viernes, 11 de enero de 2013

Recuerdos de invierno

Palacio de Correos en la Plaza de La Cibeles de Madrid

Hace frío, no se ve el sol, la luz refleja los colores blancos como si fueran crema amarillento dando un aspecto triste y sombrío a la calle. Es un día de invierno en Madrid.


El chaval va vestido con un mono integral de invierno de color rojo fuerte. Lleva la capucha calada hasta el borde, que es de suave piel de conejo. Corre por el Paseo del Prado de una forma poco estable y precisa, las piernas abiertas avanzando a base de apoyar lateralmente una de ellas y luego la otra, recuerda algo a un pingüino.

Su madre le vigila a lo lejos, es joven y guapa, tiene muy buena figura y es presumida, le gusta ir bien vestida.

Están muy cerca de la Plaza de Cibeles, donde trabaja su papá, de hecho han ido a buscarle a la salida del trabajo, pero como han llegado un poco pronto y es domingo la madre ha decidido que el chavalín se desfogue un poco corriendo por el paseo entre esos grandes y viejos árboles que un alcalde de Madrid pretenderá derribar muchos años más tarde y que serán salvados gracias a unas cadenas y a una actriz metida a aristócrata alemana.

Algunos coches, pocos, circulan por la calzada central dejando un fuerte olor a gasolina mal quemada. De vez en cuando pasa un tranvía cargado hasta los topes chirriando en su deslizar por las vías.

En la Plaza de la Cibeles hay un guardia de la circulación subido en una especie de tarima dando paso y parando a los coches dependiendo del sentido en el que vayan.

El chavalín no piensa en nada, sólo se entretiene y disfruta practicando con ese cuerpo que comienza a manejar. Tropieza y se cae dándose un buen golpe y arañándose un poco las palmas de las manos contra el suelo de arena. Se asusta y se pone a llorar, pero en cuanto se quiere dar cuenta está en brazos de su madre y ese conocido olor a carmín y colonia le calma, siente de nuevo seguridad. La madre le deja otra vez en el suelo con un calido beso en la mejilla.

Ha llegado la hora y los dos de la mano se dirigen hacia el Palacio de Correos. De una pequeña puerta enrejada que está a la derecha de la principal sale un hombre alto y delgado que viste un traje oscuro, el de todos los días. El chavalín se da cuenta y sale corriendo hacia él, intenta pegar un salto pero todavía no sabe. El padre le coge por debajo de los hombros y le sube hasta la altura de su cara dándole un beso.

Poco después los tres de la mano bajan el Paseo del Prado hacia la Glorieta de Atocha, camino de casa.

La vida de un niño pequeño es sencilla, tranquila, básica.
  
  

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