ellos estuvieron a punto de hacerlo si no hubiera sido por su habitual determinación. Qué difícil es soportar el insulto de la ignorancia de aquellos vendedores de concesionarios convertidos en personas bajas, groseras y despreciables que les expulsaron de todos ellos entre risas e insultos. Nunca se habían sentido tan humillados.

Después de unos minutos de espera, se les acercó un señor bien vestido, con traje azul marino, camisa blanca y corbata granate. Si no fuera por las sienes canosas, su pelo demasiado largo y peinado hacia atrás y su no disimulada barriguita hubieran pensado que tenía menos de cuarenta años.

El vendedor les saludó muy afectuosamente y les preguntó qué podía hacer por ellos.

-       Mire, dijo Raúl, tenemos por primera vez en nuestra vida la oportunidad de tener un biplaza descapotable, ninguno de nuestros cinco hijos viven ya en casa, son todos independientes económicamente, la última se casó hace diez días con el cónsul de Senegal. Tenemos, además, la posibilidad económica de hacerlo y estamos hartos de monovolúmenes con pistón de la trócola mecánico. Así que queremos comprar un coche molón, biplaza, con faros abatibles, tapicería de piel de búfalo, descapotable de techo duro y lo más importante: pistón de la trócola electrónico. Cualquiera de las cosas anteriores podríamos discutirlas, pero el pistón no, tiene que ser electrónico.

-       Muy bien señor, tengo lo que necesitan, me alegra encontrar a alguien que valore este tipo de cosas. Por favor síganme hasta la exposición para enseñarles el modelo FX24Z que además dispone de zutón retráctil.

De repente, al levantarse del taburete, el vendedor tropezó con la pierna de Raúl y por no pisarle hizo una maniobra ridícula en el aire con la mala suerte de perder el equilibrio, caer de espalda y darse con la nuca en el respaldo de la silla de atrás.

El vendedor quedó tumbado boca arriba con las piernas hacia un lado y los brazos retorcidos, en una posición absurda. Una gran mancha de sangre debajo de la cabeza ensuciaba el blanco inmaculado del suelo.

Julita y Raúl no supieron qué hacer. Estaban nerviosos y asustados. Julita se puso de pie y con mucho cuidado se dirigió hacia el cuerpo arrodillándose delante de él, acercando sus labios a los del vendedor.

-       ¡Julita! ¡Qué vas a hacer! No soy celoso pero…
-       No seas tonto churri, ¿no ves que voy a hacerle el boca a boca?
-       ¡Pero si está muerto! Hay un gran charco de sangre que sale de su nuca.
-       ¡No jodas Raúl! ¡Ni que fueses médico! Yo a este le revivo para que nos venda el coche mañana mismo. No estoy dispuesta a recorrer ni un concesionario más. Por fin encontramos a uno que no se descojona y tiene lo que pides y... ¿se nos va a morir? ¡Ni de coña!