miércoles, 6 de octubre de 2021

Mi amigo Manolo

 


Alto, delgado, desgarbado, siempre se sentaba a mi lado en clase, en esas aulas escalonadas y viejas de la Escuela de Industriales. Fuera la asignatura que fuera sacaba su taquito de DIN A4 y con los dedos perfectos de su mano derecha dibujaba esos pensamientos fantásticos que se le escapaban directamente hacia la punta del portaminas: duendes, monstruos, hadas bellísimas, dragones de largas colas y alas extendidas. Su postura chepuda con la cabeza fija sobre la estrecha mesa y su gesto concentrado y serio hacía que ningún profesor dudara de lo que en realidad no estaba haciendo. La única diferencia es que nunca levantaba la cabeza. Luego en la cafetería me pedía los apuntes y me dejaba elegir entre todas las hojas que había llenado de dibujos. Yo conseguí una perfecta colección de monstruos y hadas y ambos conseguimos con mucho esfuerzo en los meses finales y algo de suerte aprobar al completo el cuarto año de carrera.


6 de Octubre de 2021

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2022

lunes, 21 de junio de 2021

Soledad

 

Está solo, se siente solo, pero cree que no es verdad, que no lo está, pero se siente mal porque piensa que no tiene mucho a lo que agarrarse. Las tres personas que desaparecieron hace unos años hicieron que nunca tuviera esa sensación, con tanta profundidad, hasta ese momento. Pero a la vez que piensa eso, o justo el instante después, piensa también que no es cierto del todo y que no está siendo justo, que se está auto victimizando. ¡Qué complejos son los sentimientos y sus pensamientos generadores!

La soledad es algo que a veces busca y ha buscado, quizás sea a consecuencia de ello, quizás que de tanto intentar desaparecer a veces lo consiga. Porque cuando se está solo en la soledad buscada y conseguida, está desaparecido del mundo y de las personas, aunque el mundo y las personas sigan pensando en él. ¿No es justo que las circunstancias puedan desarrollarse al revés?

Piensa, sí, que es bastante humano pensar que él, como individuo, tiene que ser lo más importante para el reducido número de personas a las que íntimamente ama. Y ese pensamiento es generador de frustraciones y equívocos mentales, y emocionales, ya no solo injustos, sino generadores de falso sufrimiento.

Pero existe algo que considera absolutamente necesario no olvidar, por ejemplo la generosidad, y el cariño y ¿por qué no? la razón y los recuerdos. Ah y el ejercicio de ponerse en lugar de los demás.

Se siente solo, pero no lo está.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 9 de junio de 2021

Elongación.


 

Salto, salto, salto, cada vez más alto, decía quizás hace unos años. 

Era mi sueño, pero ya no, ahora tomo la luna entre mis manos. 

Y me pregunto, ¿era para tanto?

 02/06/2021


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021





domingo, 23 de mayo de 2021

He limpiado todo, no he dejado nada, ningún rastro de sangre.

 

Tenía el cuerpo dolorido y mucha sed, soñaba con un jergón, necesitaba descansar. Amanecería en un par de horas.


  • Andrés, ¿Qué hacemos? ¿Continuamos?

 Hubiera dicho que sí, lo dijo, que seguiríamos cabalgando, ¡seguro! Pero tal respuesta salió solo de mis recuerdos, a través de los que era capaz de escuchar su voz.

 Me llamo Curro. El sol ya no está, acaba de desaparecer por detrás del perfil azul rojizo de la serranía, empieza a hacer frío. El silencio es casi total, solo se escucha el eco del sonido de los cascos de mi caballo. Será otra noche sin dormir, pero cuando amanezca veré el mar.

 Y noto que me siento mal, extraño, triste, solo y decepcionado. Tengo cien años. Nunca pensé que podría pasar esto aunque era lo normal. Andrés, siempre fuerte y seguro, con el don de saber ceder, haciendo planes continuamente, en todo momento alegre y generoso, a mí lado desde que nací, ya no está.

 Todo a causa de nuestra vida, fácil en exceso aunque peligrosa, te habitúas y parece normal cuando no lo es. ¿Quiero algo?, lo tomo, ¿necesito dinero?, lo cojo, o sea, siempre quitando a alguien lo que es suyo, habitualmente con violencia. ¿Y para qué? Para qué, para no dejarnos la vida en el campo, con los animales, pasando frío y calor, hambre y penas, miserablemente. Para huir de la miseria creada por una tierra pobre hasta lo increíble, que no da absolutamente nada. Y así comenzó todo, asaltos fugaces y retiradas aún más rápidas a casa, a la serranía. Y viajes de diversión a la ciudad, donde no te conocen y puedes hacer lo que quieras, vino, juego, mujeres, buena comida.

