domingo, 25 de marzo de 2018

Mi metro en marzo



El vagón de metro se dirige al infinito. Y yo voy dentro. Y no soy consciente de ello. Voy sentado, pero hay más asientos libres. Me acompaña gente de distintas edades, nacionalidades, razas, religiones y pensamientos. ¿Serán ellos conscientes del recorrido? Los azules, claros y oscuros, un poco brillantes, con los grises claros, nos dan sensación de sosiego, al menos a mí, no sé porqué me tengo que autonombrar portavoz de todo el mundo, me pasa con frecuencia y creo que no es una cualidad positiva. Fuera hace frío y una niña, tendrá unos diecisiete años, luego no es tan niña, posiblemente post-adolescente, saca un pañuelo, de tela, para limpiarse la nariz. Frente a mi, una señora madura, jejeje, eufemismo, eso no es decir casi nada sobre su edad, mira para todos los sitios indisimuladamente, quizás debería mirar hacia sí, hacia su interior, todos deberíamos hacerlo, va vestida con una falda y una cazadora brillantes, plateadas, metalizadas, posiblemente de plástico, que a mí me parece que no solamente no la favorecen, sino que no van al compás de su edad, con esto estoy dando más pistas. Entonces veo, me fijo, que el botón de la alarma es de color rojo mientras que la palanca de desbloqueo de puertas es verde, códigos… no me gustan aunque los soporto, como tantas cosas, y pienso que hay otro tipo de no gente: los que no soportan. La chica del pañuelo habla con su amiga en un tono suficientemente alto para que pueda enterarme de lo que hablan. ¿Me gustaría saber la edad de la mujer madura? Yo creo que a quien quizás le gustaría es a la señora mayor que está sentada enfrente con su marido y que la mira disimulada pero fotográficamente, instantánea y procesamiento, repetidamente, mientras su marido mira al suelo, o quizás a los pies de ella, posiblemente porque es donde se encuentra. Y el vagón pega un pequeño frenazo, en plena curva, y el hombre negro, que acababa de levantarse de su asiento, pega varios traspiés, no puedo definirlo como maduro, tampoco niño, ni chaval, digamos treintañero, y en esos escorzos, la suela de su zapato ha dejado una raya tiznada en el suelo, le salva la barra vertical pintada en amarillo, tan intenso como el negro del joven. Seguro que todos tienen pensamientos distintos, y opiniones y creencias que se parecen, quizás, pero también distintas, y eso me gusta, la diversidad distintamente pacífica, transgresores pero gente de paz, más o menos inteligentes, más o menos amables, más o menos comprometidos, más o menos canallas. Dos señoras mulatas, no sé si la palabra vale, de mediana edad, otro eufemismo, juntas, una lleva un bebé, las dos calladas y el bebé también, pero el bebé se mueve con la inquietud de la curiosidad, de descubrir el mundo, esos contornos y esos límites que ahora no ama ni detesta, las señoras no, deben ser madre e hija, quizás, la hija es la que lleva al niño, la madre tiene un gesto de orgullo, el niño es bonito, ¿sabrán que este vagón les lleva al infinito?

Llegamos a mi estación y me apeo.


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