jueves, 3 de marzo de 2011

El niño y el amor


El niño acababa de terminar de comer y se preparaba para ir al colegio, él sólo, por primera vez iba a ir sólo, tenía 10 años. Su mamá le había dado un billete de Metro y su papá sesenta céntimos para que se comprara un regaliz antes de entrar al cole.

El niño estaba muy orgulloso y contento, era casi como si fuera un día de fiesta, sus papás habían depositado su confianza en él y por tanto se sentía responsable. Abrió la puerta de su casa y bajó por las escaleras de madera hasta llegar al portal, no lo hizo a saltos como habitualmente, sino despacio y escalón a escalón, había que prevenir cualquier accidente. Traspasó el amplio portal saliendo a la calle y se dirigió con la cartera de cuero en la mano hacía el Metro cuya boca estaba en la plaza, a unos doscientos metros de su casa. Tenía que cruzar una calle pero no circulaban muchos automóviles por entonces.

Una vez en la boca del Metro descendió hasta el vestíbulo donde estaban las taquillas y presentó  a la empleada el billete para que se lo picara. Bajó las escaleras hasta el andén y al cabo de poco tiempo apareció un convoy con tres vagones. Las puertas se abrieron y el niño con mucho cuidado saltó dentro, había bastante espacio entre el vagón y la plataforma del andén ya que la estación estaba en curva. 

El vagón no estaba muy lleno ya que a las tres de la tarde en aquellos tiempos había muy poco movimiento. Se colocó la cartera entre las piernas y se agarró fuerte a la barra vertical para no caerse. Sabía que tenía que apearse en la segunda estación, Callao. Estaba realmente emocionado al ver de lo que era capaz y le pesaba la responsabilidad de hacerlo todo bien para que no hubiera problemas y al día siguiente le volvieran a dejar ir sólo.

El tren por fin llegó a Callao y el niño, después de esperar a que las puertas se abrieran, se apeó, subió las escaleras y llegó a la calle, era la Gran Vía. Nada más salir, a la derecha, pegado a la pared, recién sobrepasada la entrada al cine Avenida, estaba, como todos los días, el señor que hacía bailar a un muñequito de papel con piernas y brazos de goma al ritmo de lo que cantaba. Era milagroso, ¿cómo podía un muñequito bailar sólo?  Pero el caso es que el señor los vendía envueltos en una bolsa de papel y a un precio de dos cincuenta, todo un capital que el niño no tenía y que tampoco se había atrevido a pedir nunca a su papá. Pasó de largo, no podía pararse a mirar y que le sucediera algo o que no llegara a tiempo al cole. En las enormes carteleras del cine Palacio de la Música se veía la cara y un plano largo de Charlton Heston vestido del Cid Campeador y blandiendo una enorme espada. En otra cartelera más pequeña se veía a Sofía Loren completamente vestida de negro, vestida de doña Jimena. Tampoco se paró, estaba harto de verlas.

Llegó al paso de peatones que había justo enfrente del cine Imperial y esperó hasta que el semáforo se pusiera verde. Atravesó la calzada con mucho cuidado y siguió por la cera de enfrente hasta llegar a la esquina de Gran Vía con la calle del Barco, donde estaban los almacenes Sepu, allí giró a la izquierda. Ya quedaba poco para llegar, todo estaba transcurriendo bien, lo que le tranquilizaba.

El paso por la calle del Barco hasta llegar al colegio transcurrió tranquilamente, era una zona tranquila, una calle de barrio. Eso si, el niño paró unos instantes en el puesto de chuches para comprarse el regaliz y disfrutarlo mientras entraba en clase, pensando en lo bien que había hecho todo y lo bien que le había salido.

Desde la esquina de la calle Puebla un hombre observaba cómo su hijo compraba el regaliz, lo mismo que había observado todo el viaje del niño con mucho cuidado de no ser visto. Ahora ya podía ir tranquilo al trabajo.

Al día siguiente todo sería igual, excepto que el padre no seguiría a su hijo.

Ese mismo hombre, hoy, muchos años después, no es capaz de reconocer a su hijo que ya no es un niño. Una enfermedad despiadada se lo impide.

2 comentarios:

Claudia Cazorla dijo...

¡Ay! El final me ha borrado la sonrisa que el niño y su travesía al colegio y a la madurez me habían dibujado. ¡Qué devastadoras son algunas enfermedades!
Te dejo un abrazo.

Alvaro dijo...

Si Caludia, realmente es triste.

A veces uno se puede plantear lo injusto o inhumano del transcurrir de la vida en algunos casos.

Pero bueno, en realidad todo es muy dificil y complejo, tendríamos para charlar largo rato.