 Y seguí cabalgando hasta que se hizo de día. Y ¿Por qué no sentía frío? Lo hacía, porque la noche es silencio y frío. Y oscuridad. Sentía dolor. Recordaba las últimas horas. Lo limpié todo, no quedó ni rastro de la sangre de Andrés. Y me lo llevé todo, lo saqué fuera, lo arrastré hasta el risco y lo quemé, todo salvo cuatro o cinco recuerdos de mi hermano que llevo conmigo. La casa quedó como cuando murió madre, un camastro, su cómoda, la mesa y las sillas ajadas del comedor y el aparador carcomido. Como si Andrés y yo nunca hubiéramos vivido allí, como si madre pudiera sentirse de nuevo orgullosa de nosotros. Andrés yace a la izquierda de su tumba, lo enterré y punto, sin ninguna señal que lo indique. Y me fui, para siempre.

 Ya noto la humedad del mar, cada vez me queda menos. No sé qué voy a hacer ni cómo voy a empezar, sin él, sin mi amigo, sin mi hermano. Siempre juntos.

 Esas tardes de juegos después de guardar el ganado, cansados tras un día de trabajo, de sol o de frío cuando no de lluvia, esperando las gachas de madre, bajábamos corriendo al río, necesidad de diversión, de libertad yo creo, y cogíamos ranas mientras poco a poco se iba la luz del sol y Andrés riendo y saltando de piedra en piedra retándome a cruzar al otro lado a la pata coja y yo siguiéndole, como siempre… Era una buena vida, sencilla, trabajo duro y una triste diversión. Cómo le echo de menos y como me duele, pero a mí no me pasará. Se lo debo, me lo debo, se lo debo a madre también. 

 No me lo esperaba, no nos lo esperábamos.

 

  • Viene alguien -le dije-.
  • Ah sí, un muchacho tirando de un asno, no tendrá más de 15 años.
  • ¿Qué querrá?
  • Voy a salir, lo mismo anda perdido.
  • Cuidado Andrés, ten cuidado, no salgas desarmado.
  • Pero si es sólo un chico...

 Mientras terminaba de desollar el jabalí escuché el estruendo, un disparo. Di un salto hacia la puerta y ahí, a cinco metros estaba, el niño con la pistola humeante en la mano y mi hermano inmóvil, retorcido en el suelo boca abajo y con una gran mancha de sangre bajo la cabeza. Salí corriendo sin pensar en nada, me arrodillé y le volteé. Tenía la cara desfigurada, el impacto le había dado en la nariz. 

 

  • Arruinasteis a mi familia, nos quedamos sin nada.

 Lo miré con extrañeza, mi única preocupación era Andrés. Bajé la mirada y le cogí por los hombros apoyando su cabeza sobre mi pecho, le movía obsesivamente, gritaba su nombre como esperando que así reaccionara.

 

  • Mi madre murió hace veinte días y vengo de enterrar a mi padre. ¡Asesinos! -gritó-.

 Levanté la cabeza, el muchacho me apuntaba con su arma descargada que ya no servía para nada. Tenía los ojos extraordinariamente abiertos y no paraba de gritar con rabia, desesperadamente. De repente me tiró la pistola a la cabeza y salió corriendo cuesta abajo. El asno corrió detrás de él. Y ya solo recuerdo cuando mis ojos volvieron a mirar y mi cerebro me avisó de que nunca más volvería a escuchar la voz de mi hermano, ni a ver su sonrisa.

 Ahora estoy frente al mar y pienso que existirán otros lugares a los que ir, porque hay barcos que cruzan el océano. Y eso me abre una esperanza. Iré.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



miércoles, 24 de marzo de 2021

Tránsito.

 



Voy bordeando el gris, con marcha insegura, sobre el negro del abismo, en esa especie de horizonte se van y diluyen imágenes que representan mis aciertos, mis dudas, mis momentos luminosos y también los oscuros y los atormentadamente oscuros y los esplendorosamente bonitos, y mi pie cede y resbalo y caigo lentamente al negro, pero al caer, ese es el milagro y mi asidero, miro hacia arriba por inercia y todo es blanco y gris muy claro con tonos amarillos luminosos.

