Una chica llega al aeropuerto y en una de las
tiendas compra un paquete de galletas, de esas tan especiales. Lo mete en el bolso y se dirige a la puerta de embarque.
Cuando sube al avión se sienta en la parte de
la ventanilla de una fila de tres.
Al cabo de un rato llega un señor y se sienta en el
asiento del pasillo.
El avión despega y la chica se dispone a coger el paquete de galletas que ha dejado en el asiento del medio. Cuando va a coger una, ve que el señor se le adelanta, abre el paquete, coge una de ellas y se la come.
Ella le mira con cara de sorpresa, no dice
nada pero a continuación toma una galleta y se la come.
Al cabo de otro rato, el señor coge de nuevo una galleta. La chica no cree lo que está viendo, pero no dice
nada, solo está indignada.
En el transcurso del vuelo van cogiendo
galletas entre los dos y se las van comiendo mientras que la chica sigue sin
creer lo que está viendo a la vez que su indignación va creciendo, pero a pesar
de todo no dice nada.
En un determinado momento solo queda una
galleta en el paquete y el señor la coge, la parte en dos y le da la mitad a la
chica, que ya no sabe como puede no decirle nada ni increparle, pero lo
consigue. A continuación el señor coge el paquete vacío, lo dobla y lo pone en
la rejilla del asiento delantero.
El avión llega a su destino y cuando la chica,
ya en la terminal de llegadas, mira su bolso, se encuentra con el paquete de
galletas que compró intacto.
Pensó que lo había sacado del bolso, que lo había
puesto en el asiento, pero no fue así.