martes, 26 de abril de 2011

Investigación X

Si, estuve.

Eran sobre las once de la mañana, había salido de casa como a las diez y media. Los vagones de metro circulaban casi vacíos y en las estaciones la espera se hacía eterna. Lo que habitualmente en días laborables son dos o tres minutos entre convoy y convoy, ese día se habían convertido en seis u ocho

En la calle el día lucía precioso y la temperatura, aunque un poco fresca a esa hora de la mañana, era un aliciente más para salir a caminar o simplemente a tomar el aire, disfrutar de ese aroma especial que tienen los días de fiesta, o en mi caso, para ir en busca de aventuras. Y vaya si las encontré.

Llegué al portal de Bruselas 4 sin un plan preestablecido para introducirme en el edificio, me encontraba bien, tranquilo, relajado, en la absoluta certeza de que nadie me podría descubrir. Me puse a echar un vistazo a la botonera del portero automático para elegir a qué vivienda iba a llamar. Descarté la consulta del Dr Donoso y, evidentemente, el 2º A. De repente sentí un 'clac' seguido de ruido, como el de un zumbido grave y fuerte. Era el resbalón de la puerta que había retrocedido y que dejaba mi paso hacia el interior del edificio a un solo empujón de una de sus hojas. El ruido del timbre cesó en un par de segundos, en cuanto empujé la puerta y pasé.

Seguí mi plan y subí por las escaleras hasta llegar al descansillo de la segunda planta donde elegí la puerta que daba al pasillo de acceso a la vivienda de la letra A. Allí estaba yo, con el ascensor a mi espalda y una puerta de aspecto robusto y elegante frente a mí.

Atornillado en la puerta, un poco por debajo del nivel de mi vista había un letrero metálico, dorado y bien pulido, en el que podía leerse en letras grandes y negras: EXPO ANGL. Solo, nada más.

Pero si, había algo más. Había algo grabado en la placa, en la parte inferior, con letras muy, muy pequeñas. Era casi imposible de leer, más aun con la poca luz que había, pero al pasar mi dedo índice por esa zona corroboré que sí,  había algo grabado.

Llevaba un rotulador verde en el bolsillo, le quité el caperuzón y froté su punta blanda sobre la zona donde al pasar el dedo había notado el relieve, eran unas pequeñas incisiones. Esos mínimos surcos se llenaron de tinta dando contraste a las letras sobre el dorado de la placa. Ya se veía claramente que se trataba de una inscripción. Aunque aun no podía leer nada.

Saqué mi teléfono móvil y lo apunté sobre la zona del grabado a la vez que acercaba mis ojos. Por fin, conseguí leer:

Eres especial, uno entre cien millones de seres humanos. Puedes y debes entrar. Pasa, todo está a tu disposición.

Y justo en ese momento, como si alguien hubiera estado observandome, la puerta se abrió sola. Con un "clic" parecido a cuando la secretaria del Dr Donoso me abrió la puerta de la consulta. Era el segundo resbalón que hoy retrocedía para darme paso.

Empecé a sentir los latidos de mi corazón, comenzaba a acelerarse. La verdad es que no sentía miedo, pero estaba absolutamente dominado por la emoción. Sentía algo parecido al vértigo.

Empujé la puerta hasta abrirla casi del todo. En primer término pude ver un pequeño distribuidor con dos puertas. Una a la derecha, cerrada, y otra de frente, abierta y por la que se distinguía algo de luz.

Me dirigí hacia esa puerta, la que estaba abierta, y la atravesé. Me encontré en una amplia salita de aproximadamente cuatro por seis metros. A la derecha había un pasillo y de frente unas cortinas que dejaban pasar algo de luz, algo del sol que brillaba en la calle. Me acerqué y con ambas manos las descorrí, lo que provocó que una tormenta de luz inundara la habitación, de golpe. Me di la vuelta mientras mis ojos se acostumbraban a ella. Los objetos de la salita se iban perfilando ante mi vista y de repente... la vi. Estaba sentada en un taburete con la parte superior del cuerpo derramada sobre una gran mesa redonda, o quizás ovalada, no se. Tenía los brazos doblados por los codos y separados a ambos lados de la cabeza, las manos abiertas con las palmas boca abajo sobre la mesa. Era ella, tenía que ser ella, con su cuerpo recto y su tronco corto, sin caderas, ni cintura, ninguna curva moldeaba su cuerpo y esos cabellos largos, pero no demasiado, duros, espesos, de color dorado, apelmazados y sin brillo que la tapaban la cabeza.

Me acerqué, no se movía. La dije ¡hola!, en un tono fuerte, casi gritando. Nada, no se movía, no reaccionaba ante mi voz. Me acerque aun más con mi brazo extendido hasta que, al intentar dar un suave toque en su hombro, mi mano se hundió en su cuerpo.

Sí, mi mano se hundió en su hombro, traspasando su carne y sus huesos como si de aire se tratara, bueno, en realidad lo que noté fue un líquido espeso, untuoso y fresco, algo que nunca había sentido.

1 comentario:

Claudia Cazorla dijo...

Uyuyuy!!!
¿Por dónde va esto?
Jaja