Madre, cuanto amor siento, noto como me coges en tus brazos, me cuidas, me arropas, me proteges, noto la energía que irradias y que me sustenta. No siento mis piernas, ni mis brazos, cada vez noto menos mi cuerpo, pero soy de esa energía que pienso que sale de ti, aunque no lo sé con certeza, y que me dirige a saber, a conocer.

He dejado de caer, vuelvo al gris, al borde por el que me deslizo, arriba la luz, abajo el negro oscuro, pero... un punto blanco brilla en la oscuridad, muy pequeño. Y vuelvo a imaginar, ¿es esa la palabra?, números, ruidos, pantallas, voces que no distingo lo que dicen, siento de nuevo dolor y mis recuerdos, y quiero abrazar pero no puedo y quiero hablar, consolarles, dar motivos y razones, pero no puedo, me concentro e intento proyectarlos al vacio, y noto pitidos cada vez más fuertes y frecuentes a los que siguen más voces, gritos, movimiento y vuelvo a resbalar a derretirme hacia el oscuro, el negro cuyo lunar blanco va creciendo muy despacio. Ya no me consuela el blanco impoluto sobre mí. La caída es dulce.

Paz, eres mi objetivo, mi meta, todo lo que deseo. Pero siento, sigo sintiendo, no mis dedos, ni mi cuello, ni mi boca, pero siento esperanza, armonía, felicidad, libertad, sosiego, satisfacción, alegría, soy un rayo de luz, pura energía y en ese momento, el pequeño agujero blanco se ha hecho TODO, porque lo he atravesado a gran velocidad, soy un destello. Por fin estoy muerto y ahora lo entiendo todo.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 10 de marzo de 2021

El caserío.



 

Conducía relajado escuchando la final de la Copa del Generalísimo, a priori un gran partido, el Real ya casi tenía ganada la liga pero el Atlético quería precisamente ese trofeo para salvar la temporada. El cielo lucía azul y por la ventanilla bajada entraba un especial aroma a césped húmedo. El fin de semana en Bilbao había sido familiar y agradable, su tíos y sus primos se habían encargado de no dejarle ni un momento solo, ni un instante para pensar, no habían parado de llevarle de un sitio a otro, allí ya se sabe, que si unos chiquitos aquí, que si vamos al puerto de Plencia a por unos chipis, a comer unos txitxarros a Santurce, que si ahora unas copas al Tony's, pero no volváis muy tarde que mañana hay que madrugar para el mercado, y los tres con una buena torrija a las 5 de la mañana por la playa de Ereaga… Todo se acaba y en unas pocas horas estaría de nuevo en Madrid.

 Pero no, las cosas sucedieron de otra forma y de repente no sabía ni cómo había acabado el partido, ni en qué punto del País Vasco estaba. La creciente oscuridad casi no le dejaba ver su utilitario. Después de una curva cerrada, una de tantas, todo se había apagado, el motor, la radio, las luces y pisando el freno el coche se paró a un lado de la estrecha carretera secundaria en uno de los ensanches preparados para que puedan cruzarse dos vehículos. Hubiera sido mejor estar en el atasco rodeado de coches, por allí no pasaba nadie, así que después de esperar inútilmente casi tres cuartos de hora se dirigió hacia unas luces que se veían a la derecha monte arriba, seguro que en el caserío le ayudarían. Y en eso estaba, después de bajar una vertiente hacia un pequeño arroyo y subir la vertiente contraria, había encontrado un camino estrecho que aparentemente conducía al caserío.

 Llegar al sendero, entre los robles rodeados de rocas y helechos, había supuesto una considerable mejora en su marcha hacia las luces. Era muy probable que en el caserío no hubiera teléfono pero siempre podría encontrar ayuda para evacuar el coche y de alguna forma poder llegar a Madrid.

 Al fin, esa soledad que le había atormentado las últimas semanas no era tan detestable, allí estaba, él solo, responsable y víctima de todo lo que sucedía, aunque realmente con Cris todo habría sido distinto, y ahora estaría en el atasco de la Nacional I, seguramente discutiendo y ofuscado, pero rodeado de gente que le podría ayudar.

