Bodega Alfaro. Tres menos cuarto de la tarde de Agosto, a
finales, día 27, lunes. Madrid sigue vacío.
Un bar en la calle Ave María, esquina con la calle del Olmo.
El tabernero es un cincuentón mal conservado o un sesentón bien, tiene una muy
poblada barba y no es muy alto. Música de jazz que tararea de vez en cuando,
suena un bonito saxofón.
La caña es de Mahou a uno cuarenta. El local tiene cuatro
puertas y está muy bien ventilado, cualquier brizna de aire entra y se queda
dando una sensación muy agradable.
Un chaval negro africano se acerca a la barra y pide un vaso
de agua, el de la barba cerrada se lo da y dura exactamente un trago del
adolescente.
- ¿Me das otro?
- No, no hay que abusar. También puedes comprarme una
botella ¿no?
La cerveza está fresca y buena.
- Tened cuidado con esos tres, se dedican a robar.
El jazz sigue sonando aumentando la sensación de
tranquilidad del local.
- Dos cervezas.
- Espera un momento... Son dos cuarenta.
- No si las cervezas anteriores ya estaban pagadas, es que
queremos otras dos.
El bodeguero sirve las dos cervezas y la señora de unos
cincuenta y tantos se las lleva hacia afuera.
Salgo, hay dos mesas y un tonel de madera al lado del que me
fumo un cigarrillo. Suena un móvil.
- Hola, es que me salía número desconocido...
- No sé qué voy a hacer esta tarde, luego te llamo...
Es una chica de como treinta y tantos que está sentada en
una de las mesas, en la otra está la señora de las cervezas con una amiga.
Enfrente, aparcada en la acera, hay una moto bonita, con un
gran depósito pintado de color negro mate. No soy experto y me parece que pone
Honda CB Seven Fifty.
Todo está tranquilo, muy tranquilo, hace sol pero no quema.
Es Madrid, es Lavapiés.
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