Hace poco estuve debatiendo con alguien sobre autoridad, un concepto que, no se porqué, cada día me gusta menos.
Debo reconocer que siempre he sentido animadversión y rebeldía hacia él,
aunque luego pensaba que era un principio de convivencia necesario porque si no
todo sería un caos, eso hacía que me doblegara un poco, pero nunca convencido del todo.
Poco a poco, según ha ido trascurriendo la vida, mi duda sobre su
necesidad para una sana convivencia ha ido aumentando, de forma que cada vez me
cuesta más doblegarme interiormente a la autoridad
como concepto. Me rebelo contra ella, la detesto, aunque no consigo
erradicarla del todo de mi sentido de responsabilidad ante la vida. Mi moral es
estrecha.
Siempre he admirado, y valorado, mucho más, el concepto de respeto, quizás me ha parecido mucho
más esencial para la convivencia. Lo he tenido claro de siempre, desde la
adolescencia, aunque entonces más que un razonamiento era un instinto.
Mi respeto hacia el resto del mundo y del resto del mundo para conmigo.
La autoridad es
imprescindible que vaya acompañada de respeto, pues la autoridad sin respeto se
puede convertir en tiranía.
Pero el respeto, no es que no
necesite de la autoridad, es que tiene
tanto poder que puede hacerla innecesaria.
La autoridad se utiliza para
controlar los peores sentimientos humanos.
Mientras que el respeto nace
de los mejores instintos del ser humano y hace que la sana convivencia sea en
un modo de vida.
Demasiadas veces la autoridad
subyuga y esclaviza al respeto y entonces
la sociedad entra en crisis y se corrompe.
Definitivamente prefiero el respeto.
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