 Al llegar a la pequeña explanada vio que la luz era un foco de latón encima de la puerta y bajo una balconada que cubría toda la fachada de la casa. No se oía nada. Un viejo Citroën 2CV gris estaba entre dos abetos a la izquierda de un amplio camino de tierra. Se acercó a una de las ventanas delanteras y no vio nada ya que estaban echadas las contraventanas, la otra igual. Bordeó la casa y en la parte de atrás vio unos muebles de cocina a través de una ventana abierta. No vio a nadie. Terminó de bordear la casa y se acercó al automóvil, la puerta del copiloto estaba pintada de negro y había dos bolsas sobre el asiento trasero.

- ¿Qué haces aquí?

 Era una voz potente, bien modulada y bien dirigida, que pronunciaba con mucha claridad las palabras, no parecía de hombre. Estaba como a unos diez metros y su silueta era delgada, la falta de luz le impedía ver su rostro.

Le explicó la avería del coche y su salida en busca de ayuda siguiendo la luz.

 - ¿Estás solo? ¿Dónde has dejado tu coche? ¿No has visto a nadie por el camino?

 La mujer se mantuvo inmóvil y el interrogatorio siguió durante unos minutos hasta que acercándose a la puerta hizo un gesto de que la siguiera. La chica, de pelo oscuro y corto, delgada, fuerte y fibrosa se paró a un lado de la puerta dejándole paso.

 Una sala bastante grande ocupaba casi todo el espacio de la planta baja con la cocina al fondo y una chimenea en la pared de la derecha. Jorge preguntó por el baño para asearse un poco y orinar. Mientras se secaba las manos oyó como, desde el otro lado de la puerta, la mujer le decía que cuando terminara  se pusiera cómodo en el sofá mientras ella se acercaba a llevar a las vacas al establo, que pronto estaría de vuelta.

 En la gran sala además del sofá había una gran mesa rodeada de sillas de pino, todo en estilo castellano, un gran aparador por encima del que había un espejo ovalado colgado en la pared, también había una mesa desvencijada y sobre ella un televisor con una antena de cuernos. Eso era todo, no vio ningún teléfono.

 La chica no volvía y decidió salir a tomar un poco el aire pero no consiguió abrir la puerta, estaba como atascada. Estuvo inspeccionando por la planta baja y no había ninguna otra puerta de salida a no ser que estuviera en la habitación de enfrente del cuarto de baño, pero no pudo entrar en ella porque la puerta estaba cerrada con llave.

Así que volvió al sofá, se tumbó y al cabo de un rato se quedó dormido. 

La misma potente voz de antes le despertó.

- Aúpa! Chaval, ¿tienes hambre?

 La chica estaba depositando encima de la mesa las bolsas que vio en el Citroën 2CV.

 - Si, pero mi primera necesidad es arreglar el asunto del coche y volver a Madrid.

 - Pues para eso chico hay que esperar a mañana, te acercaré a Durango que allí hay taller, grúa, teléfono y hostal. Ahora nos vamos a cenar una tortilla y luego puedes dormir en el sofá. ¿Cómo te llamas?

 - Jorge, ¿Y tú?

 - Aintza.

 La luz del día fue esta vez lo que le despertó. Tenía una sensación muy agradable. Había pasado una buena velada con una mujer muy atractiva que lo mismo le hablaba de cocina, que de los árboles del bosque, las ardillas o del Athletic de Bilbao. Estuvieron hablando de banalidades  mientras bebían casi dos botellas de txakolí. Le gustó mucho su sonrisa y su forma franca y directa de decir las cosas. Él también le contó su historia reciente, su nuevo esquema de inseguridades, sus madrugadas de insomnio y su plan para intentar olvidar y volver a ser el de antes. Aintza le dijo que como mejor se vivía era sin ataduras de ningún tipo y que no había que olvidar, que las lecciones de la vida había que asimilarlas, se puso bastante seria, pero rápidamente cambió de conversación planteando un duelo de chistes. El txakolí había hecho su efecto. A eso de las tres de la madrugada Aintza abrazó a Jorge, le dio un beso muy cerca de los labios y le deseo buenas noches antes de subir hacia la habitación de arriba.

 ¡Aúpa chico! Como tienes los pantalones. Venga, vamos que te llevo a Durango.

 Era viernes, todo estaba en orden ya, la avería del coche se había solucionado el mismo lunes y Jorge estaba en Madrid esa misma noche. Durante esa semana había pensado con frecuencia en esa atractiva mujer a la que le gustaría conocer un poco más. Entró a desayunar al bar de enfrente y en la televisión estaban dando la noticia de que la policía había liberado al empresario vasco que habían secuestrado, había pasado doce días en un zulo cerca de un caserío en el campo cerca de Durango y sus captores, dos hombres y una mujer jóvenes, habían sido abatidos cuando intentaban huir en un Citroën 2CV color gris. Los tres estaban muertos. La imagen mostraba un coche gris con una puerta de color negro.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


lunes, 1 de marzo de 2021

Antonio Gala. No por amor, no por tristeza…

 



No por amor, no por tristeza,
no por la nueva soledad:
porque he olvidado ya tus ojos
hoy tengo ganas de llorar.

