Fue una mujer buena. Disfrutó de la vida y eso
me tranquiliza en estos
momentos. Fue la mejor hermana, tía y abuela.
Todo el mundo que la conoció la quiso. Era
alegre y cariñosa. La recuerdo siempre de buen humor, aunque tuviera mucho que
hacer, aunque estuviera cansada después de un largo día de trabajo, ya fuera de
los que se pagan con dinero o con cariño en el mejor de los
casos, porque jamás fue interesada.
Aprendí de ella muchas cosas: Que no debía ser
rencoroso ni interesado porque son defectos terribles que hacen daño a la gente
que te rodea y a la larga a ti mismo. Que hay que intentar disfrutar de la
vida todo lo que se pueda porque no siempre hay segundas oportunidades. Que hay
que ser tolerante y respetuoso para con los demás. Que no se debe preenjuiciar
la vida de los demás porque realmente no se conocen todos los detalles. Que hay que ser
independiente, porque se puede ser cariñoso y fiel y además independiente. Y un montón
de cosas más.
Recuerdo mi alta adolescencia, cuando volvía a
casa por las noches, a las diez y media o pocos minutos más tarde, y como casi siempre me esperaba un enorme filete de novillo muy poco hecho y un gran plato de patatas fritas crujientes, hechas con el
mayor amor que se puede hacer algo. Lo hacía a costa de su tiempo de ocio o de descanso, porque a causa de
ello no podía descansar cómodamente sentada en un sillón como el resto de la
familia y en segundo lugar porque la obligaba a acostarse tarde. Era generosa
como pocas personas he conocido.
Tenía un carácter fuerte, tormentoso,
apabullante, cuando se enfadaba, cosa que sucedía poquísimas veces. Gritaba, se
ponía roja, fuera de si, pero a los cinco minutos ya se le había pasado y te
hablaba con tal dulzura que se te olvidaba todo en un instante. Ni una sola vez
en todas esas cortas y tormentosas broncas que tuvimos, que no serían más de
una al año, ni una sola me echó nada en cara, nada de nada. Me vienen muchos más
bonitos recuerdos de ella, tantos que me es imposible traerlos todos aquí. Si una
persona no muere realmente mientras alguien la recuerde, mi tía no morirá al menos hasta que yo no desaparezca.
También la recuerdo con mi hijo, era muy
pequeño, dos, tres años, la llamaba tita como yo, ya estaba jubilada, tendría cerca
de los setenta, y en el jardín de casa de mis padres jugaba con él, en el
suelo, a su altura, a lo que fuera, chapas, fútbol, con los playmobil, al
escondite ingles, al otro escondite, ... Jugó con él como solo lo hizo su
madre. Era como un hada jugando con un niño, haciéndole feliz. Que lástima que
en aquellos momentos no hubiera la facilidad que hay ahora para hacerles una peli y recordar esos momentos.
Con su hermana, mi madre, qué decir. Se
llevaban casi tres años. Era la hermana mayor y la protegía, aunque fuera
dejándose dominar por ella. Siempre estuvo a su lado, siempre vivieron juntas,
los 92 años que tiene mi madre. ¿Os podéis imaginar una convivencia de tanto
tiempo? No puedo decir que no discutieran, pues mi madre, que también es muy
buena, tiene un carácter más ágil y dominante y mi tía más tranquilo y
testarudo. Pero toda la vida, ante las adversidades, ya fueran grandes o
pequeñas, siempre se apoyaron, tan solo les bastaba una mirada. Guardo en mi
mente y mi corazón muchas de esas miradas. Qué difícil tiene que ser esto para
mamá, qué difícil.
Mi padre era su cuñado, claro, y en caso de
conflicto con mi madre la razón para mi tía siempre
estaba del lado de su hermana, excepto casos muy excepcionales. Aunque también, salvo casos excepcionales, uno o dos en toda
mi vida y por motivos realmente importantes, nunca se puso en medio de sus disputas. Yo era un tercero y me enteraba de ese apoyo, claro, porque participaba en sus conversaciones con otros terceros oyéndola comentar cosas con mi abuela o alguna otra persona de mucha, mucha confianza. La
convivencia debió ser difícil tanto para mi padre como para ella, pero la
receta utilizada aunque complicada suele ser muy fiable: mucho respeto, mucha tolerancia, mucha paciencia y finalmente también mucho amor a mi
madre y a mí, por parte de ambos.
