- Pásamela, venga pasa, ¡que no es solo tuya!
El chaval que corría por la orilla pegó un puntapié a la
pelota hinchable para pasársela a su amigo. Pero fue Julián el que recibió el
liviano peso sobre su cara.
- Perdone señor -gritó el segundo chico mientras recogía
la pelota y salía corriendo-.
Julián aún no era consciente de dónde estaba ni qué había
pasado. La sombra agresiva del sol del caribe, aún filtrado por la sombrilla,
hacía que sus ojos no pudieran abrirse del todo y un reguero de saliva iba de
la comisura de sus labios hacia su cuello. Separó su lengua del paladar
repetidamente mientras levantaba el tronco apoyándose en los codos.
Al cabo de unos instantes se dio cuenta de que se había
quedado dormido. Comenzó a desperezarse estirando brazos y piernas. Era su
tercer día de vacaciones y los dos mojitos y los nachos con guacamole del
aperitivo habían hecho bien su trabajo. Miró el reloj, eran las cinco y
cuarenta y dos, y decidió que aún permanecería en la playa un rato, pero sería
bueno que fuera pensando en qué hacer luego. Las tardes eran muy largas y las
noches aún más.
Sus pensamientos le llevaron muy lejos, pero los rechazó,
unas vacaciones eran para divertirse y ahora podía hacer lo que quisiera.
Recordó la primera noche cuando cenó con una single como él. En recepción
hicieron el arreglo. Se encontraron en el restaurante japonés. Morena, pelo
corto, guapa, entre 40 y 50, como él. Al principio la situación fue un poco
embarazosa. Ella llegó cuando él estaba ya con el segundo margarita. Se levantó
y mientras miraba sus oscuros ojos verdes intentó plantificarla dos besos
carrillo contra carrillo, pero ella hizo un escorzo apartandose.
- Perdoná en mi país solo es uno. No estoy habituada. -Se
excusó ella con una sonrisa apagada.-
Tras las presentaciones, se sentaron uno frente al otro y
después de un brindis inicial y mientras inspeccionaban la carta para pedir la
comanda, comenzaron a hablar sobre Buenos Aires, de donde era Adriana. Julián
disimulaba porque su mirada tendía a ir directa y continuamente a los pechos
que ella mostraba ampliamente. Notó que se dio cuenta y ya no supo dónde mirar,
pero pronto llegó el primer plato y pudo centrarse en la comida.
Después de la cena, en la playa, y con tres daiquiris
encima, ella comenzó a contarle porqué estaba sola allí y entonces Julián deseó
fervientemente que todo acabara pronto para irse a dormir. A las dos y media, en la puerta de la habitación, Adriana
se empeñó en que pasara a tomar la última aduciendo que algo habría en el
minibar.
Julián amaneció en el sofá de la habitación, solo
recordaba el inicio de la repetición tercera del drama de Adriana: su mejor
amiga Virginia y su esposo Lautaro. ¡Qué cabrón! Pensó. Se asomó al dormitorio
y al verla durmiendo vestida sobre la cama, se fue rápida y sigilosamente a
desayunar.
Nunca más, pensó mientras se dirigía a su habitación. Al
día siguiente cenaría en el buffet, se pondría ciego a guacamole, y luego... ¿Y
luego qué? Bueno, pues ya lo pensaría. Volvió de sus recuerdos y vio que ya
quedaba poca gente en la playa. Decidió que iría a Puerto del Carmen, a seguir
haciendo lo que le apeteciera.
Si estuviera en su casa de Oliva se acercaría a Gandía a
cenar y luego daría un paseo por la playa hasta que... bueno eso ya había
pasado, además ya no estaba claro que su casa de Oliva fuera suya. Se
levantó, cogió su bolsa y se fue hacia la habitación.
Ya duchado y vestido de calle se fue a recepción y pidió
un taxi. Una vez en la ciudad, Julián se recorrió la calle de arriba a
abajo y luego de abajo a arriba. Así tres veces. Y ya cuando notó sus pies
soliviantados, decidió ir a seguir divirtiéndose al resort. Al llegar vio a
Adriana en el bar tropical con un tipo pelirrojo con cara de pánico.
Al abrir la puerta de su habitación vio la enorme y
solitaria cama, se acercó a la maleta abierta, cogió la novela que estaba
leyendo y se tumbó. Antes de abrir el libro miro al techo y suspiró: para él
era aún demasiado pronto para explotar su libertad, tenía que dar tiempo al
tiempo. Aunque intentaba leer, sus pensamientos se iban al Mediterráneo. Aún le
quedaban cuatro días de vacaciones, tenía que mantener la calma.
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2020
2020.02
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