domingo, 1 de diciembre de 2019

El oso Fernandoso. Capítulo 3.





Con las primeras luces del día miró a su alrededor dándose cuenta de que no sabía cuándo iba a volver, es más, ni siquiera sabía si volvería, iba de exploración, había muchas montañas y muchos picos que recorrer y si encontraba otro lugar en el que vivir con menos problemas, se quedaría.

Comenzó su recorrido en sentido contrario al que hubiera tomado para ir a la meseta, pretendía dejarla lo más lejos posible. Las zonas altas, las cumbres, eran todas muy parecidas, unas con más roca, llamadas riscos, y otras con menos, pero todas tenían algo en común, escasa y pobre vegetación, ratones, culebras y poco más. En algunos riscos grandes había grietas algo profundas donde establecían sus nidos los buitres, que sabía que eran fuertes y peligrosos, alguna vez los había visto cazar en la meseta, eran capaces de levantar en  vuelo pequeñas gacelas, además había visto sus fuertes y afiladas garras y sus puntiagudos y desgarradores picos. Nada, imposible atreverse ni con ellos ni con sus crías, eran muy vengativos.

El primer día subió y bajó diez montañas sin encontrar ninguna víctima. El segundo día, incrédulo, volvió por sus pasos y de nuevo subió y bajó las diez montañas del primer día. El tercer día hizo el mismo recorrido que el primero y sí, encontró algo, un puerco espín que nada más verle se hizo una bola adoptando su postura defensiva. Durante el cuarto día encontró un pequeño río, entre la cuarta y la quinta montaña, que transcurría con gran fuerza. Allí se quedó aunque tenía previsto subir y bajar dos más.

Pensó que en ese río podía haber peces, no le gustaban mucho, pero cazar alguno podía calmar sus ansias. Quizás también podría encontrar alguna rata de agua o un castor o un mapache. Hacía frío y el agua estaba helada, a los felinos no les suele gustar mucho zambullirse pero Kruon era atípico y no solo no le importaba sino que le gustaba. Desde la orilla veía grandes peces moviéndose por las transparentes aguas. El fondo del río estaba cubierto por grandes lanchas de piedra y muchos y multicolores cantos rodados. Se metió sigilosamente en el agua pero aún así los peces, truchas debían ser, pensó, desaparecieron instantáneamente. Decidió quedarse quieto con las patas en el agua para ver si los peces se confiaban y comenzaban a salir de nuevo. Debió pasar mucho tiempo pues le comenzaban a doler las extremidades, y de repente apareció lo que estaba casi seguro que era una trucha, muy grande, esperó que pasara por delante de él y se lanzó a por ella sacando sus garras y juntando sus patas traseras para el salto. Llegó a tocarla pero el pez se le escurrió dejando a Kruon completamente sumergido en el agua, cuando logró sacar la cabeza vio como la trucha se había dado la vuelta y le miraba mofándose de él, o al menos era lo que interpretó en aquellos momentos. Lleno de rabia saltó de nuevo sobre el pez que se le escapaba continuamente en cada salto y en cada zarpazo. Le persiguió por el río sin parar, durante decenas y decenas de metros, saltando de piedra en piedra y sorteando troncos caídos. Iba con la mirada fija en la trucha, encelado, sin darse de cuenta de nada más, cuando de repente vio como su presa saltaba al vacío. Alzó la vista y solo veía cielo. Muy asustado intentó frenar pero, entre el fuerte impulso que llevaba y que se encontraba sobre una grande y resbaladiza lancha de piedra, no pudo parar y cayó al vacío varios metros que a él le parecieron decenas, notó una sensación de vacío en el estómago y finalmente se golpeó contra unas grandes raíces de madera que se extendían sobre una gran charca de aguas muy verdes. Se hizo mucho daño, estaba muy asustado y le dolía mucho el lomo, aunque podía haber sido mucho peor.

Allí se quedó, varias horas, inmóvil, sobre las raíces, sin moverse, estaba cansado y había pasado mucho miedo. Primero se levantó sobre sus patas delanteras y no sintió gran dolor al estirarlas, luego hizo lo mismo sobre las traseras, eso sí que dolió,  y con esfuerzo caminó lo suficiente para apartarse del agua y encontrar un sitio seco y resguardado del viento. Allí pasó la noche.

Por la mañana le despertaron los dolores y al intentar estirarse sintió un fuerte dolor en el lomo y también, aunque menor, en las patas, sobre todo en las traseras. No podía continuar así su viaje, así que decidió quedarse donde estaba, en su imprevista guarida, detrás de unos troncos caídos entre los que había muchos matorrales.

Todos los días, recién despertado intentaba estirar sus miembros para comprobar el nivel del dolor y la posibilidad de caminar. Cada día mejoraba algo, o al menos eso era lo que le parecía, pero cada día también notaba más debilidad , porque llevaba mucho tiempo sin cazar y por lo tanto sin comer. Un día probó unas hormigas que pasaron cerca de su boca, le bastó estirar la lengua, pero lo único que pasó es que le provocaron arcadas.

Una mañana, oyó unos ruidos cerca que le pusieron alerta y a la defensiva, no movió ni los párpados para no hacer ruido. Podía ser una presa y podría intentar capturarla y así saciar su hambre. Se acercaba. Por el ruido y la cadencia de sus pisadas tenía que ser grande y pesado, eso le desanimó, no estaba en condiciones de enfrentarse a algo así. De repente pudo divisar entre las ramas cómo un animal grande se ponía a dos patas buscando algo en la parte superior de un arbusto cercano. Intentó levantar un poco la cabeza para poder ver algo más. Efectivamente, era grande y peludo, debía tratarse de un oso, un animal que no había en la meseta. Una vez estando con la manada vieron uno cerca del valle, pero después de observarlo bien Taor decidió que se dieran la vuelta, por lo que pensó que debía tratarse de un animal peligroso, como los lobos.

El oso estuvo un buen rato allí, cogiendo lo que fuera que estaba buscando, y se fue como vino, sin ningún sigilo. Kruon no movió ni un pelo, se mantuvo tan quieto que al verse libre de lo que consideraba una amenaza se relajó y se dio cuenta que tenía todo el cuerpo entumecido. Se percató de que partir de entonces debía mantenerse vigilante.

Después de transcurridos varios días notó que bajaron tanto los dolores que ya le permitían reanudar su camino. Con mucho esfuerzo subió a la rama de un árbol para probar su estado de forma y constató que sí, ya podía seguir su camino, pero con mucho cuidado porque se sentía enormemente débil. ¡Ahora tendría que alimentarse!


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2019