Se va la vida deshaciendo
y renaciendo sin cesar:
la ola del mar que nos salpica
no sabemos si viene o va.

La mañana teje su manto
que la noche destejerá.
Al corazón nunca le importa
quién se fue sino quién vendrá.

Tú eres mi vida y yo sabía
que eras mi vida de verdad,
pero te fuiste y estoy vivo
y todo empieza una vez más.

Cuando llegaste estaba escrito
entre tus ojos el final.
Hoy he olvidado ya tus ojos
y tengo ganas de llorar.




Antonio Gala






lunes, 22 de febrero de 2021

Campo de muerte.

 




Notó que muy pronto amanecería. Avanzaba por la llanura atravesando una niebla espesa, oliendo la humedad atravesando sus fosas nasales, sintiéndola en la piel. Iba casi a ciegas, con los ojos muy abiertos siguiendo a una sombra que caminaba delante de él, fijando su vista en ella, intentándolo. Tenía que concentrarse en el ruido, en los sonidos, las pisadas de los otros, en las suyas, en los silbidos, una rama al romperse, el silencio. Y sentía frío, en los pies mojados, en los brazos, en la barriga y el pecho, pero sobre todo indefensión y mucho miedo. Llevaba el hacha sujeta con ambas manos, apretándola con fuerza, de pura tensión le dolían los antebrazos, mientras mantenía el filo herrumbroso hacia abajo. Eso sí lo sabía, no podía prescindir de ella.

 También intuía que al otro lado les estaban esperando. Lo sabía.

 Silbaban las flechas y también se las oía alcanzar sus destinos, un sonido plano y corto, y chillidos, y llantos, y llantos que eran chillidos. Pero seguía avanzando en trance sin saber qué fuerzas le ayudaban. Escuchaba, deseando que fuera muy lejos, mil bocas aullando, augurando crueldad y muerte. ¿Serían hombres o bestias?, serían fuertes, mucho más que él. Deseaba dar la vuelta y salir corriendo, y no parar, pero ya estaba advertido de que eso era la muerte segura y mucho peor que la que posiblemente tenían enfrente. Eran masa, carne de choque corriendo hacia las bestias. Detrás estaban los fuertes, los experimentados, los bien armados y alimentados, los más crueles.

 De repente un grito desde atrás, una orden. Perdió la sombra oscura que llevaba delante mientras otras pasaban fugaces por sus costados. Se le aceleró la respiración. Él también decidió correr. Olía a miedo. Alguien gritó, miró de reojo y vio un cuerpo retorciéndose entre gritos, llevaba una flecha clavada en el abdomen, o quizás más abajo. Volvió rápidamente la cabeza. Cerró los ojos. Corrió desesperadamente. Cayó. No noto dolor. No podía moverse. Lo intentaba pero no podía. Pasaban por encima de él. Tropezaban con su cuerpo. Una mano tiró de su brazo con fuerza y una voz terrible, amenazante y dura le gritó.

 - ¡Levanta o te machaco la cabeza aquí mismo!

 Su cuerpo reaccionó y se tensó, comenzaba a levantarse, lo intentaba, y allí, en el suelo, a su lado, vio una cabeza atravesada por una flecha. Quitó con esfuerzo la mano muerta que aún apretaba su brazo. Se puso de pié de un salto. Buscó el hacha hasta encontrarla y cogió de la cintura del muerto un largo y oxidado cuchillo. Corrió de nuevo hacia donde oía los ruidos de muerte, los choques de metal contra metal, los gritos y los llantos. De repente desapareció la niebla. Y lo pudo ver. Hombres acuchillando y golpeando a otros hombres. Sangre. Barro. Paró unos instantes observando la crueldad y la muerte hasta que de pronto tensó sus músculos, miró su mano derecha y levantó el hacha. Su mirada se fue al infinito. Empuñó con fuerza el cuchillo con la otra mano y comenzó a correr hacia la barbarie.

 


Marzo 2020

Durante el comienzo de la pandemia del Covid-19 y algunos días antes.

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021