Mi tía ha fallecido soltera. He visto fotos suyas
de joven y era muy guapa y buena moza
(cuando veo sus fotos antiguas entiendo perfectamente esa expresión) y tenía
una sonrisa de cine. Tuvo un novio desde jovencilla, los padres de él tenían
una farmacia en la calle Argumosa, pero la dejó después de catorce años de
noviazgo. Adujo que sí, que la quería mucho pero no para casarse con ella. Parece
ser que era una buena persona pero con un carácter muy gris. Quizás a veces la
vida es sabia y hace lo mejor para todos aunque en esos momentos no nos demos
cuenta. Una mujer con las ganas de vivir y la alegría de mi tía…
Trabajó en la Federación Española de Fútbol
por las tardes y por la mañana en la Sección Femenina de la Falange mientras
duró. Pero que nadie se equivoque, nunca fue una facha, quizás en algún momento
de su vida fue falangista, sí, pero de los del principio, de los idealistas. No
solo nunca hizo daño a nadie sino que ayudó a muchísima gente a lo largo de su
vida, siempre que encontró a gente que la necesitara.
Era católica, muy católica, pero nunca
meapilas. Iba todos los domingos a misa, en su época guardaba ayuno y
abstinencia cuando la iglesia católica indicaba que había que hacerlo, pero
nunca criticaba las ideas de los demás, siempre fue tolerante con eso y con
todo.
Se lo pasó bien, disfrutó de la vida en la
medida que pudo. Disfrutó de innumerables amigos que siempre querían contar con
ella para cualquier cosa. Me contaba mi madre que muchas veces al salir del
trabajo en la Federación, a las nueve de la noche, se iba a casa de su amiga Chita
donde se juntaba gente famosa de aquel momento para hacer tertulias y volvía a
casa sobre la una de la mañana para madrugar al día siguiente e ir al trabajo.
Chita era una modista de moda que vestía a las famosas de entonces y que vivía
y tenía su taller en un ático enorme cerca de Atocha. En una de esas conocí a
Carmen Sevilla cuando era joven y me quedé flechado del todo, tendría ocho años
y me enamoré por primera vez en mi vida. Nunca se me olvidará lo guapa que era,
lo bien que olía y la sonrisa que me regaló antes de su beso. No se porqué pero
tengo un fuerte recuerdo de esa escena y siempre en blanco y negro.
Como ya he dicho tenía multitud de amigos y
amigas con los que salía al teatro, a cenas, a fiestas, a viajes. Fumaba algo,
más como esnobismo de la época que como otra cosa, y la gustaba el vino, la
cerveza, el cava y tomarse alguna copita, alternar como decía ella.
Por si fuera poco fue una gran cocinera, a
alguien le podrá parecer una tontería que incluya esto aquí, pero es que lo fue
aunque nunca presumiera de ello, eso sí, se notaba que se sentía orgullosa
cuando se lo decíamos.
En el ámbito familiar mi tía era la que hacía
la compra. También era la que cocinaba, junto con su madre mientras vivió.
Según mi abuela fue haciéndose mayor, mi tía fue asumiendo el papel de cocinera
única. Me llevaba a cole por las mañanas hasta que tuve diez años y ya fui yo
solo. Recuerdo tardes de domingo en las que hacia fuentes de empanadillas,
bartolillos de crema pastelera (que también hacía ella) y rosquillas. Hacía las
tartas para mi cumpleaños. Era una mujer dinámica y lo hacia todo con alegría,
no tenía pereza.
Yo la quería muchísimo, era como otra madre
para mí. Cuando pasaba mucho tiempo fuera de casa, por ejemplo en las
vacaciones de verano, me entraba una gran alegría al volver a verla, cuando oía
su voz en la puerta salía corriendo pasillo hacia delante y de un brinco me
colgaba a su cuello mientras ella sonreía, me hablaba y me advertía que la iba
a partir el cuello. Nos llenábamos de besos mientras me sonreía. Alguna vez
cuando era muy pequeño la he regalado en el día de la madre. Siempre la llamé TITA
y ya cuando éramos los dos más mayores también MERCHINDITAS, mi tía se llamaba
Merche. Ella llamaba NENA a mi madre, se lo llamó hasta el último día.
