De repente una mañana nos despertaremos, nos
levantaremos de la cama y nos daremos cuenta de que ya no sentimos esa
incertidumbre tan habitual durante tantos años, que se ha ido retirando imperceptiblemente, tan despacio
que casi no nos hemos dado cuenta.
Que vemos lo por venir con menos inseguridad.
Que nuestros hijos, nuestros padres, nuestras parejas, nuestros amigos,
nosotros mismos, todos, tenemos trabajo, tenemos un futuro que no es la miseria
absoluta. Eso sí, un trabajo precario, pero un sueldo casi todos los meses.
En realidad nos habremos acostumbrado a una situación que se estabilizó.
En ese mismo momento también nos daremos
cuenta de que muchas cosas han cambiado a peor. Bueno, solo algunos, porque
todos aquellos que tengan menos de cuarenta años no conocerán otra cosa.
Los que tengamos más de cuarenta sentiremos
una profunda pena. Porque hemos conocido un mundo en evolución y lo que
estaremos viendo es una profunda involución. Solo nosotros lo veremos y solo
por ello sentiremos que hemos perdido la batalla de una forma aplastante. Sí,
hemos sido aplastados.
El mundo estará dividido entre los más jóvenes,
que de la nada habrán llegado a un mínimo inaceptable pero que les permite
sobrevivir, y los de más edad, que de un mundo
social y laboralmente digno habremos pasado a esos mismos mínimos
inaceptables (pero que no hemos tenido más remedio que aceptar).
Solo nos quedará una gran esperanza a todos.
Y es que, aprovechando que los vencedores
estarán confiados y relajados con su victoria aplastante, consigamos que esa
situación decepcionante de partida sea capaz de evolucionar hacia una sociedad
más justa y de más igualdad, más respetuosa con la naturaleza y el medio
ambiente, más solidaria y cooperativa. Con un mayor nivel de sostenibilidad.
Pero eso llevará tiempo. Será una evolución,
no una revolución.
Hasta que otra vez, en un futuro lejano, los
de siempre tengan necesidad de poner de nuevo su bota sobre nuestro cuello.
Pero mientras tanto vivamos, vivir es
respirar. Vivamos lo mejor que podamos. Intentemos utilizar la alegría como
antídoto.
Hay cosas que no nos podrán quitar nunca: la
sonrisa de alguien que nos tiende la mano, un amanecer, la luz del sol en el
cielo, una frase de cariño, un atardecer, el aroma después de una tormenta, el
gesto de la cara de un niño dormido, una reunión de amigos, el abrazo de un ser
querido, ... y muchas cosas más que son gratis y que solo es necesario que nos
demos cuenta que existen, que nos pueden suceder, que sólo hay que buscarlas y
serán nuestras si somos generosos, honestos y conscientes.