lunes, 30 de marzo de 2020

Así mismo soledad.






- Pásamela, venga pasa, ¡que no es solo tuya!

El chaval que corría por la orilla pegó un puntapié a la pelota hinchable para pasársela a su amigo. Pero fue Julián el que recibió el liviano peso sobre su cara.

- Perdone señor -gritó el segundo chico mientras recogía la pelota y salía corriendo-.

Julián aún no era consciente de dónde estaba ni qué había pasado. La sombra agresiva del sol del caribe, aún filtrado por la sombrilla, hacía que sus ojos no pudieran abrirse del todo y un reguero de saliva iba de la comisura de sus labios hacia su cuello. Separó su lengua del paladar repetidamente mientras levantaba el tronco apoyándose en los codos.

Al cabo de unos instantes se dio cuenta de que se había quedado dormido. Comenzó a desperezarse estirando brazos y piernas. Era su tercer día de vacaciones y los dos mojitos y los nachos con guacamole del aperitivo habían hecho bien su trabajo. Miró el reloj, eran las cinco y cuarenta y dos, y decidió que aún permanecería en la playa un rato, pero sería bueno que fuera pensando en qué hacer luego. Las tardes eran muy largas y las noches aún más.

Sus pensamientos le llevaron muy lejos, pero los rechazó, unas vacaciones eran para divertirse y ahora podía hacer lo que quisiera. Recordó la primera noche cuando cenó con una single como él. En recepción hicieron el arreglo. Se encontraron en el restaurante japonés. Morena, pelo corto, guapa, entre 40 y 50, como él. Al principio la situación fue un poco embarazosa. Ella llegó cuando él estaba ya con el segundo margarita. Se levantó y mientras miraba sus oscuros ojos verdes intentó plantificarla dos besos carrillo contra carrillo, pero ella hizo un escorzo apartandose.

- Perdoná en mi país solo es uno. No estoy habituada. -Se excusó ella con una sonrisa apagada.-

Tras las presentaciones, se sentaron uno frente al otro y después de un brindis inicial y mientras inspeccionaban la carta para pedir la comanda, comenzaron a hablar sobre Buenos Aires, de donde era Adriana. Julián disimulaba porque su mirada tendía a ir directa y continuamente a los pechos que ella mostraba ampliamente. Notó que se dio cuenta y ya no supo dónde mirar, pero pronto llegó el primer plato y pudo centrarse en la comida.

Después de la cena, en la playa, y con tres daiquiris encima, ella comenzó a contarle porqué estaba sola allí y entonces Julián deseó fervientemente que todo acabara pronto para irse a dormir. A las dos y media, en la puerta de la habitación, Adriana se empeñó en que pasara a tomar la última aduciendo que algo habría en el minibar.

Julián amaneció en el sofá de la habitación, solo recordaba el inicio de la repetición tercera del drama de Adriana: su mejor amiga Virginia y su esposo Lautaro. ¡Qué cabrón! Pensó. Se asomó al dormitorio y al verla durmiendo vestida sobre la cama, se fue rápida y sigilosamente a desayunar.

Nunca más, pensó mientras se dirigía a su habitación. Al día siguiente cenaría en el buffet, se pondría ciego a guacamole, y luego... ¿Y luego qué? Bueno, pues ya lo pensaría. Volvió de sus recuerdos y vio que ya quedaba poca gente en la playa. Decidió que iría a Puerto del Carmen, a seguir haciendo lo que le apeteciera. 

Si estuviera en su casa de Oliva se acercaría a Gandía a cenar y luego daría un paseo por la playa hasta que... bueno eso ya había pasado, además ya no estaba claro que su casa de Oliva fuera suya. Se levantó, cogió su bolsa y se fue hacia la habitación.

Ya duchado y vestido de calle se fue a recepción y pidió un taxi. Una vez en la ciudad, Julián se recorrió la calle de arriba a abajo y luego de abajo a arriba. Así tres veces. Y ya cuando notó sus pies soliviantados, decidió ir a seguir divirtiéndose al resort. Al llegar vio a Adriana en el bar tropical con un tipo pelirrojo con cara de pánico. 

Al abrir la puerta de su habitación vio la enorme y solitaria cama, se acercó a la maleta abierta, cogió la novela que estaba leyendo y se tumbó. Antes de abrir el libro miro al techo y suspiró: para él era aún demasiado pronto para explotar su libertad, tenía que dar tiempo al tiempo. Aunque intentaba leer, sus pensamientos se iban al Mediterráneo. Aún le quedaban cuatro días de vacaciones, tenía que mantener la calma.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2020


2020.02




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