Cuando yo nací ella tenia 33 años, o sea viví toda
su juventud, su madurez y su vejez. Según fui haciéndome mayor, en la época de
los filetes y las fuentes de patatas, me daba dinerillo para que me comprara
ropa o para que fuera a sitios con mis amigos, siempre generosa y pendiente de mí.
Mas adelante, cuando me casé y me fui de casa,
progresivamente, según se fue haciendo mayor, comenzó a ir más con mis padres.
Iba con ellos de vacaciones de verano, algunas veces al extranjero, recuerdo un
precioso viaje a Cuba según me contaron, un viaje a Estados Unidos, a la costa
Este, en el que nos encontramos en Nueva York a nuestra vuelta de la costa
Oeste, y muchos más. Y ese tipo de vida, una familia de tres que vivía junta,
se alargó hasta el final. En la primavera de 2013 estuvo en El Palasiet de
Benicasim con mi madre, como tantas veces estuvieron los tres, una vez que mi
padre ya no estaba. Y ese mismo verano, ya con 95 años cumplidos en Julio,
estuvo en Guardamar de Segura de vacaciones con mi madre. A Nines y a mi nos
invitaron a pasar unos días con ellas y con Sole que la cuidó con tanto cariño
durante esos días.
Pasó toda la terrible enfermedad de mi padre
junto a su hermana y debió ser enormemente duro para ella, pues, aparte de
verla sufrir, lo único que podía hacer era aguantar sus desahogos en silencio
en un ambiente cerrado, opresivo y triste. Más generosidad, más amor.
Podría contar tantas cosas buenas y bonitas
sobre ella… y solo voy a contar una más, para no acabar este recuerdo con algo
tan triste. Se trata de algo no solo de ella sino del ambiente familiar en mi
casa al que tanto contribuyó.
En mi casa en Navidades siempre hubo de todo,
de todo, incluido mucho amor del bueno, y tradición y felicidad y alegría a
raudales. Recuerdo que siempre hubo turrón de muchos tipos, mazapán, guirlache,
peladillas y piñones, polvorones, pasas y ciruelas e higos secos, un desparrame
de dulces. Mi tía era muy golosa y la encantaba el cava, pero nadie se puede
imaginar cuanto. Siempre había también algo que a mucha gente le puede extrañar
ahora, pero era así: bebidas alcohólicas dulces o lo que aquí se llaman
licores. Cuatro no faltaban nunca Cointreau,
Benedictine, Calisay y Curacao. Sí,
curioso, pero a mi una navidad sin al menos uno de estos licores me resulta
extraña, y eso que muchos de ellos son difíciles de encontrar, son carísimos y
han degenerado su calidad. Mi madre se encargaba de los adornos, entre los que
no faltaban un nacimiento y un árbol de navidad de verdad, comprado en la Plaza
Mayor. Mi tía y yo ayudábamos en la decoración. Mi tía y mi abuela, mientras
vivió, preparaban siempre las cenas de Nochebuena y Nochevieja. Recuerdo que
había cosas que podían variar: cordero, angulas, canapés de salmón y sucedáneo
de caviar, besugo, lombarda,… pero lo que siempre hubo, y para mi las navidades
no lo son sin ello, es cardo con bechamel y ¿sabéis quien lo hacía siempre? Mi
tía y la salía para chuparse los dedos. Cuando entrabas en casa en Nochebuena
ese olor impregnaba la casa. Estos últimos años por circunstancias de la vida
no he podido, pero en cuanto vuelva a poder, las Navidades volverán a ser para
mi el cardo con bechamel de mi tía, de mi querida tita, de mi
Merchinditas.
Tita, te quiero, nunca te olvidaré y ten por
seguro que si no hubieras existido yo no sería lo que soy. Seria una persona
peor, más incompleta, más gris, más triste, menos libre, mas acomplejada y menos espontánea.
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